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bestia

bestia

Autor:Sam León

Terminado

Introducción
Harry Stevens grita peligro en cada poro del cuerpo y no precisamente por las escandalosas cicatricesque lleva en el lado izquierdo de la cara.Es la clase de chico con el que no quieres involucrarte porque sabes, por sobre todas las cosas, que va adestrozarte. Es de la clase de hombre que guarda una cantidad aterradora de secretos losuficientemente perturbadores como para hacer que quieras huir de él lo antes posible. Es de la clasede hombre que, pese a todo el odio y rencor acumulado que carga sobre los hombros, es capaz dehacerte tocar el cielo con un beso…Sé que no es de fiar. Sé que debo poner cuanta distancia sea posible entre él y yo porque su mundoacabará con el mío si no le pongo un punto final a lo que siento..., pero no puedo hacerlo. No puedohuir de él. No, cuando la oscuridad que vive dentro de él se disipa cuando está a mi alrededor. No,cuando lo amo del modo en el que lo hago…El ángel vino en forma de bestia y vino a salvarme.Quizás… —solo quizás— vino a acabar conmigo.
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Capítulo

  «No llores, no llores, no llores, no llores…». Pienso, pero no puedo detener el torrente cálido y húmedo de mis lágrimas desesperadas.

  El nudo de mi garganta se aprieta cuando hago un recuento mental del dinero que tengo guardado en la pequeña caja que se encuentra dentro de mi habitación. Presiono mis palmas frías

  y temblorosas en mis ojos, y reprimo un sollozo.

  Es casi medianoche y no tengo el coraje de entrar al departamento donde vivo porque sé qué es lo que voy a encontrar. Sé quién me espera y no estoy lista para enfrentarlo…

  Estoy acurrucada, hecha un ovillo en el pasillo del horrible edificio en el que vivo, con la vista clavada en un punto en el suelo y un nudo de nerviosismo instalado en el estómago.

  Soy patética.

  Sé que está sobrio. Sé que no ha bebido una sola gota de alcohol y sé que no hay otro momento en el que le tema más. Dios sabe cuánto necesito que esté borracho para que no trate de golpearme. Para que no trate de tocarme…

  Mi corazón late con furia contra mis costillas y casi puedo jurar que va a perforar un agujero para salir de mi cuerpo.

  «No llores. No llores. No. Llores…».

  Cierro mis ojos con fuerza y, justo en ese momento, tomo una inspiración profunda. Necesito tranquilizarme.

  Aliso las arrugas de la percudida camisa blanca que llevo puesta, solo porque necesito hacer algo de tiempo para armarme de valor y levantarme del suelo.

  Limpio la humedad de mis mejillas con el dorso de mis manos y presiono mis palmas contra mis rodillas flexionadas, en un débil intento de disminuir el temblor de mi cuerpo, pero nada funciona.

  «Puedes hacerlo, Maya». Me aliento. «Puedes hacer esto. Solo cómprale una cerveza y enciérrate en tu habitación».

  Pero sé que no es tan sencillo como eso. No va a tener suficiente con una bebida. Va a derribar la puerta y va a volver a hacerme daño.

  Los cardenales que me hizo la semana pasada aún tiñen la piel de mis brazos, pero la hinchazón de mi pómulo derecho ha disminuido considerablemente. Sin embargo, no sé qué demonios voy a hacer para justificar más marcas en el trabajo. No sé cuánto tiempo más van a comprarse la patética historia que me he inventado. Esa en la que le digo a todo el mundo que soy la torpeza hecha persona…

  La opresión en mi pecho aumenta un poco más y me hundo lentamente. No puedo evitarlo. Tampoco puedo pedir ayuda. No puedo hacer nada porque es mi papá...

  Los pasos provenientes de las escaleras me obligan a volver a la realidad. Vuelco mi atención hacia ellas y trato de recomponerme al darme cuenta de que alguien sube a paso lento y despreocupado. La humillación se filtra en mi interior como la humedad.

  Trato de no levantar la cabeza para nada, pero la curiosidad es muy grande, ya que sé de quién se trata.

  He visto al vecino del piso superior muy pocas veces en todo el tiempo que tiene viviendo aquí. Llegó hace meses, pero no es alguien muy sociable.

  Apenas tengo una vista de su espalda mientras pasa de largo hasta el siguiente tramo de escaleras. Es bastante alto e imponente.

  El tipo no habla con nadie, pero escuché a un par de señoras en el primer piso decir que era alguien aterrador. Con todo y su falta de interés en las personas que viven en el mismo edificio que él, puedo asegurar que tiene una economía bastante holgada; tomando en cuenta que tuvo los medios para comprar todo el piso de arriba y remodelarlo. Es el único inquilino que es dueño de un piso entero en el complejo habitacional más horrible de todo San Francisco. No entiendo cómo es que una persona en su sano juicio compraría algo aquí. El edificio está cayéndose a pedazos y, a pesar de eso, el vecino de arriba invirtió en él.

