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Preguntas frecuentes

Preguntas frecuentes

Autor:Emiliano Campuzano

Terminado

Introducción
La escuela se parece mucho a un apocalipsis zombi. Debes saber con quién contar y mantenerte alerta si quieres sobrevivir. Mi mejor amiga, Sam August, se toma eso muy en serio.Hola, me llamo Jace y esta es la historia de cómo sobreviví al apocalipsis zombi (mi último año de preparatoria); formé una banda, conseguí un contrato con una disquera y lo arruiné en mi primer concierto; y de cómo encontré y perdí al amor de mi vida a las circunstancias de la vida.No te preocupes, no fue tan triste como suena.Emiliano Campuzano regresa con su inconfundible estilo, lleno de humor y drama, para darnos otra historia cargada de momentos emotivos, personajes entrañables y reflexiones inolvidables.
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Capítulo

  Sin importar lo que Samantha August te pueda contar, el apocalipsis zombi comenzó como cualquier otro día.

  Era lunes por la mañana y yo era nuevo en la ciudad. Caminé un poco nervioso a través de los helados pasillos de mi nueva escuela hacia mi primer día de mi último año de preparatoria, traía una sudadera delgada y un par de jeans rasgados que no ayudaban, pero para nada a mantener mi temperatura corporal, entre los escalofríos noté que seguía medio dormido. Tenía que llegar al salón 405 y aunque me dolían un poco las articulaciones por el viento, caminé tan rápido como pude para hacer más corto el rato largo que me esperaba.

  Al llegar al salón, no me encontré con nada nuevo, todos tenían ya su grupo de amigos y esos grupos estaban dispersos a través de la habitación y en el pasillo gélido; entré haciéndome paso entre la multitud y dejé la mochila sin pensarlo mucho en el último escritorio al fondo a la derecha, junto a la ventana. Me senté.

  Miré alrededor de mí para analizar a los que serían mis compañeros durante los siguientes doce meses, de nuevo, nada sorprendente; los chicos ricos conversaban con las chicas lindas y me llamó la atención en especial un niño mimado que traía un cinturón de unos quinientos euros y unos zapatos marinos que seguramente costaban más que toda mi ropa junta, presumía de su viaje a Mónaco y estaba con otros tres chicos y dos chicas guapísimas que no lucían para nada tan prepotentes como él.

  No tardé en poner los ojos en blanco y pronto sentí su mirada colectiva de vuelta, solo que un poco menos cordial, si es que la mía lo era de ese modo, soltaron una risa tonta y mejor volteé por la ventana para evitar conflictos; allí me encontré otros tantos grupos del mismo tipo de personas y sin querer me preocupé que quizá, para variar, no encajaría de nuevo para nada.

  Me pasé mirando a mis compañeros por un par de segundos cuando, de pronto, no pude hacerlo más y una voz, dos partes dulces y una ronca, invadió mi cabeza por mi lado izquierdo; la razón por la que esta historia existe llegó en ese momento.

  —Va a ser un largo año, ¿no?

  —Parece ser que sí —volteé solo para encontrarme con una chica que… Bueno, a primera vista no parecía chica en lo absoluto, tenía el cabello más corto que el mío, del mismo tono de negro y sin maquillaje a excepción de un Gloss con brillantina que traía en los labios; no era convencionalmente femenina y, si no me equivoco, traíamos puesta la misma sudadera.

  —Sí, suelo causar esa primera impresión —respondió riendo, me imagino que mi expresión fue tal que tuvo que romper el hielo de esa manera.

  —Lo siento —quise disculparme, pero me arrepentí momento seguido al pensar que eso admitía que pensé lo que ella ya sabía y eso que ella sabía, no era nada educado.

  —No tienes que —volvió a reír.

  La chica dejó su mochila en el asiento de enfrente y sacó de ella una gorra de lana roja, se la puso encima y me sonrió. Definitivamente era rara, pero yo también lo era y entonces, algo hizo clic.

  —Soy Sam, no Samantha, solo Sam; Sam August —dijo, sentándose en mi escritorio—. ¿Y tú?

