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Sacrificio Virgen Al Último Licántropo

Sacrificio Virgen Al Último Licántropo

En proceso

Introducción
Me llamaba Giulia. Como mi prometido me abandonó en nuestra boda y eligió a mi hermana, fui homenajeada por el Alfa Augustin. Era cierto que yo era su compañera, pero prefería no serlo. Era el último licántropo. Se rumoreaba que enloquecía cada luna llena, y yo era la elegida para domarlo. Finalmente nos marcamos, así fue como lo domé. Rompí sus cadenas, lo saqué de su jaula y lo liberé. Una vez hecho todo, corrí a casa y rocié el supresor de olor, con la esperanza de que nunca me encontrara. Pero me equivoqué. Me encontró y, para mi sorpresa, le encanté. Lo pasamos muy bien juntos. Hasta que me metió en una jaula.
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Capítulo

Detrás de mí, el licántropo exudaba masculinidad con sus músculos, el calor de su cuerpo me quemó incluso a través de mi vestido de novia y su aliento hizo arder la piel de mi oreja mientras se inclinaba más a mí y me susurraba: "Pareja mía…".

Si el último licántropo fuera el diablo, estaría dispuesta a ir al infierno.

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Narradora: Giulia.

La guarida del diablo.

"¡Tienes que despertarte ahora! ¡Vamos, vamos!".

Obligué a mis párpados a abrirse. Se sentían tan pesados que pensé que tendría más suerte levantando al mundo. Me dolía mucho la cabeza y podía sentir los moretones formándose de un costado de mi cuerpo, en donde mis secuestradores me habían lastimado al arrojarme al suelo.

"¿Qué…?", me esforcé por preguntar, sintiendo mi lengua igual de pesada que mis párpados.

Percibía la mejilla como si estuviera magullada, y de repente me acordé de que me habían abofeteado. Mis ojos se abrieron de golpe cuando la adrenalina inundó mi interior, diciéndome que me levantara, corriera y luchara.

La chica a mi lado me agarró de los brazos con fuerza y me sacudió un poco a la par que negaba con la cabeza.

"Estamos en la guarida del diablo y nos han traído como tributos. Si causas problemas, podrán matarte antes de que tengas la oportunidad de verlo".

"¿El diablo?", pregunté atónita y aterrorizada.

Asintiendo con la cabeza, la chica me susurró: "Soy Léonie y mis padres me salvaron para ofrecerme a él. ¡Espero que me elija! Si me convierto en su luna, mis padres podrán vivir en la casa del alfa conmigo y toda mi familia se beneficiará de ello. Soy la primera Blancanieves que mi linaje ha tenido en generaciones".

Blancanieves era una clase de licántropa con pelaje blanco puro a la que consideraban la mujer más fuerte, una hembra alfa, y la pareja más deseable y hermosa que podría tener cualquier hombre lobo.

Lo único que yo tenía de «Blancanieves» era el vestido de novia que portaba, aunque ya no lucía impecable debido a todo lo que me había pasado.

Me bajé la voluminosa falda y me moví hasta sentarme al lado de Léonie. A las dos nos habían atado las muñecas con bridas y los tobillos, con cuerdas gruesas. Al echar un vistazo, me di cuenta de que todas las mujeres en la fila estaban atadas de la misma manera. Éramos sacrificios vírgenes para el licántropo supremo.

El miedo me atravesó, haciendo que se me volviera hipersensible la piel y que mi preocupación incrementara cada vez más con el pasar de los segundos.

Conocía todas las historias que se contaban del alfa Agustin, el licántropo supremo y el único hijo del rey alfa Ibrahim. Se lo conocía como «el diablo» porque era una bestia feroz por naturaleza.

Según los rumores, el alfa Agustin solo podía controlarse teniendo relaciones s*xuales con una licántropa virgen durante la luna llena. Cada manada enviaba vírgenes para sacrificarlas al diablo, aunque siempre rechazaba a todas de forma tajante y con crueldad. Algunas se volvían locas por su rechazo, y yo me preguntaba qué hacía como para ocasionar que alguien perdiera la cordura de esa manera.

