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Infernum Gehena

Infernum Gehena

Autor:Zelá Brambillé

Terminado

Introducción
"En una arcaica cabaña, junto a un solitario pueblo, Anne abrió los ojos y se encontró a su peor pesadilla. Él juró vengarse por haber sido desterrado del paraíso celestial, no tendría piedad hasta exterminar aquello que provocó su destrucción. En el suelo, la muerte inalcanzable se convierte en su mayor deseo, su tormento es como el de un escorpión cuando pica al hombre. Se retuerce en su veneno, en las llamas del infierno. Una estrella cayó desde el cielo y se le dio la llave del abismo, un abismo que es custodiado por el propio Abadón, y que comienza con una puerta de madera añeja."
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Capítulo

«Porque polvo eres, y al polvo volverás».

Gn 3:19

Fuego. Dolor. Venganza.

En eso pensaba el pobre ser mientras tiraba de las cadenas que lo mantenían preso dentro de ese calabozo con olor a rancio. Crujían, pero no cedían, el material quemaba sus muñecas cada vez que intentaba liberarse, cada vez que se esforzaba por obtener un poco de alivio. Sentía las llagas punzando, su pulcra piel marchitándose al igual que una planta deshidratada, como su alma.

¿Qué había hecho para merecer aquello? ¿Por qué tanta crueldad?

Una correa de cuero se estrelló en su espalda baja, incinerando y rasgando todo a su paso. Gritó fuerte, suplicó, lloriqueó y prometió que jamás volvería a cuestionar las creaciones divinas de Dios; pero nadie lo escuchó. Imperdonable era su único error.

Nada, ningún castigo se comparaba con el fuego y las llamas, con sentir cómo lentamente acababan con todo lo que eras y amabas. Prendieron sus alas, esas que una vez fueron blancas e impolutas, puras y fieles compañeras. Le arrebataron el poder que tanto adoraba.

Se zangoloteó, desesperado por apagar los destellos en sus escápulas; pero el refulgir celestial no menguó, se adentró en su cuerpo. Le caló hasta los huesos, y acabó colgado gracias al metal que lo sujetaba. Era un badajo que se movía al ritmo de lo que un día fue y jamás podría volver a ser.

—¡Mírate ahora, pobre Abadón! ¿En dónde está aquel que se regodeaba de ser el mejor? ¡Oh, amo y señor del abismo! —Unos cuantos rieron por la osadía del torturador.

Estaba sucio porque no era más que un desterrado.

Sus largas uñas ensangrentadas se clavaron en la tierra, sus heridas ardían, sentía la sangre brotando a borbotones. Esta vez no habría cura que pudiera apaciguar la furia que se despertaba en las migajas de lo que quedaba vivo en él. Gruñó con la poca fuerza que le quedaba y se desmayó, cayó en una niebla que lo acompañaría durante toda la eternidad.

Cuando despertó estaba en un lugar conocido y oscuro, todo ahí era familiar, hasta agradable. Las tinieblas se habían convertido en su hogar sin darse cuenta. Un gruñido creó eco, le daba la bienvenida, quizá siempre había pertenecido al dueño de aquel lugar. Él era el infierno y siempre lo sería, iba a enseñarles que el abismo podía ir a cualquier parte, no existía escapatoria.