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La Luna Renacida

La Luna Renacida

Terminado

Introducción
En mi 18 cumpleaños, mi hermana gemela se casó con mi pareja, Alpha Jacob, en mi nombre. Yo era Alissa Clark, la loba de la sangre más pura. Los Alfas debían alimentarse de mi sangre. Fueron bendecidos con gran poder mientras fueron maldecidos. Cuanto mayores fueran sus habilidades, más cortas serían sus vidas. Mi sangre los protegió de su maldición. ¡Sin embargo, Jennifer me quitó la gloria y me encerró durante 6 años! Peor aún, mi compañero lo permitió. Incluso cooperaron para asesinarme cuando tenía 18 años. '¡Diosa de la luna, por favor sálvame!' Entonces la Diosa de la Luna me oyó y me regaló una segunda oportunidad de pareja. ¡Otro Alfa mucho más fuerte!
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Capítulo

Mi nombre era Alissa Clark y era conocida como la loba con mejor sangre de los últimos siglos debido a que mi sangre olía más dulce y sabía mejor que cualquier otra. Aquello fue el mayor honor de mi familia. ¿Por qué? Porque el Alfa necesitaría mi sangre para sobrevivir y prosperar.

Nuestra manada, la manada Crowalt, era la manada más poderosa del país. Nuestros Alfas, provenientes del Clan Alexander, recibieron poderes similares a los de una bruja y, debido a ello, eran capaces de ver tanto el pasado como el futuro, controlando así la historia y el destino de la manada. El Clan Alexander fueron bendecidos por la Diosa de la Luna y eran como dioses a nuestros ojos.

Sin embargo, aunque eran el clan con las habilidades más poderosas, fueron maldecidos: cuanto más grandes eran sus habilidades, más cortas serían sus vidas. Era también sabido que a algunos les resultaba difícil contener a sus lobos internos, lo que ocasionaba que, eventualmente, perdieran el control de ellos y nunca más pudieran volver a transformarse de humanos a lobos.

Sin embargo, la sangre de las lobas de Clark podía romper aquella maldición.

Fue por ello que, para evitar que los Alexander fueran codiciosos en busca de su salvación y lastimaran a los Clark, existía un pacto entre los dos clanes. Los machos del Clan Alexander podían elegir una loba del Clan Clark para que fuera su compañera y única proveedora de sangre.

Toda loba de los Clark mayor de 12 años debía registrarse para luego ser puesta a prueba en los juegos anuales. Según el resultado de la prueba, seríamos clasificadas en diferentes niveles, siendo las lobas de mayor nivel las que se aparearían con machos de mayor rango del Clan Alexander.

Todas deberíamos pasar por aquellas pruebas, incluso yo. Cuando cumplí los 12 años, participé en los juegos y, como resultado, fui clasificada en el nivel más alto. De hecho, gané el primer lugar.

Dicho resultado solo significaba que me convertiría en la proveedora de sangre exclusiva del Alfa Jacob y, cuando cumpliera 18 años, me convertiría en su Luna. En ese momento me sentí honrada de servir a mi Alfa y a mi manada.

Fue así como, al día siguiente del partido, un grupo de guardias vinieron a buscarme y con un tono autoritario dijeron: "Estás llamada a presentarte en la guarida del Alfa." Ni siquiera mencionaron mi nombre pero yo sabía que era a mí a quien se dirigían y aquel sentimiento de reconocimiento era agradable.

Me escoltaron lejos de mi familia y yo estaba demasiado emocionada para cuestionarme por qué los guardias que guiaban mi camino se veían tan poderosos y estrictos.

"¿El Alfa los mandó a buscarme?" pregunté; sin embargo, los guardias no respondieron. Yo esperaba que aquel día fuera el mejor de mi vida. Había ganado el concurso y eso significaba que tenía la sangre más pura para servir al Alfa, pero eso se suponía que era solo el comienzo de aquel nuevo capítulo en mi vida. Me encontraría con el Alfa Jacob y probablemente querría saber más sobre su futura Luna, que era yo, y conversaríamos extensamente.

Desde niña, cada vez que veía a lo lejos al Alfa, soñaba con que llegara el día en que mi sangre pudiera ser la mejor para él, que nos conociéramos y que yo fuera su Luna.

Finalmente llegamos a la guarida del Alfa. Imponente como un castillo y tan grande como diez casas juntas, el lugar era una inmensa cueva con habitaciones hechas de piedra construidas a su alrededor. A través de las ventanas se podían ver luces y figuras observando hacia afuera desde el interior. 

Los guardias me llevaron adentro. Mi mirada se posó rápidamente en cómo la luz del sol entraba a raudales desde el piso de arriba y llenaba con lujosos colores las habitaciones y todos los muebles en ellas de una manera que nunca había visto en mi vida. Todo parecía brillante como si descendiera del cielo. No pude evitar emocionarme con la escena frente a mí y sostuve la respiración por la anticipación de ver a Jacob. Muy pronto estaría frente a mí y podría oler de cerca su poderosa presencia.

