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Sencilla Obsesión

Sencilla Obsesión

Autor:Haimi Snown

Terminado

Introducción
Un deseo pensado al ver una estrella fugaz resultará ser el principio del fin de su satisfactoria vida. Jared estaba seguro de haber dejado atrás los más oscuros días de su vida, pero el pasado vuelve para atormentarlo.Íria, su amor de la adolescencia, regresa después de trece años. Y a partir de ahí nada es lo que parece.Él no la quiere cerca. Ella no se deja alejar.Fuerzas más allá de sus deseos parecen mover sus existencias. ¿O acaso los deseos son tan poderosos que se imponen sobre cualquier obstáculo?Cuando los verdaderos propósitos se ocultan, cuando los pensamientos no llegan a transformarse en palabras, cuando los planes de uno son contrarios a los del otro, empieza la guerra.Dos historias, dos periodos de tiempo, los mismos protagonistas.Un relato de pasión, de orgullo tonto, de miradas inocentes, de amor obsesivo. De querer poseerlo todo sin tener en cuenta que existe el peligro de quedarse sin nada.A veces, lo que está escrito en las estrellas, es simplemente inexorable.
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Capítulo

  Presente

  Trece años, tres meses y tres días desde que había empezado su segunda vida.

  Trece años, tres meses y tres días desde que había aprendido de modo violento que se podía fiar solo de sí mismo. Que las palabras no tenían ningún poder y las acciones eran las que contaban.

  Trece años desde que no había pensado en los más oscuros días de su vida, y la mera reflexión le recordó que sus preguntas seguían sin respuestas, y que aún no se había librado de su inseparable camarada llamado «dolor». Continuaba escondiéndose en alguna parte de su mente y eludía todos sus intentos de exorcizarlo. No obstante, después de tantos años se podían llamar amigos y lo aceptaba como si fuera parte de él.

  Jared permaneció con el rostro alzado hacia el cielo y acompañó con la mirada la trayectoria descendiente de la cola de fuego, acusándola en silencio por refrescarle la memoria.

  Una efímera y sencilla estrella fugaz había tenido el poder de alterarle los sentidos.

  Respiró hondo y corrió mentalmente la cortina del pasado. El secreto constaba en elegir qué recuerdos guardar y a cuáles ahuyentar. Todo lo que contaba eran minutos, instantes, tan breves como la estrella que se daba prisa hacia su propia muerte.

  El otoño había abierto sus puertas, pero el verano se resistía en despedirse. Millones de pequeños astros centellaban radiantes, compitiendo en intensidad. Su resplandor irradiaba del cielo nocturno decorado como un salón de baile de los años setenta y la imagen era la de bendita felicidad.

  Por poco no le daban arcadas del disgusto.

  La felicidad era una quimera, y los que se pasaban la vida buscándola, unos ilusos. Felicidad significaba estar bien contigo mismo y él había dejado atrás la etapa de creer en finales felices. En el pasado se había permitido esperarlo una vez, pero por aquellos días era otra persona. El fin de su adolescencia había sido el principio del resto de su vida.

  Sonrió nostálgico a los recuerdos y sin querer cerró los ojos deseando…

  Una repentina ráfaga de viento creó un torbellino de hojas muertas sobre la tierra, girándolas en círculo de forma aparentemente controlada. Las ramas de los árboles casi desnudos se batieron las unas con las otras creando una música rítmica muy parecida al latido descontrolado de un corazón miedoso. En la lejanía se escuchó el aullido de un animal nocturno, y de repente la fragancia del jazmín se hizo presente en el aire.

  El olor trajo a la superficie otros recuerdos, y Jared se estremeció bajo el asalto. Como si sintiera una presencia, sus ojos procuraron ver a través de la noche, sin lograrlo. Su casa estaba situada sobre la cumbre de una colina y el bosque se encontraba tan cerca que parecía tragársela. El hotel de su familia estaba ubicado cientos de metros más abajo, en el valle, pero vislumbraba de él solo la parte trasera, y era bien entrada la noche, habían quedado encendidas únicamente las luces de vigilancia. El destello de las farolas del pueblo se entreveía en la línea del horizonte, pero alrededor lo abrigaba solo la oscuridad de las sombras.

