PopNovel

Leer en PopNovel

Renacer Oscuro. Crónicas Eternas I

Renacer Oscuro. Crónicas Eternas I

Autor:Anne Marie

En proceso

Introducción
Una criatura amoral. Un amor inmortal. En medio de una guerra despiadada, ¿podrá triunfar el amor? ¿O la venganza será más importante? Maia siempre ha tenido una extraña fascinación hacia los vampiros. Estos seres de leyenda han sido protagonistas de libros, películas y juegos. Creados por la imaginación popular, no existen, no son reales... ¿verdad? Una noche la joven decide entrar a la casa de enfrente para terminar con la leyenda que se esconde detrás de la bella mujer que allí habita: una ermitaña a la que el pueblo casi nunca ha visto y se dice es un ser inmortal que se alimenta de la sangre de sus víctimas. Sin embargo, la historia que escuchará cambiará su vida para siempre, abriéndola a un mundo desconocido, fascinante y oculto, que nunca imaginó que podía existir; llevándola a emprender un repentino viaje en compañía del ser que siempre habitó en sus fantasías. Junto a Anthony, un vampiro de cientos de años, Maia comenzará a sentir una atracción más allá de lo normal. Hay algo en su compañero de viaje que resuena en lo más íntimo de su ser. Él la asusta, pero también la seduce y no puede evitar que el deseo comience a consumirla. Sin embargo, un secreto oculto pondrá en riesgo todo lo que ambos comienzan a construir, e incluso su propia existencia. Una historia. Una venganza. Una traición. ¿Qué pasa cuando aquel que amas es tu peor enemigo?
Abrir▼
Capítulo

Casa Blanca, Washington, Estados Unidos.

La habitación permanecía en silencio. Los guardias, apostados a ambos lados de la puerta, no podían evitar desviar sus ojos hacia mi persona. No los culpaba, mi aspecto debía resultar algo estrafalario, por no decir indecoroso; en especial si mi presencia allí se debía a que me iba a encontrar con una de las personas más importantes del mundo. Por lo menos para ellos.

Aplasté la colilla del cigarrillo con un dedo, la uña rasguñó el cenicero de mármol y un sonido rechinante se elevó en el aire. La radio de uno de los militares hizo un ruido sordo y el otro escuchó con atención a través del audífono en su oído.

—Alfa 8, el águila en el pasillo. Repito, alfa 8, águila en cercanías.

Esbocé una débil sonrisa y me acomodé la chaqueta. Se trataba de un smoking gótico color uva, de un brocado exquisito, con sus puños terminados en encaje. Sabía que mi traje estaba pasado de moda, por así decirlo, pero ese era el efecto que quería causar. El de antigüedad, el de años de historia y vida.

Los postigos chirriaron cuando se abrió la portezuela y los soldados escoltaron al hombre que apareció por ella. Era de estatura mediana, el cabello rubio casi cubierto de canas, los ojos azules con expresión de superioridad. Me miró sin disimular su asombro ante mi aspecto, pero tuvo la sensatez de no decir nada al respecto.

—Señor Presidente. —Me puse de pie y estiré la mano a modo de saludo.

—Lord Boleskine. —El hombre devolvió el gesto algo inquieto y luego señaló una silla. Detrás de él los oficiales volvieron a su posición algo nerviosos—. No están acostumbrados a que me reúna solo —replicó el Presidente a modo de explicación—. En general alguien del gabinete viene conmigo.

—Lo entiendo —asentí—. Pero en este caso nadie podía acompañarle, ¿verdad?

—Cuando el futuro de mi país está en juego, no dudo en poner en riesgo mi persona con tal de solucionarlo.

—Por favor, señor Presidente, no me tome por idiota, sé que ha venido solo porque no quiere que nadie escuche lo que aquí se va a decir. Por eso le aconsejaría que dijese a esos dos hombres que se marchasen.

