PopNovel

Leer en PopNovel

El Indomable Alfa de la Luna

El Indomable Alfa de la Luna

En proceso

Introducción
Alfa Ascian, ese nombre podía hacer que cualquiera se estremeciera de miedo. Era despiadado, peligroso y feroz; incluso se puede decir que era perfecto en todos los sentidos, así que nunca quiso tener una Luna. Sin embargo, conoció a su compañera, quedó impresionado tanto por su belleza como por su inocencia, pero no la quería. Así que le mostró su falso amor y la llevó a su cama. Después de conseguir lo que quería, la rechazó cruelmente. Desde entonces, su rostro y sus lágrimas lo condenaban cada noche en las pesadillas. Quiso encontrarla, pero lamentablemente ella había desaparecido. Tres años atrás, la Diosa Luna le dio a Ascian otra oportunidad y ellos dos se volvieron a encontrar. Sin embargo, Ascian tenía una belleza a su lado mientras que Mirela sostenía un niño en sus brazos...
Abrir▼
Capítulo

La suave perfección de su piel... Los mechones morenos que danzaban con seducción en su cabellera... Las curvas delicadas que enmarcaban su figura. Su dulce fragancia envolvía cada rincón mientras él la acariciaba con ternura: era su compañera en el amor.

Él nunca antes había experimentado un sentimiento tan profundo como este. Era como si la diosa de la luna le hubiera obsequiado este vínculo irrompible. Sentirla entre sus brazos por fin completaba su corazón. Sus poderosas piernas lo envolvían, cada vez más cerca de estallar en un o*gasmo. Mientras tanto, ella continuaba pronunciando su nombre con cada grito de éxtasis.

Ascian... Ascian...

Esas fueron las palabras más increíblemente dulces que había escuchado de los labios de aquella mujer. Sus músculos se contrajeron intensamente justo antes de alcanzar el liberador clímax. Fue un momento eterno e inolvidable.

Y luego, tuvo otra er*cción. Él la poseyó una y otra vez, sin restricciones ni pensamientos. Sus gemidos llenaban la habitación, encendiendo la pasión hasta límites insospechados. Ella se entregaba con una intensidad arrebatadora, desinhibida y sorprendente. Sus uñas trazaban caminos ardientes en su espalda y pecho, deseando que las marcas perduraran como una señal de su pasión desenfrenada y de su honor.

Y así, su compañera finalmente se sació. Una amplia sonrisa iluminó el rostro de ella cuando él finalmente la liberó.

Pero en ese instante, todo se envolvió en oscuridad. La habitación se tornó gélida cuando él habló. Algo en su interior le suplicaba que se detuviera, no solo un instinto, sino su lobo interior le imploraba que cesara. Sin embargo, las palabras no pudieron ser contenidas.

“Yo, Ascian Lucas, no necesito de una luna. Te rechazo, Mirela Elizabeth, como mi compañera”.

Un dolor agudo atravesó su ser. Entonces, sus ojos contemplaron cómo la hermosura del rostro de su compañera se desvanecía mientras se encogía en un torbellino de agonía.

Pero eso no importó: las palabras implacables persistían. Se repetían una y otra vez como un disco rayado. La habitación seguía sumida en la penumbra, las sombras se retorcían a su alrededor y el dolor lo desgarraba por completo.

El llanto de Mirela y sus gritos resonaron desoladoramente. Cada sonido se clavaba en él, destruyéndolo en pedazos.

Sin importar nada, esas palabras se repetían una y otra vez, como un eco violento.

“Te rechazo...”

Su piel ardía como si estuviera siendo despojada, como si una parte de sí mismo se estuviera rasgando.

"Yo, Ascian Lucas, no necesito una luna..."

Un nudo apretado se formó en su garganta cuando se sentó en la cama. Su corazón palpitaba con intensidad. Respirar era una tortura a la vez que luchaba contra las sombras que lo envolvían. Sus garras se extendieron, listas para desgarrar cualquier amenaza que percibiera.

Le llevó un momento recobrar la calma, pero se dio cuenta de que era la misma pesadilla maldita. Mirela no había regresado a sus brazos y él no la había rechazado nuevamente. Tres años. Tres malditos años soportando la misma m*erda. Había despertado sudando frío de aquel mal sueño, el cual le había causado un dolor punzante en el pecho. 

Su cuerpo se llenó de tensión al percibir una mano posada en su espalda; rápidamente comprendió que no estaba solo. Al girarse hacia la mujer, dejó escapar un gruñido. No tenía ni idea de quién diablos era la dama, pero ella sabía muy bien que nunca debía quedarse la noche con él. ¡Debió haberse marchado en cuanto concluyeron todo! ¡Esas eran las malditas reglas!