  Oteó otra vez el cielo, notando con desilusión que la luminiscencia se había apagado.

  Los deseos pedidos a las estrellas fugaces no se cumplen, tío, se riñó, pasando por alto la sacudida de un presentimiento de mal augurio.

  Dio media vuelta y entró en la casa. Verificó si la puerta estaba bien cerrada, y apagó todas las luces. Subió las escaleras hasta su cuarto y se dejó caer entre los dulces brazos de los sueños.

  El pasado se quedaba en su sitio, en el cajón llamado «olvídalo».

  Presente

  El pasado estaba por convertirse en presente, se dijo Jared tres días después, mirando de hito en hito a la mujer que se encontraba frente a él.

  —Joder, este día no se anunciaba desastroso —masculló entre los dientes apretados, sabiendo que debería huir antes de que lo atraparan los recuerdos, pero sin poder moverse.

  —Estoy aquí. Te oigo perfectamente —replicó ella, confirmándole que era real y no una retorcida alucinación.

  Íria Golding, la persona que no esperaba volver a ver nunca más en su vida. La que se le aparecía solo en pesadillas, dado que castigaba de forma drástica su cerebro si intentaba traerla en sus memorias de día. La que se empeñaba en ocupar un lugar de su mente. Muy estrecho, tremendamente alejado, pero… ahora que la miraba a los ojos, debía reconocer que lo ocupaba.

  —No entiendo por qué me castiga el karma. Pensaba que había pagado todos mis pecados —farfulló Jared, dándose la vuelta con la intención de alejarse de inmediato y fingir que el reencuentro nunca ocurrió.

  Una mano fina y elegante lo detuvo. Por el rabillo del ojo pudo ver los delicados dedos y las uñas con manicura perfecta teñidas en un picante tono carmesí. Dedos que aprisionaban su antebrazo.

  —Te comportas como el mismo niño malcriado —Íria susurró, mirando alrededor, seguramente procurando no montar una escena—. ¡Por Dios Santo! Han pasado trece años. ¡Supéralo!

  Una niebla roja cubrió la visión de Jared y meneó la cabeza para concentrar la vista. Contó hasta veinte y giró el cuello, concediéndole una mirada. Una más venenosa que la mordedura de una cobra. Sus ojos, negros desde el primer día de su vida, parecían haber absorbido toda la oscuridad del espacio.

  —No tengo nada que superar. Mi vida es muy satisfactoria. Y doy gracias cada mañana a unas cincuenta deidades porque tú no formas parte de ella.

  —¿Así que has pensado en mí? —replicó Íria, sonriendo de esa manera especial que solo ella tenía. Sus labios se curvaban tímidos hacia arriba, como si tuvieran miedo de enseñar los dientes. Unos dientes perfectamente alineados, si mal no recordaba, menos un canino que era un poco más largo que los otros. Solían reírse juntos sobre eso y bromeaban comentando que ella podría ser descendiente de los vampiros.

  No parecía conmovida por el temperamento inflamado de Jared, pero a él no le sorprendía. Íria era una persona que no se alteraba con facilidad, y mucho menos en su presencia.

  —La primera traición jamás se olvida —replicó mordaz, cogiendo su mano y alejándola sin delicadeza.

  —Tenía diecisiete años, reconozco que era inmadura, pero tú parece que sigues siéndolo.

  Jared apretó los dientes, rehusando hacer memoria del pasado. De su perfidia. Del dolor. Del día en que cuando más necesitado se encontraba, la chica que pensaba que era su alma gemela, le había dado la espalda sin mirar atrás.

  —¿Qué haces aquí?

  Íria encogió los hombros y se apartó con el dedo índice un mechón que se había atrevido a escapar de su elaborado moño estilo desaliñado—pero—se—ve—perfecto, y que ahora le acariciaba la mejilla. Jared observó que mantenía el color de su pelo original, más negro que las plumas de un cuervo, aunque ella lo había odiado siempre por ser herencia de su padre.