—¿Y quedarme con usted aquí? +¿Desprotegido? —El Presidente esbozó una débil sonrisa.

—Créame que, llegado el caso, ellos serían como dos hormigas en mi camino. Pero no debe preocuparse, estoy aquí por mi propia voluntad. Si hubiera querido tomar algo por la fuerza no me habría molestado en ser tan diplomático, ¿no cree?

El hombre titubeó unos segundos antes de hacerles un gesto para que se marcharan.

—Listo, ¿podemos continuar ahora con nuestra negociación?

—Por supuesto. Admiro su valentía, señor Presidente, y su tenacidad. Créame que será recompensado.

—Aún no he aceptado.

—Oh, pero lo hará.

*** 

Zhongnanhai, Pekín, China

—¿Lord…?

—Boleskine.

—Disculpe, los nombres occidentales son para mí un problema. —La mujer tomó un sorbo de té y lo dejó sobre la mesita.

—Lo entiendo mi señora, no hay problema.

—Mi marido aún está reticente a esta colaboración. Es un hombre supersticioso y teme que el Emperador de Jade se enfade con nosotros. —Sus ojos negros brillaron ante tal afirmación.

—Supongo, entonces, que él pensará que soy un Jiang Shi. —Sonreí y pude vislumbrar que ella también tenía miedo. Pero la sed de poder muchas veces es más fuerte que cualquier otro sentimiento.

—¿Y no lo es?

—Es más complejo que eso. —Agarré la taza de té que descansaba delante de mí y que aún no había tocado—. No hay nombre en esta tierra que nos defina, esa es la verdad mi señora. Pero si tiene miedo por sus dioses, puedo asegurarle que no soy un demonio. Mis poderes son tan ancestrales como su nación y fueron un regalo divino, solo que pocos lo vemos de esta forma, por eso la Historia ha sido tan infame con nosotros.

—La situación aquí es complicada mi Lord —exhaló—. Xi Peng ha tomado mayor importancia entre el pueblo y eso no puede ser. Hace años que nuestro estado funciona con un único partido, pero ahora la gente quiere un cambio, ¿puede imaginarlo? Somos la primera potencia del mundo y aun así comienzo a ver ante mis ojos cómo se acerca el fin de una gran era. No podemos permitir que el poder vuelva a dividirse.

—Mi señora, le ofrezco lo que usted necesita para erradicar este problema de raíz, antes de que sea tarde. Siempre he admirado la capacidad de su gobierno para mantenerse ajeno a los vaivenes de la política mundial, ¿por qué habría de cambiar eso ahora? Si logra que su marido me vea con otros ojos, el poder no solo no se dividirá, sino que continuará en ustedes por muchas décadas más. Siglos…

Aquellas palabras calaron hondo en la mujer que imponía respeto solo con una mirada. Su marido podía ser el presidente de China, pero ella era quien manejaba los hilos y su ambición era insaciable. Su belleza y sensualidad también eran parte de sus armas. No podía negar que su porte era el de una reina.

—Deberá prometernos que en este nuevo orden mundial China continuará siendo la primera potencia.

—Ustedes serán el centro del mundo, si aceptan mis condiciones.

—¿No sería un genocidio? —cuestionó con cautela.

—Yo lo llamaría una limpieza necesaria. Solo para aquellos que se nieguen a formar parte del nuevo orden, es decir, los opositores de este gobierno. No creo que eso deba preocuparle, después de todo el enemigo debe ser eliminado si queremos cortar el problema de raíz.

Ella asintió despacio y se puso de pie.

—Hablaré con mi marido, puede contar con nosotros.

***

Palacio del Elíseo, París, Francia.

