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Te quiero, pero voy a matarte

Te quiero, pero voy a matarte

Autor:Ingrid V Herrera

Terminado

Introducción
Sinopsis Cosas que debes hacer si tu nombre es Reby Gellar: 1. Por nada del mundo entres en contacto con el agua. 2. No caces gatos. 3. No te enamores del amor de tu vida. 4. No te comas al amor de tu vida. Y recuerda: Una cosa es "Almorzar té con tu novio" y otra muy diferente es "Almorzarte a tu novio"Reby no la tiene nada fácil, sobre todo por su linaje. La sangre Gellar corre por sus venas y con ella la extraña condición que la hace convertirse en un mortal felino al contacto con el agua y le impide distinguir entre su corazón y los que ama para hacerles daño. Víctima de su situación, Reby se ve obligada a vivir sola y desamparada la mayor parte de su vida hasta que decide ir en busca de la familia que le queda, llegando hasta Sebastian. Junto a él y Michael, un chico dispuesto a todo por ayudar, se enfrentarán a una persecución de peligros, garras, maullidos y sentimientos encontrados para desentrañar el misterio de la extraña condición familiar y huir de aquellos que descubren el secreto mejor guardado de la dinastía Gellar.
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Capítulo

  Tenía hambre de oso, hambre que hacía que sus tripas rugieran con salvajismo.

  Allan Lambert se levantó de la cama, abrió la puerta de su habitación y, tras él, dejó el desorden adolescente en su máxima expresión. Con la mínima elegancia posible, arrastró sus pies descalzos por el pasillo, mientras, bostezaba de forma ruidosa y se rascaba el vello arremolinado en la periferia de su ombligo.

  —Eh, Jamie, baja de ahí —le dijo a su hermano pequeño que estaba saltando sobre el sofá de la sala. Tenía una sábana amarrada alrededor de su cuello como si fuera una capa de superhéroe, empuñaba una espada de cartón y lucía una corona de las que regalaban en Burger King, que le quedaba grande y estaba chueca sobre su cabeza.

  El niño lo ignoró de manera deliberada y siguió dando gritos de guerra: luchaba a espadazos contra un dragón invisible.

  Allan abrió casi desesperado el refrigerador y escrutó el interior, esperanzado.

  Vaya, la verdad es que hasta los vagabundos podrían encontrar más comida en un basurero que ahí dentro. Todo lo que sus ojos veían era una solitaria caja de leche a medio acabar y una envoltura, arrugada y vacía, de queso.

  —Diablos —masculló cuando su estómago notó el precario estado de la despensa—. Jamie, ¿dónde está mamá? —gritó por encima del ruido del televisor y sacó la cabeza del refrigerador.

  —Salió —le contestó el niño sin dejar de brincar como una cabra loca—, pero dijo que me dieras diez libras y me llevaras al zoológico.

  —Buen intento.

  Jamie estalló en carcajadas y Allan se resignó a tomarse la leche desde el envase, de todas formas, su madre no estaba ahí para reprenderlo por actuar como un cerdo.

  —Noticia de último minuto —anunció la voz neutra del conductor del noticiero. Allan nunca veía las noticias, así que se limitó a rascarse la pantorrilla izquierda con la uña del pie derecho. Maldición, ¿por qué todo le picaba en la mañana?—. Se ha reportado una pantera. Está vagando por los alrededores de West Harrow —informó con tono formal y en el inferior de la pantalla apareció un pequeño recuadro de Google Maps que señalaba la zona—. Vecinos del lugar avisaron a las autoridades para...

  Allan expulsó la leche por la nariz sin poder evitar la sorpresa y estiró el cuello para visualizar el televisor. Repentinamente en alerta, fue hasta la sala y se limpió la cara con la manga de su pijama. Se dejó caer el sofá con la vista fija en el televisor. A su lado, Jamie no dejaba de saltar y Allan hizo un gesto vago con la mano para que se calmara.

  —Nos enlazamos con nuestro corresponsal, Peter Belmont, para el reporte completo.

  De pronto, la imagen cambió del estudio a un hombre que vestía un impermeable amarillo y tenía un micrófono en la mano. A su espalda se podía ver parte de la calle principal de West Harrow bloqueada por camionetas y oficiales de la Sociedad Protectora de Animales que rondaban y tomaban fotografías como si fuera la escena de un crimen.

