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No tienes escapatoria: mi esposa falsa

No tienes escapatoria: mi esposa falsa

Terminado

Introducción
Leila nunca esperó que un beso accidental le traería un contrato de matrimonio. Nate Hill era conocido como un multimillonario mujeriego, guapo pero despiadado. Había estado cambiando sus compañeras en la cama con más frecuencia que sus calcetines. Sus padres lo obligaron a casarse en cuestión de días, por lo que necesitaba desesperadamente una esposa falsa. Una vez traicionado por su ex, juró no volver a enamorarse, consideraba a las mujeres un problema, por lo que Leila Swift era la elección perfecta. Su feo aspecto de marimacho definitivamente no era su tipo. Poco sabía él, Leila era una belleza hermosa. Se disfrazó de marimacho por alguna razón. Como conocía bien la vida de playboy de Nate, lo despreciaba y se aseguraba de que nunca se enamoraría de él, ni que decir va a darle su virginidad. Bueno, ¿quién sabe?
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Capítulo

Leila acababa de escapar de la casa de su padre.

Él trató de engañarla para que se fuera de Francia, pero ella estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para no aceptar su plan diabólico, incluso vivir en las calles.

Parecía que Leila había metido toda su vida dentro de esa enorme y pesada maleta rosa de ruedas, y se sintió morir solo dos horas después de que su vuelo aterrizara; mientras arrastraba su maleta no podía evitar extrañar París profundamente.

En la Ciudad de la Luz, respiraba libremente, pero aquí no podía ni recuperar el aliento, le faltaba el aire al no saber qué hacer o a dónde ir.

Sentía que había perdido el control de su vida.

París era su lugar feliz, pero su familia quería que esta ciudad se convirtiera en su perdición.

En Londres llovía como siempre, mientras que en su ciudad, París, la primavera estaba en su mayor apogeo.

Llevaba un vestido nuevo de flores, que se había mojado por completo, los pliegues sueltos de la tela habían perdido su belleza con el agua y ahora solo colgaban sin gracia, y los tulipanes de miles de colores estampados en la tela de seda negra se veían casi marchitos.

"¿A quién debo llamar?, ¿a Sam?, ¿a Alice?", preguntó Leila en voz alta, como si estuviera esperando que algún transeúnte a su alrededor respondiera, luego se detuvo y sacó su móvil del bolso. Aquí hasta la gente caminaba diferente, pero nadie la miró, todos estaban ocupados en sus propios asuntos.

De repente, Leila supo a quién debía llamar; Alice, por supuesto.

La llamada sonó y Leila esperó. Sam ahora estaba comprometido y ella no quería molestar ni causar malentendidos entre él y Cecilia, su prometida; no después de lo que Sam le confesó en su fiesta de cumpleaños número 23.

Sam y Alice eran sus mejores amigos desde la infancia, pero esa fiesta había cambiado todo entre ella y Sam, así que le pareció que mantenerse lo más lejos posible de él sería lo mejor para todos en este momento.

Estaba temblando, el frío le había calado hasta los huesos, así que se puso su bufanda negra alrededor de sus hombros para conservar un poco de calor; además, su paraguas se había roto justo después de abrirlo.

¡Era la bienvenida perfecta de esta ciudad a la que alguna vez llamó su hogar!

Tenía las palmas rojas por arrastrar esa pesada maleta, le ardían dolorosamente por cargar tanto peso, pero lo que más le dolía era esa punzada en su corazón.

Londres ya no era su hogar, no lo había sido durante doce largo años, demasiado largos.

Se estaba esforzando por no odiar a Lily Greece, pero eso era una misión imposible.

Porque fue ella, su madrastra, quien la envió lejos cuando cumplió trece años, haciéndola olvidar todo lo que había vivido en Londres y alejándola de su padre.

Y también había sido la autora de lo que estaba pasando ahora.