—Mi señor Presidente, no creo que sea buena idea… —El Primer Ministro enmudeció al ver mis ojos clavados en los suyos—. Si pudiéramos hablarlo dentro de unos días, así yo tendría tiempo de…

—Phillipe, por favor. —Una mirada de su jefe y el hombre se echó hacia atrás en la silla y removió las manos sobre la mesa. La idea lo torturaba, lo sabía, ese hombre no era lo suficientemente valiente ni tenía la visión necesaria para hacer lo que debía hacerse, era solo el amigo del presidente que había llegado a un cargo más alto del que nunca hubiera imaginado en su patética vida.

—Entiendo su reticencia señor —murmuré—, pero créame que no hay riesgos que correr. Este plan viene forjándose desde hace cientos de años, ¿o piensa que nos hemos quedado de brazos cruzados durante todo este tiempo?

—Entraríamos en guerra… —balbuceó Phillipe.

—¡Ya estamos en guerra y lo sabes! —replicó el presidente—. El partido socialista triunfa en las calles, las encuestas no nos favorecen y el pueblo está desesperado por un cambio que los libere del miedo que los terroristas instauran en cada rincón.No debo recordarte los últimos acontecimientos, los atentados a los que hemos sobrevivido. No puedo permitir que ellos ganen, sabes que si lo hacen Francia estará perdida. Jacques tiene sus propias ideas al respecto, que no incluyen cerrar las fronteras, sino al contrario, abrirlas para dejar pasar mano de obra barata y fácil. ¿Y qué pasará entonces? Francia caerá y el socialismo utópico que predican será la fachada de una gran falacia que nos llevará a la ruina. ¿Sería tan malo volver a ser nosotros? ¿Solo los franceses? Yo me encargaría de ello mientras estuviera en el poder.

—Si acepta mi propuesta no deberá preocuparse jamás de que alguien quiera desterrarlo del cargo que usted detenta. Tendrá aliados en todas las naciones del mundo con sus mismos ideales, y aquellos que se opongan… pues deberán desaparecer. —Desvié la mirada un segundo hacia Phillipe, pero bastó para que comprendiera.

—Tal vez tenga usted razón, quizá es hora de tomar medidas drásticas —asintió el Primer Ministro.

—Lord Boleskine, estoy con usted —replicó el Presidente.

—Es una decisión muy sabia —me puse de pie y estiré la mano para sellar el pacto, luego me volví hacia Phillipe e hice lo mismo, su palma estaba sudada al igual que su rostro. Hombre débil, ya tendría tiempo de ocuparme de él, ahora debía comportarme como el perfecto diplomático—. Les haré saber el lugar de la reunión dentro de unos días.

*** 

Torre de Londres, Londres, Inglaterra.

El canto gregoriano se elevaba hacia el cielo encapotado como el humo de las antorchas. Las voces eran exquisitas y apenas si se veían opacadas por la lluvia que arremetía implacable contra la tierra. Afuera podía oír los murmullos de la gente al pasar frente a la entrada del recinto que rodeaba la torre. Tan lejos y tan cerca. Si tuvieran una idea de lo que estaba a punto de suceder allí adentro ninguno festejaría.

La puerta se abrió con un crujido y Cayo entró en la sala.

—¿Está todo listo? —pregunté sin levantar la vista de los documentos que ojeaba sobre el escritorio.

—Sí mi Lord, en cualquier momento comenzarán a llegar.

—Bien. Dime qué más tienes.

—Los informes que nos llegan son alentadores, en especial al oeste de Europa y en América, así también como en Asia. Oceanía aún se encuentra bastante dividida, pero no es que la necesitemos.

—Lo importante es que esta noche salga bien, una vez que el Acuerdo esté firmado tendremos el control.

—Es curioso cómo, tantos años después, la sed de poder sigue siendo el motor que mueve el mundo. —Cayo esbozó una sonrisa y se sentó frente a mí. Ahora sí lo miré, un resplandor rojizo cruzó mis pupilas y pude ver que la indecisión marcaba su rostro—. ¿Qué te preocupa?