  —Muy buenos días. Así es, Erick, como podemos observar, el personal de la Sociedad Protectora de Animales se encuentra ya resguardando a este ejemplar de pantera para examinarlo y posteriormente ponerlo a disposición del zoológico de Londres ya que... —El hombre siguió gesticulando, pero no decía nada. La barra de volumen se encogía en la parte inferior de la pantalla.

  —¡Jamie, pisaste el control remoto! —Trató de rescatar el aparato que había caído entre los cojines arrugados y presionó el botón del volumen tan rápido que, sin darse cuenta, cambió de canal.

  —Maldición.

  —¡No, déjalo ahí! —rogó Jamie y le sacudió el hombro con sus rollizas manos—. ¡Estaba Bob Esponja!

  —Al diablo con Bob Espuma, Jamie. Siéntate, cállate y déjame ver...

  Allan contuvo la respiración cuando el reportero se hizo a un lado para continuar con la descripción del incidente: la cámara enfocó a cinco hombres fornidos que levantaban al lánguido animal cubierto con una manta. Estaba sedado y vio cómo lo metían en la parte trasera de una enorme jaula que sería jalada por un vehículo de la Sociedad Protectora de Animales.

  Las imágenes se remplazaron por la grabación previa a su captura. El enorme felino negro agazapado, desorientado entre los autos. La gente que estaba en las aceras gritaba, palidecía, se empujaba, perdía el control: algunos soltaron sus paraguas y salieron corriendo como si olvidaran la lluvia torrencial que caía sobre sus cabezas.

  Un caos.

  —... hasta el momento se desconoce el origen de su procedencia, pero se presume que ha salido del bosque. —La pantera saltó sobre el cofre de un auto. El conductor, aterrado, enloqueció y presionó la bocina con insistencia. Solo alteró más al animal y logró que rugiera con fuerza y diera zarpazos letales contra el parabrisas.

  Allan arrastró el trasero al filo del asiento, mientras, veía cómo la policía acordonaba el lugar. Observó cómo un hombre uniformado le disparaba al felino un dardo tranquilizante en el cuello. El animal rugió, dio vueltas sobre sí, se revolvió atontado, bajó a trompicones del auto y, finalmente, cayó. Su cabeza rebotó contra un charco y sus patas se extendieron hacia adelante. La lluvia resbaló sobre su pelaje negro noche y lo hizo brillar.

  El reportero volvió a aparecer en pantalla.

  —Hasta aquí la información, regreso cámaras y micrófonos al estudio.

  Allan apagó la televisión y se quedó con la mirada ausente, fija en el vacío, como si le estuviera dando vueltas a un asunto.

  —Mierda —masculló al fin.

  —¡Mierda! —repitió Jamie y levantó los brazos sobre su cabeza como si hubiera dicho «¡helado!», en vez de una palabrota.

  —¡Jamie, cállate! —Arrastró al niño hasta su regazo y le tapó la boca.

  —¡No, suéltame! —suplicó entre carcajadas.

  —No dirás más palabrotas.

  —Mierda, mierda, mierda, mierda, mierda.

  —De acuerdo. —Dejó a su hermano en paz y se levantó—. Te daré cinco segundos de ventaja para que corras, prepárate para sufrir.

  Jamie sabía a lo que se enfrentaba. Su hermano era un maestro en lograr que se hiciera pis en los pantalones gracias a las cosquillas que le haría si no corría. Debía hacerlo por el bien de sus calzoncillos de Bob Esponja, ¡estaban recién salidos de la lavandería!

  Jamie pegó un grito por anticipado, se dio media vuelta y salió disparado hacia el pasillo. Allan se aplaudió en su interior por haberse deshecho de esa pulga tan fácil.

  Se acercó a la ventana y se abrió paso entre las cortinas. Recargó una mano en el cristal: del otro lado las gotas de lluvia trataban de tocarlo, rápidas y gordas. Cerró los ojos. Una agradable sensación de irrealidad lo golpeó y las imágenes de la pantera rebobinaron en su mente.

  Muy dentro de él lo sabía.

  Sabía que Reby había vuelto.