De no haber sido por Sam y Alice, que se fueron con ella a París, habría muerto de pena y soledad en ese país extranjero; llegaron cuando cumplieron dieciocho años, y le salvaron la vida el día en que se matricularon en la misma universidad que Lelia.

La Sorbona, por supuesto, ¿a dónde más irían los niños ricos aparte de la famosa Sorbona?

Esa fue una decisión de su padre, y él todavía seguía tomando todas las decisiones de su vida por ella.

Leila se sentía como una tonta al recordar el cambio de actitud de su padre cuando la llamó hace unos días.

"Quiero que vuelvas a Londres", fue lo primero que dijo su padre.

"¡Me extraña!, ¡quiere tenerme cerca!" se dijo ella llena de emoción en su interior al escuchar que le pedía que volviera a casa por primera vez desde que se había ido; incluso llegó a creer que en verdad su padre la amaba. "Bob ya no es el títere de Lilly", pensó Leila llena de esperanza: "Parece que finalmente ha entrado en razón".

¡Sin embargo, estaba muy equivocada!

"Pero, ¿y qué pasará con mi trabajo? No puedo dejarlo así sin avisar. ¿Y cómo es el trabajo que me estás ofreciendo?" Leila estaba emocionada y dichosa, creyendo que su padre le daría un trabajo en su empresa, ¿qué otra cosa podría ser?

Era lo que siempre había querido, seguía soñando con algún día convertirse en la directora general de su propia compañía, y Bob lo sabía; además, Leila era mayor que Carl, su hermano, y había estudiado una carrera en administración de empresas.

"Hablaremos del trabajo cuando llegues a casa. No te preocupes, ¡solo debes subirte a ese avión!", le dijo Bob a su única hija después de enviarle un boleto de ida de París a Londres por correo electrónico. Carl, por su parte, nunca estuvo interesado en la empresa, siempre había querido ser médico, quizá por su enfermedad.

Carl, el hermanastro de Leila, siempre se había llevado bien con ella a pesar de las circunstancias, y ni siquiera las interferencias de su madre, Lily, pudieron impedir ese amor profundo entre ambos.

Leila hizo lo que su padre le pidió y subió a ese avión.

"Este no es un buen momento para la empresa, pero sé cómo puedes ayudar, aunque no sea en un trabajo de verdad", le dijo su padre durante la cena que tuvieron media hora después de haber llegado; cuando Lily asintió, Leila supo que cualquier cosa que él le dijera sería idea de ella, así que no podía ser nada bueno.

Cualquier cosa que se le ocurriera a Lily para Leila siempre iba en contra de lo que ella quería.

"¿Qué quieres decir con eso de que no es un trabajo de verdad?, ¿entonces qué estoy haciendo aquí? ¡Dímelo o me regresaré a París!", Leila de repente empezó a sospechar de las palabras de su padre; algo andaba mal, si no se trataba de un trabajo, ¿qué más podía ser?

"¡Oh, qué terca eres! ¡Te casarás con un multimillonario!", gritó su padre con impaciencia y revelando cuáles eran sus verdaderas intenciones; para él, ella era un simple peón, un activo, no su hija.

Era obvio que Lily lo seguía influenciando. Aunque el corazón de Leila se hundió en la desesperación, su espíritu se elevó y su orgullo se rebeló. Bob quería cambiarla por ayuda financiera para salvar la empresa de la familia y ella tenía claro que todo esto era obra de Lily, una idea suya; sin embargo, su padre también tenía la culpa por escuchar a su esposa.

Primero, su madrastra la había enviado a otro país para asegurarse de que su hijo heredara la fortuna de la familia Greece, y ahora que la fortuna estaba casi perdida, quería obligarla a casarse con alguien que no amaba, un desconocido.

Leila decidió que simplemente no lo aceptaría.

"¡De ninguna manera!, tengo trabajo y una vida en París, así que voy a regresar. No puedes decirme qué hacer, ¡me casaré con quien yo quiera y en el momento en que lo elija!", gritó, pero la risa de Lily fue la única respuesta que obtuvo.