  —He vuelto —anunció, pareciendo muy complacida.

  La sentencia cayó como plomo en los zapatos de Jared.

  —¿Cómo que has vuelto? —ladró, perdiendo los estribos—. Odias este pueblo.

  —Nooop. —Íria sonrió, y a él le quedó claro que estaba encantada con su reacción—. Pensaba que lo odiaba. Pero después de ver casi todo el mundo, me di cuenta de que es mi hogar. Desperté hace tres días con la seguridad de que debía regresar. Que es el sitio en que voy a pasar el resto de mi vida. Curiosamente, el mismo día recibí una oferta de trabajo, ¿averigua dónde? Sí, justo aquí —le informó—. Está claro que es el destino.

  Jared casi puso los ojos en blanco. Ella y sus ideas fijas.

  —¡Qué suerte la mía! Mentiría si te deseara ser feliz. Así que haz lo que quieras. Como siempre.

  —¿Te invito a un café? —preguntó Íria, pasando una vez más de su comentario.

  Jared tenía la confirmación de que ella no tenía problemas de vista, no obstante, empezaba a dudar del funcionamiento de sus oídos. Meneó la cabeza, pero no llegó a abrir la boca, ya que Íria se le adelantó.

  —Qué casualidad, ¿no te parece? Que nos encontremos enseguida. Llegué anoche —continuó parloteando como si se tratara de un encuentro placentero—. Ni he deshecho el equipaje.

  —¡Para! —Jared levantó las manos para tener toda su atención—. No me importa cuándo llegaste, ni qué planeas hacer, tampoco tengo la intención de tomar café contigo o cualquier otra cosa. De hecho, este pueblo ha sido pequeño antes de que aparecieses, y acaba de convertirse en una cárcel. Así que mantente en tu celda, muy, pero muy alejada de mí.

  —Lamento darte malas noticias, pero no creo que vaya a poder hacerlo —declaró ella con franqueza, después de aguantar su discurso con cara estoica.

  Jared la miró boquiabierto, sin poder creer lo que acababa de escuchar. Sí, habían pasado trece años, pero Íria no había cambiado para nada. Seguía igual de obstinada, sin entender el significado de la palabra «no», mirando solo hacia adelante y manejando cualquier obstáculo que se interponía en su camino como si se tratara de un pasatiempo hasta que consiguiera su objetivo. Encima, odiaba reconocerlo, pero seguía igual de guapa. Incluso más. Se veía… preciosa. Parecía que había aprendido a sacar partido a sus ojos «casi azules», como ella misma había nombrado el color: una mezcla de azul delgado y verde joven, similar a la línea del horizonte en que se unen el mar y el cielo. Su piel, tan blanca que el sol la quemaba enseguida, mantenía el mismo matiz, sin una sola peca.

  Alejó la mirada y se riñó por haber observado tantos detalles en cuestión de segundos. Independientes a su voluntad, sus ojos la acosaban como lo habían hecho desde el primer día en que la conoció.

  —Entonces lo haré yo —declaró, sabiendo que su sonrisa se veía cruel—. No tendré que esperar mucho tiempo. Lo tuyo es abandonar. Te irás más rápido que una tormenta de verano.

  Se dio la vuelta y salió del restaurante, antes de darle la oportunidad de responder. Cerró con fuerza la puerta detrás de su espalda, recordando que se había marchado sin recoger el pedido de tartas para el hotel y sin siquiera llegar a pedir el maldito café.

  ¡Que coman fruta hoy!, pensó. No tenía la intención de volver dentro mientras ella se encontrara allí.

  Contaba con la cafeína de cada mañana para poner su sangre en circulación. Ahora ya no la necesitaba, puesto que esta bullía por sus venas como la lava de un volcán. Meneó la cabeza decepcionado con su control, o su ausencia en este caso, y ofuscado al percatarse que Íria todavía tenía el poder de sacarlo de sus casillas.