Frente a esos inquisidores ojos, ella desvió su mirada. Él, por su parte, no pasó por alto las trémulas manos de la mujer, quien las apartó de un tirón. 

"¿Por qué sigues aquí?"

¡C*rajo! Nadie debía verlo en ese estado. Temblando, con el sudor empapando su cuerpo y perdiendo el control, como si no fuera el alfa más dominante. Sin duda, Mirela lo había vuelto débil.

"Yo... creí que volvería a necesitarme, Alfa", respondió ella.

La chica yacía aún desnuda, con la sábana deslizándose de su cuerpo. Sus sentidos agudizados captaron cada una de sus curvas. Eran voluptuosas y exquisitas, despertando un anhelo en su entrepierna. Sin duda, él sabía el porqué: aquella figura le recordaba a la de Mirela. Esa era la razón por la cual había escogido a esa mujer desconocida para compartir su cama anoche, aunque apenas recordaba cómo habían llegado allí. Pero eso no importaba, porque por más satisfactorio que hubiera sido, nunca podría compararse con ella, su Mirela. ¡Cielos!, él estaba condenado a un perpetuo deseo insaciable.

"Vete de aquí", vociferó.

La mujer sin nombre saltó como un resorte de la cama y recogió sus prendas. Sin molestarse en verificar si ella se había ido, él se puso de pie y se dirigió hacia el armario de bebidas al otro lado de la habitación. Se sirvió un par de tragos, uno tras otro, antes de decidirse a llevar toda la botella consigo hacia el sillón.

Débil. Ahora era un debilucho. Una pequeña hembra lo postraba de rodillas cada noche, y eso simplemente no podía ser. Necesitaba ponerle remedio. Y para hacerlo, solo requería una cosa y esa era ella. Mirela Elizabeth, la mujer que le había infligido el mayor dolor. Pero habían transcurrido tres años y ella se encontraba desaparecida. Él no lograba dar con ella, y cada intento resultaba en fracaso.

Mientras saboreaba su bebida, sus ojos se desviaron lentamente hacia el cajón de la esquina, clavándose en él con las mandíbulas apretadas. Tres años habían transcurrido, pero aún conservaba lo que ella había dejado, sin atreverse a botarlo. Cada fibra de su ser anhelaba deshacerse de las cosas de la mujer, pero algo en su interior lo impedía. Y esa frustración se sumaba al tormento de las pesadillas. ¡Él no la necesitaba! ¡Antes de que ella apareciera en su vida, todo era perfecto!

Cerró los ojos, sumergiéndose en los recuerdos de tres años atrás.

En el espejo, se reflejaba una mujer ataviada con un elegante vestido blanco que evocaba la imagen de una princesa. Ella le devolvió una sonrisa radiante mientras se quitaba los aretes de perlas que adornaban sus orejas. 

"Esta noche, no confío en ti lo suficiente como para llevar estos puestos", susurró ella con una mueca juguetona.

"Es cierto, será mejor que no confíes en mí". Él se acercó a ella y, con suavidad, la abrazó por la cintura, llevándola a la cama mientras sus risas resonaban melodiosas.

Con una aguda opresión en el pecho, Ascian abrió los ojos y contempló su cajón una vez más. Él era consciente de que se tomaría toda la botella de una sola sentada.

"Mirela, ¿dónde te encuentras?. Mi vida se ha convertido en un abismo desde que te marchaste. Necesito que soluciones lo que hiciste", murmuró con tristeza. Los recuerdos de aquellos hermosos ojos azules y, especialmente, la imagen de su radiante sonrisa, se aferraban a su mente sin descanso.

Ella lo había amado.

Ahora, lo perdido era irremplazable y en su lugar solo quedaba el lamento, el sufrimiento y un profundo vacío. Tres años habían transcurrido desde su desaparición, pero no lo hizo sola: ella se llevó consigo su alma, arrebatándole toda esencia. Sin emociones, sin amor, sin la dulzura que tanto anhelaba. Aquella devastación fue un golpe inesperado que él jamás imaginó.

Ascian se despertó y echó un vistazo al reloj: eran las tres de la madrugada. Mientras todos dormían en paz, él se atormentaba con los remordimientos de sus acciones pasadas. Caminó hacia la inmensa ventana de cristal y se detuvo allí, contemplando el paisaje exterior.

Sus ojos mostraban calma, pero también emanaban una peligrosidad latente.

"Te perseguiré sin importar la distancia que nos separe".