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Amor a tres bandas: el divorcio de un CEO

Amor a tres bandas: el divorcio de un CEO

Autor:Jafet Yakuza

En proceso

Introducción
¿Qué harías su tu esposo, un poderoso y millonario CEO, te dijeran que se tienen que divorciar porque acaba de encontrar un nuevo amor? ¿Y si ese nuevo es una compañera de la infancia? ¿Y si esa compañera tiene cáncer y su último deseo es casarse con tu esposo? ¿Y si tal vez este fingiendo el cáncer?
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Capítulo

Tres años pueden parecer muy poco o mucho. Por ejemplo, tres años en la tierra es muy poco. Apenas los bebés hablan y caminan a esa edad, apenas si pueden sobrevivir y solo con la ayuda constante y atenta de sus padres. Tres años son mucho si está en la cárcel o secuestrado. En su matrimonio con María, un matrimonio sin sexo y sin amor, para Carlos, tres años parecen una eternidad. Y no es solo porque ella tenga meses en Berlín, en una de sus tantas maestrías, doctorados y no sé qué tantos diplomados que toma, y que Carlos paga. Es también porque ese matrimonio ha sido una farsa desde el principio.

Así que Carlos toma su celular y le llama. Allá ha de ser la una de la tarde más o menos. No tendría por qué no contestarle. Carlos es su esposo y le debe eso. Le va a contestar como siempre, se va a emocionar porque le está llamando desde el otro lado del mundo y no solo le mando un audio. Va a querer hacer una videollamada y le va a presentar a la persona con la que esté en los brunchs que todo el tiempo quiere hacer. Carlos saludará a su acompañante y hará un poco de charla sobre el clima y sobre cómo le va. Después le dirá que tienen que hablar.

Pero la cosa pasa muy distinto. No le contesta. Mira la pantalla del teléfono que muestra que el número al que llama no está disponible y frunce el ceño, ¿qué está haciendo esta mujer? ¿Cómo es posible que no respondiera a su llamada?

En este momento, su teléfono le manda a buzón. Minutos después, le manda un mensaje. “¿Qué pasó? ¿Todo bien?”. Le responde: “Tenemos que hablar. En persona. Compra un vuelo de regreso. Usa mi American Express”. No espera a ver su respuesta.

Carlos va hacia el otro cuarto. Ahí está Aura, más hermosa que nunca, pero también más enferma que nunca. Su cabello castaño y rizado, que antes le llegaba por debajo de los hombros y que cuando se reía se movía con ella. Ese cabello que dejaba pasar la luz del sol y que tomaba tonos más oscuros. Ese cabello ahora estaba casi a rape. Ella le dijo que la quimioterapia hacía que se le cayera y que no quería ver sus rizos tirados en la ducha.

Aura lo voltea a ver. Sus ojos son color miel, o gris, o a veces cafés. Depende de qué color sea la blusa que use. En este caso, es una bata para dormir de seda rosa que él le regaló en cuanto llegó.

—Mi amor, ¿pudiste hablar con ella? —le pregunta, con una sonrisa que le deja ver sus dientes perfectos y blanquísimos. —No, todavía no —le responde mientras le besa la mano. Su piel es suave y todavía tiene los tonos cobrizos de una piel saludable y bronceada—. Pero ya le dije que tomara un vuelo. Si no lo compra ella hoy mismo, yo lo hago.

—¿Estás seguro de que quieres esto? —sube su mano y le acaricia la mejilla. Su muñeca huele a Santal 33, a madera, a ese sándalo que lo volvió loco cuando la conoció. Le regaló ese mismo perfume cuando llegó a la casa, hace un mes.

—Por supuesto —le responde—. Lo que más quiero es hacerte feliz. Tú me salvaste la vida y lo menos que puedo hacer. No, lo que quiero hacer es estar contigo el tiempo que nos quede.

—Me va a encantar ser tu esposa. Aunque sea unos meses.

—No digas eso.

—No tengo dinero. No puedo pagar el tratamiento —dice y baja la mirada. Va a empezar a llorar. Carlos no puede soportar cuando Aura llora.

—Lo mío es tuyo. Ya te dije que, cuando nos casemos, tendrás a disposición todo mi dinero. Es más, la casa va a estar a tu nombre.

—¿No está a nombre de María? —él nota que se pone nerviosa.

—Son detalles —la tranquiliza con un beso en la frente—. Ya hablé con el abogado. Dice que después del divorcio, puedo poner lo que sea al nombre de quien yo quiera.

Tres años son mucho sin que alguien te diga que te ama. Y Carlos no se había dado cuenta de qué tanto tiempo ha pasado sin que alguien se lo diga, de que desde que se casó con María nunca se lo ha dicho, que cuando Aura lo dice quiere soltarme a llorar:

—Te amo.

Sin embargo, no puede responderle porque no la ama. Pero le debe todo, pues sin su ayuda, él no estaría aquí y hubiera muerto ahogado en esa alberca a los 12. No puede mentirle, así que, la besa en la boca y espera que ese beso sea lo que ella espera.