—¿Cree de verdad que aceptarán? ¿No es demasiado? Demonios ni en mi época fue tan fácil tomar una decisión y eso que era solo sobre mi persona, no involucraba a miles más.

—Mi querido Cayo, ¿acaso debo recordarte por qué elegiste esta vida? Por qué todos lo hicimos. —Reí con sarcasmo—. Tú, que fuiste un gran gobernante, único, déspota, inquebrantable, ¿todavía te preguntas por qué los hombres se venden ante una oportunidad así? ¿No lo entiendes? Los poderosos con ambición son como vampiros que chupan la sangre y la vida de quienes los rodean para conseguir lo que quieren. El resto de los mortales son ovejas, rebaño que puede ser manipulado y manejado a su antojo. Esta es la esencia de lo que Adolfo pregonaba, los débiles, la plebe, el populacho, no deben tener que tomar decisiones, eso queda en manos de unos pocos elegidos, de los que gobiernan el mundo.

—Aun así me asombra lo fácil que fue convencerlos.

—Les he ofrecido la inmortalidad y la perpetuidad del gobierno a las personas más poderosas de la tierra, ¿acaso crees que se negarían por pensar en el bien de su pueblo? Vamos Cayo, nadie es tan altruista.

—Alejandro lo es.

—Oh, el Duque, sí, extraño ejemplar, él y esa manada de inadaptados que lo sigue. No puedo creer que algunos de los nuestros tengan ideas tan contrarias a nuestra esencia. Y pensar que fueron tan poderosos y prometedores en su momento…

—No son los únicos, muchos piensan como ellos, aunque no defienden a la humanidad de la forma en que Alejandro lo hace.

—Para eso te tengo a ti, ¿verdad? Para que los mantengas a raya —suspiré, afuera la lluvia seguía arremetiendo y el sonido de voces ahogadas llegó a través del viento. Habían comenzado a llegar—. ¿Alguna novedad de ella?

—Nada. Como siempre, no tiene idea.

—¿Juliette podrá hacerse cargo?

—La vigila desde hace años, solo espera que le demos la orden. Él no ha vuelto a aparecer, así que suponemos que ya no están interesados en ella.

—Bien. De todas formas tal vez ha llegado el momento de despertarla, ¿no crees? Después de todo, si el plan va según lo convenido, necesitamos saber si estará a nuestro lado o no.

—Si te parece oportuno —replicó Cayo no muy convencido.

—¿Por qué dudas? —cuestioné.

—Está Ángel y su grupo…

—¡No me lo nombres! —rugí. La rabia se debe haber trasladado a mis facciones porque Cayo retrocedió en la silla, espantado—. Ese maldito bastardo no podrá hacer nada. Está dando palos de ciego, entretenido con las distracciones que he puesto en su camino. Cuando se dé cuenta será demasiado tarde. Necesitamos a la chica con nosotros viva o muerta, no hay más opciones.

Cayo asintió despacio y se puso de pie.

—Su Majestad la Reina ha llegado —dijo luego de escudriñar por la ventana.

—Entonces será mejor que nos apresuremos, no podemos hacer esperar a Su Majestad.

La puerta se abrió y un guardia real apareció en ella.

—Ya están aquí, mi Lord Boleskine —anunció—. Incluidos los presidentes de Japón, Canadá e Italia.

Sonreí de pura satisfacción. Tantos años y ahora por fin el plan se ponía en marcha.

—Vamos Cayo, a hacer historia —le golpeé el hombro en un gesto que podría haber pasado por amistoso y nos dirigimos hacia la salida. Afuera los cantos continuaban, la gente seguía con los festejos del armisticio de la Primera Guerra Mundial.

Irónico.

Cruzamos las almenas hasta la torre principal y nos adentramos en las entrañas de la edificación. Al pasar por la abertura seis cuervos posaron sus ojos en nosotros y uno de ellos elevó un graznido al cielo. Una señal silenciosa de que todo había empezado.