"No seas estúpida, ¿cómo crees que conseguiste ese trabajo?", y ahí se acabó todo.

Su padre le mostró todo su poder, fue despedida, el propietario de su apartamento dio por terminado el contrato de alquiler y bloqueó todas sus tarjetas de crédito. El dinero que tenía ahorrado no sería suficiente para pagar un nuevo contrato de alquiler ni sus gastos de manutención hasta conseguir un nuevo trabajo.

Estaba acorralada.

"Alice", Leila estaba a punto de llorar cuando su amiga por fin contestó la llamada.

"¡Leila!, ya me enteré de lo que pasó, te voy a ir a buscar y te quedarás conmigo. Nadie te puede obligar a casarte con un desconocido. ¡Ahora, chica, dame tu dirección!", respondió su amiga casi sin respirar. Alice estaba muy enojada con la familia de Leila y no estaba dispuesta a dejarla sola.

Unos días atrás, unos amigos le habían contado sobre la situación de Leila, que su padre había decidido obligarla a casarse con un multimillonario. ¿Cómo alguien podía hacerle eso a su propia hija?

Alice tardó quince minutos en recoger a Leila, y quince minutos más tarde, las dos amigas estaban sentadas en la sala de estar de la casa de Alice tomando una taza de té caliente. De repente, sonó el teléfono de Leila.

La chica se sorprendió al ver que no era su padre, sino Sam, y giró la pantalla del móvil para mostrarle a Alice.

Al instante, los recuerdos de su fiesta de cumpleaños volvieron a su cabeza.

Era uno de los primeros días del verano y hacía mucho calor, pero eso no les importó, eran jóvenes, felices, solo querían divertirse y vivir sus sueños en la ciudad más hermosa del mundo; la celebración se extendió durante todo el día, comenzando con una visita a la Torre Eiffel en las primeras horas de la tarde.

Luego, hicieron un picnic con queso y vino en Champ de Mars, el parque más grande de París, ubicado justo al lado de la famosa torre.

Al final, caminaron hasta el río y bailaron a lo largo de la orilla del Sena, completamente borrachos; Sam insistió en bailar con Leila, y la abrazó un poco más fuerte que de costumbre cuando un tango comenzó a sonar.

Sin embargo, luego trató de besarla.

"Leila, te amo, creo que siempre lo he hecho", le susurró, pero ella hizo una mueca y se alejó un poco de Sam.

"Sam, lo siento, yo también te amo, pero solo como a un amigo", ni siquiera todo el vino que habían tomado podía hacerla sentir algo más por él.

"Contesta", le dijo Alice después de ver el nombre de Sam en el móvil de Leila.

"Me enteré de que estás en Londres, ¿dónde te estás quedando? ¿Podemos ir a tomar algo? ¡Por favor!", preguntó Sam.

"Estoy en la casa de Alice. Sam, no creo que sea una buena idea, ya estás comprometido y debes ser bueno con Cecilia", respondió Leila, colgando la llamada con mucha rapidez; sin embargo, él continuó enviándole mensajes de texto y llamándola.

"Leila, creo que deberías verte con él y dejar las cosas completamente claras entre vosotros, esa será la única forma en que se calme", dijo Alice de repente, ya estaba un poco molesta por el ruido de todas las notificaciones del móvil de su amiga; si Leila no lo detenía, lo haría ella.

"Pero ya lo hice, ¡muchas veces!", Leila también estaba desesperada; en realidad, lo había intentado una y otra vez, pero Sam simplemente no podía olvidarse de ella. "¿Qué más puedo hacer para que se olvide de mí? Haré lo que sea, ¡solo dime!", preguntó agitada.

"Hmm, ¿quizá verte menos atractiva? ¡A Sam le gusta tu cara bonita, y Dios sabe cómo se devora tu cuerpo con sus ojos azules!", dijo Alice guiñándole un ojo y con un plan en mente: "¿Qué tal un disfraz?"