Yo esperaba seguir mi camino hacia todas aquellas ideas que siempre soñé y hacerlas realidad; esperaba al fin hablar con el Alfa Jacob y aprender el uno del otro durante los próximos seis años hasta que nos casáramos. Sin embargo, mientras mi pie pisaba el primer escalón para subir al piso de arriba, sin previo aviso, uno de los guardias me tomó del brazo.

"No. Por aquí," dijo con voz áspera. El otro guardia tomó mi otro brazo y, ambos, sin ninguna otra explicación, me dirigieron escaleras abajo. Estaba tan sorprendida al principio que ni siquiera puse resistencia. No entendía por qué me estaban jaloneando de aquella forma. Si todo aquello se debía a que no estaba presentable para el Alfa aún, podrían haberme dicho que necesitaba cambiarme o limpiarme primero.

"¿A dónde me llevan?" Finalmente demandé una respuesta mientras me arrastraban a una cámara oscura debajo de la guarida. "Algo anda mal. Déjame salir." Mi loba Arianna no paraba de rugir protectoramente desde adentro de mí.

"No uses ese tono con nosotros, niña." respondió uno de los guardias con un tono de autoridad.

Me retorcí en su agarre y traté de huir, pero fue en vano. Otros dos lobos guardias presentes en el lugar, sin dudarlo, me mordieron con fuerza, agarrando entre sus dientes la piel de mi cuello. Yo tenía solo 12 años y, a comparación con ellos, mi loba era mucho más pequeña. Por mucho que peleara, arañara y mordiera, no fue suficiente para detenerlos. Me arrastraron más adentro del sótano y, una vez ahí, me hicieron inhalar a la fuerza polvo de acónito. Me estremecí, alejándome del potente aroma, y ​​volví a transformarme en humana.

"¿Qué están haciendo?" grité con desesperación mientras aplastaban mi cuerpo contra el suelo. "¡No! ¡No puedes hacerme esto! ¡Soy Alissa Clark! ¡El Alfa necesita mi sangre!" Todo esto estaba mal.

Debido al acónito, mi cuerpo estaba demasiado débil para luchar y, sin poder oponerme más, me pusieron cadenas en las manos y muñecas. Luego de ello, se fueron, dejándome encerrada en una celda oscura de cuatro metros cuadrados como una prisionera cualquiera. No podía creer lo que ocurría. Desesperada lloré y grité a los guardias por respuestas, pero nadie respondió.

"¡Alfa Jacob!" grité una y otra vez. No podía estar tan lejos como para no escucharme, pero no hubo respuesta alguna.

Al día siguiente, Arianna finalmente se despertó dentro de mí, pero estaba demasiado débil para hacerse cargo. Traté de vincular mentalmente con mi familia y mi clan; sin embargo, la conexión estaba rota.

Pasados unos minutos, los guardias aparecieron en la celda junto a un médico para extraerme sangre en una bandeja.

"¿Por qué me están haciendo esto?" gruñí.

"Es para el Alfa. Deberías servirle de buena gana," respondió el doctor, pero ni una sola expresión se asomó en su rostro, como si no tuviera sentimientos.

"Soy Alissa Clark," dije una vez más, suplicando que aquella palabras significaran algo para él, mientras sentía cómo mi cuerpo comenzaba a sentirse cada vez más débil. "Soy la futura Luna."

Sin embargo, el doctor solo me miró con escepticismo, como si yo fuera la que había perdido la cabeza. Finalmente, luego de unos segundos de silencio, reconoció: "Tienes una muy buena sangre."

Esto ya lo sabía, pero se suponía que aquello sería algo que me concediera un lugar de honor y no algo que me convirtiera en una prisionera. El primer corte que me realizaron para extraer mi sangre fue hecho cuidadosamente en mi muñeca. El doctor posicionó mi brazo de manera que la sangre cayera en un pequeño cuenco dorado, mientras extraía de mí aquel preciado líquido rojo, en una cantidad mucho mayor que en los juegos.

"Me duele. Detente." dije, tratando de alejar mi brazo, pero no logré hacerlo, ya que estaba asegurado con cadenas para que no pudiera moverlo y, al mismo tiempo, uno de los guardias lo sostenía con fuerza.

De esa forma pasaron los días, cada uno de ellos más largo y tortuoso que el otro. Venían una vez, me cortaban y apretaban mis heridas para sacar lo más posible. El dolor de hacer aquello a diario era insoportable. Me cortaban una y otra vez en nuevos lugares cuando las heridas viejas se volvían demasiado profundas.

Veía la luz del sol solo una vez al día para asegurar que mi sangre se mantuviera saludable. Los guardias me llevaban a caminar con una cuerda alrededor del cuello. No podía rehusarme a comer, ya que cuando lo hacía, me metían la comida a la fuerza en la boca y me abofeteaban para que obedeciera.

Me dr*gaban con acónito cada 6 horas para dormir a mi loba, lo que causaba que todo el tiempo me encontrara mareada y débil. Mi cabeza daba vueltas y sentía una presión en mi pecho que me indicaba lo que temía tanto, mi loba no estaba bien después de haber sido forzada a retroceder cientos de veces, así que en un punto simplemente dejé de intentar cambiar y de luchar contra ellos.