  «¿Por qué?».

  El familiar crujir de la puerta del departamento donde vivo, hace que el terror me invada de nuevo y me incorporo lo más rápido que puedo. Trato de poner distancia entre ella y yo, pero es demasiado tarde.

  Mi padre ya está aquí y tira de mi muñeca con brusquedad y reprimo un grito ahogado al tiempo que hago una mueca de dolor.

  Mi mandíbula se aprieta en el instante en el que veo los ojos enrojecidos que me miran con dureza y enojo. Mis puños se cierran con tanta fuerza, que puedo sentir cómo las uñas se entierran en la carne blanda de mis palmas. Un nudo quema en la parte posterior de mi garganta y el miedo me atenaza las entrañas con una fuerza demoledora.

  Quiero llorar y suplicar que me deje ir, pero estoy congelada por el horror.

  Casi puedo jurar que estoy a punto de vomitar. La ansiedad que detona en mi sistema es tan grande, que quiero gritar. Quiero correr lejos de aquí. Quiero esconderme y no salir nunca…

  —¡¿Dónde estabas?! —espeta, con dureza. Trato de mantener mi nerviosismo a raya, pero es imposible.

  —Papá… —suplico en un susurro.

  «Aquí no. Por favor, aquí no».

  —¡¿DÓNDE MIERDA ESTABAS?! —escupe en un grito.

  —¡Trabajando! —suelto, en un siseo ansioso.

  —¡Sí, claro! ¡A mí no me vas a ver la cara de estúpido! —espeta—. ¡Necesito dinero! ¡¿Dónde diablos tienes el maldito dinero, Maya?!

  —Necesito ir a buscarlo dentro —tartamudeo y trato de escurrirme entre su cuerpo y el marco de la puerta, sin embargo, él golpea la madera con brusquedad para impedirme el paso.

  —Si vas a buscar el dinero que estaba en la caja de música de tu habitación, ya no está —me regala una sonrisa descarada—. Lo tomé hace días.

  «Oh, mierda…».

  Era el dinero de la renta. Era todo el dinero que tenía.

  El coraje se mezcla con el miedo y la ansiedad.

  —No tengo más —mi voz suena inestable y ronca.

  Entonces, tira de mí con brusquedad y mi pecho golpea contra el suyo. Sus manos se aferran a mi bíceps y su agarre es tan fuerte, que me hace daño. El asco y la repulsión me invaden por completo cuando siento cómo su aliento caliente y rancio golpea mi mejilla. Quiero gritarle que me suelte; quiero poner distancia entre nosotros, pero estoy congelada en mi lugar.

  —Disculpa —una voz tranquila, ronca y arrastrada suena a mis espaldas.

  En ese instante, la mirada de mi papá se clava en un punto detrás de mí y aprovecho su distracción para apartarme un poco.

  Doy un par de pasos hacia atrás, cuando, de pronto, mi espalda choca contra algo cálido y blando. Mis ojos se cierran con el mero contacto y siento cómo la vergüenza toma posesión de mi cuerpo.

  —Creo que se te cayó esto… —una mano grande aparece en mi campo de visión y soy capaz de mirar el billete de cincuenta que está doblado entre los dedos medio e índice.

  Mi papá mira la ofrenda durante unos segundos antes de arrebatar el dinero con brusquedad y encaminarse escaleras abajo sin decir nada.

  Las lágrimas inundan mis ojos, pero un suspiro aliviado brota de mis labios. Me siento humillada, avergonzada, enojada y agradecida. Todo al mismo tiempo.

  Trato de recomponerme. Sé que se trata del vecino de arriba. Es la única persona que estaba cerca. Debe ser él…

  No quiero mirarlo. No quiero tener que enfrentarme a él después de lo que acaba de ocurrir, pero sé que debo agradecerle el gesto. Sé que debo disculparme y asegurarle que voy a regresarle su dinero.

  Así que, sin más, me giro sobre mis talones y lo miro…

  La visión de su rostro me golpea como un látigo. Él también parece tomado por sorpresa, ya que su mandíbula se aprieta y su cabeza se gira hacia un lado para no mirarme de frente. Sé que trata de ocultar algo que ya vi…

  El lado izquierdo de su cara está surcado por cicatrices burdas e irregulares. Apenas tuve un vistazo de las escandalosas marcas, pero fue suficiente para hacer que todo mi rostro delatara la impresión que causó en mí.

  Me aclaro la garganta, al tiempo que trato de recomponerme del golpe de asombro de hace unos instantes.

