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TROYANO

TROYANO

Autor:Beca Aberdeen

Terminado

Introducción
Por suerte, los únicos progresistas que conocen la existencia de la isla donde se esconden los naturalistas, Sagalia, son sus prisioneros. ¿Pero con cuánto tiempo cuentan antes de que los progresistas rastreen a los suyos y encuentren Sagalia?Ash, acostumbrada a que la confundan con una espía, decide convertirse en una y adentrarse en la sede progresista para insertar su último troyano en el sistema de seguridad que controla al enemigo. Sin embargo, no podrá hacerlo sola, ya que no sabe nada de las costumbres enemigas. Driamma la acompañará en esta arriesgada misión para ganar la guerra.
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Capítulo

  Una gota de sudor resbaló por el cuello de Capi hasta humedecer la costura de su camiseta. La máquina de entrenamiento sostenía todo su cuerpo en vertical a la vez que lo obligaba a imitar los movimientos de un corredor mediante esferas acolchadas que se ceñían a sus brazos, cintura y piernas.

  Ash lo observó desde una silla junto al gran ventanal de la habitación por donde el sol entraba a raudales anunciando la llegada de otro día caluroso. Llevaban una semana de temperaturas exageradas, en las que se intercalaba un bochorno aplastante con tormentas tropicales. Apretó un botón para abrir el techo y que la brisa salada de la mañana recorriera la estancia.

  —Voy a poner algo de música —anunció, apartando la vista de Capi—. Es aburrido hacer ejercicio en silencio, ¿no crees?

  La piel del muchacho, perlada por su sudoración, brilló al sol. La fina camiseta se ceñía a los músculos de su espalda como una segunda piel, mostrándolos tan definidos como los de una estatua de mármol renacentista, que ha sido creada con el único propósito de ser bella.

  Ash esbozó una sonrisa triste al darse cuenta de que su capitán estaba más en forma que nunca. Había sido testigo de esos cambios día tras día, ahora que podía examinarlo a su gusto sin sentir una pizca de vergüenza.

  Tan cerca de él, y a la vez… Y a la vez tan lejos.

  —¿Puedes creer que los progresistas usan esta máquina para ponerse en forma sin esforzarse? —inquirió, oteando el mar a través del ventanal. Era un hermoso manto azulado con dotes de espejo que besaba el cielo en el horizonte—. ¿Cómo pueden ser tan perezosos?

  Ash se había criado con la obligación de ejercitarse para producir energía, mientras que los progresistas la consumían para mantenerse en forma sin sufrir. Era el colmo de la indolencia.

  Como si fuera consciente de que la estaba criticando, la máquina emitió un pitido para anunciar que el programa seleccionado estaba a punto de acabarse.

  —¿Te apetece hacer abdominales? —le preguntó mientras ojeaba la lista de ejercicios—. No recuerdo si ayer trabajaste esa zona, o… ¿Fue antes de ayer?

  Los movimientos de Capi, guiados por la máquina, se ralentizaron de forma paulatina hasta detenerse por completo.

  —¿Sabes? Estás especialmente callado hoy —comentó con fingida indiferencia, procurando no sonar triste.

  Quieto y suspendido por los cilindros alrededor de su cuerpo, sus pies no llegaban a tocar el suelo. Ahora que el sonido de la máquina se había detenido, Ash podía escuchar su respiración acelerada por el ejercicio. Sus hombros subían y bajaban mientras recuperaba el resuello. La pequeña pantalla frente a ella indicaba que sus pulsaciones estaban en ciento cuarenta y seguían bajando. Tenía el corazón de un deportista, con la temperatura de un cubito de hielo.

  —Mejor le damos un descanso a tus músculos, he leído que es contraproducente sobrecargarlos.

  Activó la finalización del entrenamiento, dando paso a la higienización. La máquina desvistió a Capi hasta desnudarlo por completo.

  Por supuesto, antes de eso, Ash se dio la vuelta en la silla para dirigir su vista al horizonte del océano. Ni una sola vez, en esos dos meses, le había echado un vistazo durante la higienización y no iba a empezar ahora. Las ruedas de la máquina chirriaron con suavidad al deslizarse por el suelo, mientras introducía el cuerpo de Capi en la cápsula de la ducha. El programa de lavado pasivo se activó, entonces, durante los dos minutos de costumbre.

  Para cuando Ash regresó su atención a la habitación, Capi ya estaba vestido y acostado en la camilla. Se aproximó a él, hasta que su abdomen dio contra el lateral del colchón y lo observó en silencio. Sus hermosas pestañas estaban cerradas en una expresión de plácida languidez. Llevaban tanto tiempo cerradas que estaba empezando a olvidar la tonalidad de sus ojos.

  La sien morena no tenía ni un rasguño de la bala que lo había alcanzado, pero eso no quería decir que no hubiera secuelas invisibles bajo la piel.

  Suspiró, profundo, para ahuyentar los pensamientos negativos. Procuraba dejarse la tristeza de puertas para fuera y así transmitirle al muchacho energía y vitalidad, a sabiendas de que las emociones eran contagiosas, pero hoy, fingir, se le estaba haciendo cuesta arriba.

  —Driamma cree que despertarás esta semana —susurró cerca de su rostro—. No se equivocó sobre que estabas vivo la última vez. Así que ya no me atrevo a dudar de su palabra. Pero los médicos dicen que el último tratamiento debería haber funcionado ya. ¿A qué esperas, Capi?

  Se arrepintió de haber perdido la compostura en cuanto su voz resonó desesperada en la silenciosa habitación.

  Cerró los ojos luchando por recuperar las fuerzas. Habían usado las mejores máquinas de regeneración en su cerebro, y todo daño visible estaba reparado. No obstante, dependía de él encontrar ese interruptor que lo sacara del sueño profundo de vuelta a la realidad.

  Ash cubrió la mano de Capi, que descansaba sobre la sábana blanca, con la suya y le dio un apretón.

  —Le diré a los enfermeros que te inyecten la comida —anunció con voz dulce. No volvería a emanar negatividad en aquella habitación.

  Observó su rostro un instante más, preguntándose cómo la creación había hecho algo tan hermoso para después permitir que una minúscula bala lo hiriera de tal forma. No era justo, pero la vida rara vez lo era.

  Abandonó la habitación más decaída de lo que estaba al llegar. Por mucho que quisiera creer en la corazonada de Driamma, el tiempo no corría a su favor. Cuanto más tiempo pasara Capi durmiendo, más le costaría salir de ese calmado mar de inconsciencia.

  Si aquella mañana Ash tan solo se hubiera quedado en la habitación un minuto más, hubiera vuelto a ver los ojos verdes de Capi.