En poco tiempo, mi cuerpo se llenó de cicatrices. No me quedaba nada de dignidad ni de esperanza. Solo anhelaba que alguien me encontrara y me rescatara. Quería ir a casa, quería estar en cualquier lugar menos allí.

A medida que pasaron los años, mi cuerpo fue creciendo y cambiando, pero ello no simbolizaba nada más que el tiempo seguía transcurriendo conmigo encerrada en aquel lugar. Me sentía más alta, pero al no tener espejos donde verme, todavía en mi mente seguía siendo la niña de doce años que llegó a aquel infierno. Los harapos que traía puestos apenas cubrían mi cuerpo y con facilidad pude contar doscientas veinticuatro cicatrices.

Uno de aquellos días, por fin decidí que, después de que extrajeran mi sangre, dejaría que aquel último corte siguiera sangrando para de una vez por todas su*cidarme. Quería morir. Ya había perdido toda esperanza.

Así que, justo después de que vendaran correctamente mis heridas como siempre lo hacían, puse en marcha mi plan. Al no haber estado luchando contra ellos por un tiempo, no usaron acónito contra mí ese día y, tan pronto como pensé que se habían ido, dejé salir a Arianna y rasgué el vendaje con mis colmillos. Abrí la herida de nuevo al lastimar la carne de mi propia pierna con la esperanza de desangrarme hasta morir.

Sin embargo, no resultó como esperaba. Uno de los guardias debió haberme oído y regresó para revisar que todo estuviera en orden.

"¡Ey!" Oí gritar al guardia. Todo mi cuerpo se congeló en pánico por un segundo antes de comenzar a desgarrar más fuerte mi propia carne con desesperación. Debería haber dolido mucho, pero ya estaba acostumbrada al dolor. De inmediato, tres de los guardias entraron en la habitación, me obligaron a tirarme al suelo y me introdujeron el terrible acónito a la nariz. "¡Está desperdiciando su sangre!"

"¡Doctor!" comenzaron a llamar desesperadamente mientras yo recobraba un mínimo de conciencia.

Estaba tan débil que incluso los guardias no me golpearon como castigo en caso de que mi cuerpo no pudiera soportar más el abuso, pero había perdido tanta sangre que ahora debían esperar unos cuantos para extraerme más si querían que permaneciera con vida.

Para evitar que me desangrara, decidieron cauterizar mis heridas con calor. De esa forma, sostuvieron contra mi pierna un hierro caliente durante largo tiempo, aprovechando la oportunidad para infringirme más dolor de lo necesario. Como si no fuera suficiente, metieron mi cabeza bajo agua hasta que me faltase el aire y comenzara a ahogarme. Cuando no podía soportarlo más, me abofetearon y me obligaron a sumergir la cabeza en el agua nuevamente.

Durante toda esa tortura despiadada, mi corazón se aceleró y mi cuerpo se estremeció, pero había decidido que no lloraría ni rogaría más. Todo lo que Arianna pudo hacer fue gruñir en voz baja y de forma estremecedora dentro de mí.

"Te reto a que me mates." grité de forma entrecortada mientras respiraba profundamente.

"¡Quieres morir!" Un guardia exclamó en voz alta al escuchar mis palabras. "¡Eres una vergüenza! ¡Traicionas a la manada!"

Como respuesta a mis comportamiento, decidieron que quemarían una cicatriz en mi rostro con una aguja caliente. Grité, tratando de detenerlos, pero metieron un paño en mi boca para callarme y tomaron firmemente mi cabeza para mantenerme en mi lugar.

Gruñí cualquier combinación de palabras desagradables que vinieran a mi mente y luego grité a través de la mordaza cuando la aguja tocó mi rostro. El guardia que manejaba la aguja movía su mano con movimientos decididos, como si estuviera dibujando.

"Dice CERDO. Te ves más bonita con esa cicatriz en tu cara. Hace juego con el resto de tu triste cuerpo." dijo con una sonrisa burlona en su rostro.

De repente, escuché la risa de una mujer detrás de mí.

Conocía esa voz. Me moví con fuerza para que los guardias me soltaran, mi cara palpitaba con la palabra CERDO recién grabada en ella, pero ni aquel dolor me detuvo, y volteé la cabeza para ver a la persona parada detrás de mí. 

Habían pasado años, así que al principio apenas la reconocí, mucho menos vestida de aquella forma tan elegante. La mujer frente a mí llevaba puesto un vestido muy refinado con joyas tejidas sobre la tela.

No sabía cómo me veía yo después de todos los años que había transcurrido encerrada, pero ver a esa mujer era como verme ya de grande y sin todas las cicatrices que ahora marcaban mi cuerpo.

Su largo cabello rubio ondulado colgaba con gracia hasta su cintura y sus ojos morados se entrecerraron con disgusto al posarse sobre mí.

Era mi gemela, Jennifer. Pero, ¿cómo podía ella estar aquí?