"¿Tus padres te enviaron como tributo? ¿Eres de Nignt Knight?", interrogué, tratando de usar nuestra conversación disimulada para distraerme de mi pánico.

"Sí", afirmó Léonie, bastante orgullosa de su manada. "¿Y tú, de qué manada eres? No te había visto nunca".

Pude detectar un atisbo de envidia en la pregunta y traté de evitar fruncir el ceño. ¿Por qué me tendría envidia? ¿Acaso no sabía lo que hacía el diablo a los tributos? Era obvio que yo no había ido allí de manera voluntaria. ¿Pensaba que podrían elegirme a mí en lugar de ella? ¿Por qué me escogerían por encima de todas las licántropas vírgenes que habían ido?

"Soy de la manada Black Moon y mi padre es el alfa Sohan. Soy una Jimmy Boh, así que no salgo mucho a otros territorios".

Yo era una licántropa de pelaje mixto, compuesto en tres colores, y a las de nuestra especie se nos conocía como «Jimmy Boh», justo como la princesa salvaje que tanto se había esforzado en robarle el corazón a Peter Pan. Mi familia siempre anheló que me fuera bien en la vida, pero mi primera transformación casi le rompió el corazón a mi padre.

Léonie pareció relajarse después de saber que mi pelaje era mixto. A sus ojos, yo era de la especie menos deseable.

Al mover las bridas de mis muñecas, me di cuenta de que no podría romperlas a menos que me transformara. Si bien levanté las rodillas para tirar de la cuerda enrollada alrededor de mis tobillos, mis dedos no tenían la suficiente fuerza para deshacerse de los nudos. Estaba tan indefensa como todas las demás mujeres que se alineaban en el pasillo que daba hacia una puerta que suponía que debía ser la guarida del diablo.

La pesada puerta de madera parecía sólida e intacta, lo que me impactó más de lo que debería. Sabía que el diablo debía estar encadenado en sus aposentos porque se decía que solía atacar con brusquedad a algunas vírgenes a las que se le ofrecían. Resultaba inverosímil pensar que sería tan violento detrás de una puerta tan hermosa.

"Y dime: ¿cómo llegaste aquí?", preguntó Léonie.

No veía cómo podría afectarme si le contaba la historia de cómo me capturaron, así que lo hice.

"Tomé una mala decisión: fui sola a un bar y me emborraché enseguida, supongo que porque no bebo a menudo. Mientras estaba aturdida, entraron unos soldados y me preguntaron si era virgen. Cuando les contesté que sí, ellos se burlaron de mí; estuve a punto de abofetearlos, pero alguien me golpeó primero y me desmayé. Lo siguiente que supe fue que desperté aquí y que me estabas sacudiendo. Esa es toda la historia".

"Claro, aunque creo que omitiste la parte de por qué llevabas un vestido de novia mientras estabas sola en el bar", observó Léonie.

Me encogí de hombros y no le respondí, puesto que ella no tenía por qué saberlo todo… Y, a decir verdad, era demasiado humillante como para sumárselo a la situación tan terrible en la que nos encontrábamos.

Ninguna advertencia precedió a la primera loba que atravesó la puerta y me pregunté qué pasaría en unos segundos más. No mucho tiempo después, la mujer en cuestión volvió corriendo al salón como si la persiguieran los perros del infierno.

A todas las lobas que estaban más cerca de la puerta antes que yo las rechazaron o las enviaron fuera en menos de un par de minutos. Lágrimas, balbuceos y hasta algunos gritos surgieron de las bocas de las mujeres a las que el diablo no quería.

Cuanto más se iba acercando mi turno, más nerviosa me ponía... y más confiada se volvía Léonie.