  —Voy a pagarte —me obligo a decir y quiero golpearme por sonar así de asustada.

  De pronto, el chico delante de mí clava su mirada en la mía y me quedo sin aliento.

  Un par de impresionantes ojos color verde esmeralda me observan fijamente. Las tenues luces del pasillo sombrean su rostro, de modo que la parte izquierda de su cara ha quedado parcialmente oculta de mí. El cabello rizado que sobresale del gorro ayuda a que las marcas apenas sean visibles, sin embargo, el ángulo de su mandíbula lo hace lucir peligroso. La imagen es devastadora. Luce como un animal herido y enfurecido. Luce aterrador…

  —No es necesario —habla con voz neutral, pero hay un filo tenso y defensivo en su tono.

  —No —digo determinante—. Voy a hacerlo.

  Su ceño se frunce ligeramente ante mi respuesta, pero no dice nada más. Se limita a regalarme un asentimiento torpe y rígido antes de girarse para avanzar hacia las escaleras.

  Quiero decir algo —cualquier cosa— para agradecer lo que acaba de hacer por mí, pero ningún sonido sale de mi boca en ese instante.

  No es hasta que va a medio camino, que soy capaz de tomar el control de mis cuerdas vocales.

  —¡Gracias! —digo en voz alta.

  Él se detiene en seco y me mira de reojo. Casi puedo jurar que he visto un atisbo de sonrisa en sus labios… casi.

  Entonces, reanuda su marcha.

  No sé cuánto tiempo me quedo mirando el punto por donde aquel hombre ha desaparecido, pero no puedo dejar de revivir la imagen aterradora de su rostro. Ahora sé por qué no es una persona sociable. No puedo imaginar cuán difícil debe ser entablar una conversación con alguien; sobre todo cuando ese alguien no hace más que mirar tu rostro con una expresión incómoda y lastimera.

  «¡Eres una estúpida!». Me reprimo mentalmente. «¡No debiste lucir tan impresionada!».

  Un suspiro cargado de pesar brota de mi garganta, pero me obligo a entrar al departamento en el que vivo.

  No me sorprende, en lo absoluto, encontrar latas vacías de cerveza regadas por todos lados cuando echo un vistazo alrededor. Una exhalación irritada me abandona, pero sin perder el tiempo, las levanto del suelo y las arrojo al cesto de la basura.

  Dejé la escuela hace seis meses. No creo poder retomarla. Al menos, no pronto. No mientras papá no se ponga a trabajar.

  Mamá se largó hace más de ocho meses y me siento aliviada por eso en cierto modo. Sin embargo, en momentos como este, lo único en lo que pienso es en que me hubiese encantado que me llevara con ella. Apenas puedo soportar estar cerca de mi papá. Apenas puedo estar en mi propia piel…

  Estoy agotada, pero me digo a mí misma que puedo hacer un poco de limpieza antes de irme a la cama.

  Me toma alrededor de una hora poner orden en el pequeño espacio. Agradezco el hecho de que mi papá aún no ha regresado. Mis nervios necesitan unos instantes de paz.

  Después de un rato, cuando termino y quedo conforme con el aspecto de la sala y la cocina, me sirvo un poco de cereal y me encierro en mi habitación.

  Una vez dentro, atraco la puerta con un viejo baúl del cual ni siquiera tengo llave, y me deshago del uniforme del restaurante donde trabajo para ponerme algo cómodo con que dormir. Entonces, me siento sobre el colchón donde duermo y trato de comer algo del cereal que preparé.

  No puedo dejar de pensar en qué es lo que haré para conseguir el dinero de la renta este mes. Puedo trabajar horas extras, pero sé que no será suficiente…

  Muerdo mi labio inferior y miro mi computadora. Es lo único de valor que me queda y me siento miserable ante la idea de deshacerme de ella. La pesadez se ha instalado en todo mi cuerpo, pero sé que, si quiero comer algo el resto de la semana, debo venderla. Con suerte tendré dinero suficiente para pagar el alquiler, comprar algo de comida y pagarle al vecino los cincuenta dólares que le dio a mi papá.

  Trato de convencerme a mí misma de que mañana pensaré en algo mejor para no tener que llegar a esos extremos, pero muy en el fondo sé que voy a terminar deshaciéndome de ella. Muy en el fondo sé que voy a terminar vendiéndola…

  Estoy tan cansada ahora mismo, que apenas puedo mantener los ojos abiertos, así que, finalmente, me rindo y dejo el plato de cereal a medio comer en el suelo antes de acurrucarme sobre mi cama improvisada.

  La bruma del sueño se apodera de mí rápidamente; sin embargo, una última imagen invade mi cabeza antes de quedarme completamente dormida… La imagen de un chico con el lado izquierdo de la cara lleno de cicatrices.