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Déjame con mi orgullo

Déjame con mi orgullo

Autor:Belén Santis

Terminado

Introducción
Idiota.Cree que teniendo perfectos músculos, unos ojos miel envidiables, una altura que te hace quebrarte el cuello cuando lo quieres mirar a los ojos, cabello rizado, perfecta piel besa..., esperen..., me he perdido, ¿qué estaba diciendo? ¡Oh, sí! Ese idiota cree que teniendo todos esos perfectos dones puede usar a una mujer cómo quiera, pues yo no lo creo.Soy Annabella, pero, por favor, llámenme Ann si no quieren que los mate, y esta es la historia de cómo conocí al cretino desesperante que tengo como tutor...Peter Harrison.
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Capítulo

  —…y Kiara le dijo a Justin, que le dijo a su amigo, que se enteró por su primo, que supo por mi vecino, que hay una fiesta —terminó de narrar Rose, a la vez que guardaba sus cosas en el casillero.

  —Aún no sé a dónde quieres llegar al hablarme de ese complicado círculo de chisme, pero sea lo que sea perdiste mi atención —comentó Annabella con un leve tono sarcástico acompañado de una sonrisa.

  Jamás fue una chica de fiestas, pero debía admitir que tampoco le desagradaban. El problema no era ir a la casa de un desconocido del cual ninguna había oído hablar, sino que radicaba en el hecho de ir exclusivamente con Rose y no con otro de sus amigos. Rose era simpática, se hacía llamar a sí misma la mejor amiga de Ann, pero eso no evitaba que en cada fiesta fingiera que no la conocía para irse con los más populares. De cualquier modo, prefería quedarse leyendo un libro en vez de aguantar a los borrachos sola.

  —Vamos, ¡esta fiesta va a ser la mejor de todos los tiempos! —exclamó la exaltada pelinegra.

  —Es lo mismo que dijiste en Halloween; justo tres horas después estaba sujetando tu cabello mientras vomitabas los ositos de goma con vodka —cerró su casillero y comenzó a caminar con una sonrisa en sus labios, recordando lo gracioso que fue ese momento.

  Rose la miró con un poco de fastidio, pensando lo aburrida que era a veces. Cerró su casillero con fuerza y comenzó a seguir a la morena sin detenerse a discutirle, pues sabía que iba a terminar aceptando de una forma u otra. El timbre de la escuela sonó, lo que claramente significaba que tendrían que separarse para ir a clases. Ann exhibía una mueca de fastidio, sabía que su siguiente tortura sería ir a la clase de «La Fósil», como era llamada por muchos, y tendría que sufrir de su nulo conocimiento sobre matemáticas. No le dio muchas vueltas a la idea de hacerse la enferma para no asistir, por lo cual se resignó a despedirse de Rose y caminar tranquilamente a su sala.

  La verdad lo comenzó a meditar un poco. Hace tiempo que no iba a una fiesta y necesitaba comenzar a socializar un poco más con las personas que veía casi cinco días a la semana, pero que no sabía ni sus nombres.

  Al entrar, notó que la mayoría de los asientos ya estaban ocupados y que el único que quedaba era, para su suerte, al lado de un chico con el cual compartía una que otra palabra en clases anteriores. Sin dudarlo, se sentó a su lado, y recibió una sonrisa simpática.

  —¡Miren a quien tenemos aquí! Es la señorita cero a la izquierda —le guiñó un ojo a la Ann para molestarla.

  —Oye, que sea mala en matemáticas no significa que no entienda esa expresión —rio un poco y comenzó a sacar sus materiales.

  El chico era simpático y parecía una buena persona, tanto así que incluso a Ann le apenaba un poco no recordar su nombre.

  —Oye, ¿oíste sobre la fiesta antes del campeonato? —habló el chico con tanta, o más, emoción que Rose anteriormente.

  —Sí, pero la verdad es que no me llama mucho la atención —la chica se encogió de hombros—. Ni siquiera sabía que el equipo de básquetbol había llegado a las finales hasta que una amiga me lo dijo.

  —Dejando de lado tu falta de entusiasmo por Los Halcones, deberías ir conmigo para divertirte y saber más del equipo.

  No estaba coqueteando y ella lo sabía, pero tenía que admitir que él tenía lo suyo y en más de una ocasión lo vio besuqueándose con alguna chica en una esquina oscura, así que no veía muchas posibilidades de que fuera gay y solo se estuviera imaginando las miradas que de vez en cuando le dedicaba. Era atractivo, sus ojos eran de un azul intenso, y su cabello café claro parecía tan suave que te daban ganas de pasar tus manos por él. No obstante, no era el tipo de Ann porque, según ella, sus facciones eran un tanto infantiles.

  —Sabes que mi respuesta va a ser no hasta que encuentre una razón válida para ir —le dio un ligero golpe en el hombro—. Cambiando de tema, ¿podrías decirme tu nombre?

  —Llevamos de compañeros desde hace un año… y no sabes mi nombre —afirmó para sí, creyendo en parte que la chica estaba jugando con él.