Pensé que ella tendría mejor suerte, pero, nada más entrar a la habitación, un rugido resonó detrás de la puerta y ella salió disparada con tanta fuerza que aterrizó bajo mis pies. Su brazo quedó en un ángulo extraño y luego trató de levantarse. A pesar de que quise acercarme para ayudarla, alguien me empujó para que cruzara la puerta.

¡Y, de repente, ya estaba en la guarida del diablo!

El aire frío sopló sobre mí y me hizo temblar. Alcanzaba a ver muy poco debido a la oscuridad que envolvía la habitación, incluso con mi aguda visión de licántropa. Entonces, mis oídos captaron el sonido de las cadenas y mis escalofríos se convirtieron en sacudidas que me recorrieron todo el cuerpo. Se decía que el diablo estaba encadenado todo el tiempo por su incontrolable rabia.

"¿Hola?", susurré, preguntándome si hablar con él haría que me echara más rápido o con más fuerza.

El diablo me sorprendió al momento en que me respondió: "Hola".

Su voz era tan espesa y sombría que me provocó un escalofrío completamente diferente.

Arrastré los pies y avancé unos pasos, y él me agarró con sus fuertes y pesados brazos. Un olor abrumador a bosque y sándalo inundó mi nariz, haciéndome quedar inmóvil entre los brazos del diablo en lugar de intentar liberarme.

Sus enormes manos recorrieron mi cuerpo, acunándome los p*chos y apretándolos sobre mi vestido de novia antes de soltarlos y acariciarme desde mi plano abdomen hasta mis voluptuosas caderas. Nunca me había sentido tan consciente de mi cuerpo como cuando él exploró mi silueta sobre mi prenda. Me preguntaba cómo se sentiría sus manos en mi piel desnuda.

Estaba tanto aterrorizada como exc*tada. No sabía si quería gritar o desn*darme enfrente del diablo. Dejé que girara mi cuerpo e incliné la cabeza a un lado en lo que él me propinaba un beso con la boca abierta sobre la zona de reclamación cerca de mi nuca.

"Sí", murmuré, sin estar segura de qué estaba aceptando ni la razón por la que lo hacía. ¿Por qué estaba actuando así delante de ese monstruo? Parecía que toda mi vida había conducido hasta ese instante.

Detrás de mí, el licántropo exudaba masculinidad con sus músculos, el calor de su cuerpo me quemó incluso a través de mi vestido de novia y su aliento hizo arder la piel de mi oreja mientras se inclinaba más a mí y me susurraba: "Pareja mía…".

Si el último licántropo fuera el diablo, estaría dispuesta a ir al infierno.

A ningún hombre jamás le había permitido tocarme, así que me mantuve pura hasta ese momento.

Su aroma me envolvió con bastante intensidad, sus brazos me seguían apretando y sus labios se sentían sumamente calientes mientras se presionaban contra mi garganta palpitante. Mi corazón dio un vuelco y mi cuerpo reaccionó con un destello de calor para igualar al que sometía al licántropo.

Nunca me había sentido tan caliente, tan viva ni tan consciente de mi propia piel como con el hombre lobo envuelto a mi alrededor. Sus manos viajaron sobre mi vestido nuevamente, haciéndome g*mir en lo que sus ardientes palmas acariciaban mis s*nos, ocasionando que el satén de mi prenda frotara contra las duras puntas de mis pez*nes.

Deseaba que me arrancara la ropa, que me tocara la piel y que recorriera cada rincón de mi cuerpo sin parar.

Apoyó su torso contra el mío, haciéndome g*mir de nuevo a pesar de que no podía sentirlo tan bien como quería a través de los metros de tela que componía mi vestido.

Nunca había querido tocar a un hombre de la forma en que deseaba acariciar a ese macho salvaje.

Extendiendo las manos hacia atrás, mis dedos casi se convirtieron en garras cuando los hundí en sus caderas en un intento de acercarlo más. No obstante, de repente me dio un empujón tan fuerte que me envió de golpe contra la puerta.