  Si de casualidad Ann hubiera nacido con un toque de delicadeza, feminidad, o un filtro verbal; se habría detenido a pensar en una forma más adecuada para preguntarle algo tan importante en una relación amistosa. No era su culpa que la única vez que él le dijo su nombre no le prestara suficiente atención. La morena le dedicó una media sonrisa, como de esas que el hombre del clima que veía cada mañana usaba para fingir que le agradaba su trabajo, y antes de sopesar en decirle que no era ningún tipo de broma de mal gusto, la profesora entró a clases y dejó caer el libro que traía con fuerza sobre la mesa. No existía motivo para llamar la atención de sus alumnos con tal acto, pero ella creía que así se ganaba la «intimidación» y el «respeto» de sus alumnos; dos palabras que costaba poner juntas en una oración sin que sonaran a algún tipo de tortura y/o extorsión.

  Según Annabella, no podía culparla de ser una amargada cuando toda la escuela sabía que se enrolló con el profesor de Castellano; dejando el rumor de que se juntaban cuando ninguno de los dos estaba en clases y terminaban en el escritorio de la directora. La alumna que «los vio primero» fue nada menos que Megan Benson, quien lanzó un chillido que alarmó a la secretaria de la directora, a los maestros, a los alumnos y al pequeño conserje: Willy. Después de eso, los rumores insólitos se esparcieron como alcohol en una fiesta y la reputación de la profesora se conocía hasta en los colegios del otro lado del país; dejándola atrapada en este lugar con la vigilancia de la directora, y sabiendo que ningún colegio la contrataría a no ser que se cambiara el nombre.

  Resumiendo todo eso: se desquitaba con los alumnos, a pesar de que eso pasó hace tres años, y quien más sufría era Ann.

  La chica se irguió en su asiento y respiró profundamente, esperando que esta vez sí entendiera al menos todo lo que se explicaría en clases.

  «Bien, si logro entender una sola palabra de lo que diga no estaré tan mal y podré saber que al menos pasaré el examen por los pelos», pensó, siendo pesimista desde un principio.

  —Jasper —susurró el chico a su lado, aprovechando que «La Fósil» se había volteado.

  Jasper era un lindo nombre para el chico. Abrió su cuaderno y le sonrió de lado, para hacerle entender que esta vez sí lo había escuchado. El chico pareció contento con su respuesta, y no la volvió a molestar de ninguna forma.

  Media hora después se estaba lamentando por haber desviado la vista al patio durante diez segundos, ya que sin darse cuenta había perdido el delgado hilo de la clase. Todo lo que escuchaba no lo entendía, y lo que había comprendido antes no hacía más que confundirla con la materia de ahora. Resignada después de estar el resto de la hora tratando de encontrar sentido a lo que había en la pizarra, dejó caer su lápiz sobre el cuaderno con apuntes mientras gritaba internamente lo mucho que odiaba ser un cero a la izquierda en Matemáticas.

  «De acuerdo, aún tengo oportunidad si busco en Internet la materia que estamos pasando», trató de subirse el ánimo, un tanto desanimada por no comprender de nuevo.

  El timbre sonó y la profesora, como habitualmente hacía, dejó unos ejercicios pendientes que serían revisados el lunes de la semana siguiente. Tomó sus cosas y salió apresuradamente de clases, aliviada de que era hora del almuerzo y que hoy era viernes de pizza.

  Suspiró mientras caminaba por el pasillo cuidadosamente. Se escuchaban los cotilleos de los adolescentes sobre la fiesta de hoy, cosa que no hacía más que molestarla, pero reconsideró la idea de ir porque al parecer le estaban dando señales del cielo o algo parecido. Sumida en sus pensamientos y paranoias, un cuerpo más alto que el de ella apareció por su lado y se encontró con la ancha, y perfecta, sonrisa de Megan Benson.

  —Hola, mmm… Annabelle —le dijo sin sacar la sonrisa, creyendo que había acertado en el nombre—. ¿Pasarás por la fiesta de Derek?

  Había muchas preguntas que quería hacerle a Megan en ese momento, algunas eran:

  ¿Cómo es que —casi— sabía su nombre?

  ¿Le estaba hablando a ella o era su imaginación?

  ¿Se había blanqueado los dientes o nació con genes perfectos?

  —¿Es necesario que yo vaya a esa fiesta? —preguntó un tanto confusa, seguía sin fiarse de ella—. Por cierto, mi nombre no es ese.

  La chica bajó un poco su sonrisa y puso una cara de confusión que al momento cambió nuevamente por la radiante sonrisa de antes y rio tontamente.

  «Rara».

  Megan era el tipo de chica que acaparaba toda la atención del pasillo, escuela, ciudad y, en especial, espécimen del sexo masculino. Si ella llegaba, la gente se abría y la dejaba pasar como si fuera una especie de celebridad que tenía alergia a la humanidad. Sus sólidos ojos azules se remarcaban en su rostro, sus labios rojos focalizaban toda la atención y ni hablar de sus curvas, que parecían sacadas de una modelo con buen Photoshop encima. Por otro lado, era una chica simpática, de promedio regular y un dudoso límite en la tarjeta que su mami le dio. En otras palabras, la envidia de toda chica y el deseo de todo chico.

  —Claro que sí, todo el mundo va a ir y tu… —su sonrisa perfecta vaciló por unos instantes—… Y tu novio, Alex, también debería ir.