  —Jace, Jace Griffin —contesté un poco más cómodo.

  —¿Y la K? ¿Qué significa? Jace K. Griffin —preguntó, acomodándose su poco cabello debajo de la gorra.

  —¿Cómo demonios…? —pregunté sorprendido.

  —Soy bruja, na, broma; está en tu mochila, Jace K. Griffin —bromeó y me miró.

  —No es nada —respondí un poco cerrado.

  —Anda, dime tu nombre. No se lo diré a nadie, además, no es como que nadie aquí fuera de mí se muera por saberlo —dijo, tenía razón.

  —Katherine —contesté.

  —¿Eso no es nombre de chica? —rio y me enfadé un poco.

  —No, no lo es —respondí; sí lo era.

  —Claro que lo es, pero es lindo, me gusta, Kate —dijo Sam.

  —No me digas Kate.

  —No hay vuelta atrás, Kate —rio y se bajó de mi escritorio.

  Quizá era coincidencia, pero mi nombre no sonaba tan mal en su voz y por un momento, no lo odié tanto. Mi primera clase de ese semestre fue Álgebra y mi profesor fue Max, una especie de «prodigio»

según él

de veintisiete años que veía a las chicas cuando pasaban al pizarrón y quería ser amigo de los chicos «cool» haciéndoles chistes malísimos; lo analicé y al valorar la situación, me dediqué a pasar notitas de papel con Sam y nos decíamos realmente nada, a veces volteaba echando la cabeza para atrás para sonreírme.

  La siguiente clase fue Francés y luego Literatura; me dormí en Literatura y antes de que sonara la campana, Sam me despertó.

  —Te dejaría dormir, pero es el primer día y, como en un apocalipsis zombi, es mejor permanecer juntos —dijo Sam y yo reí un poco—. ¡Venga, despierta!

  —Voy, voy —dije aún dormitando.

  —Ten, ponte mi bufanda, acabas de despertar —me dijo Sam dándome una bufanda de su mochila que al parecer tenía todo menos cuadernos y una pluma.

  —Gracias, pero no es…

  —Sí, póntela, Kate —rio y se paró en el marco de la puerta.

  —No me digas Kate —hablé en voz baja.

  Salí con ella del salón y bajamos los tres pisos para llegar a la base del inmenso campus y, con eso, con otros cientos de chicos y chicas, la mayoría cayendo en el estereotipo que había analizado previamente.

  —¿No crees que criticarlos sin ni siquiera saber su nombre te hace igual de superficial que ellos? —dijo Sam, distraída.

  —No —contesté, un poco extrañado, nunca me lo había planteado así.

  —Perdón —volteó a verme mientras caminábamos a la cafetería—. A veces no filtro lo que digo, solo sale y ya…

  —Sí, ya vi; no te preocupes —respondí, abrazándome, me dolieron los dedos de las manos por el viento.

  Cruzamos el campo de futbol americano, el de básquetbol y llegamos, finalmente, a la cafetería que, por el frío, se encontraba a reventar.

  —Ni siquiera tengo hambre —dijo Sam—. ¿Y tú?

  —No, tampoco —respondí.

  —Ven, ahí hay un lugar —dijo la chica caminando a una mesa ya ocupada.

  —Creo que ya está ocupa…

  Sam se sentó sin preguntar y solo se le quedó mirando a la bola de chicos junto a ella, no pasaron ni cinco segundos y se fueron, dejando la mesa libre.

  —Da —terminé mi frase.

  —Ya no —dijo Sam—. Ven, siéntate. Cuéntame de ti, Kate.

  Sam era la excepción, de la masa uniforme de personas que se expandía a través del campus, ella era genuina y, aunque tuve que analizarla, como siempre lo hacía con todos, me quedé con más preguntas que respuestas.

  —Pues…

  —Aparte de que tienes nombre de chica —bromeó ella.

  —Sam también es nombre de chico —contrataqué.

  —¿Te parece que me importa? —dijo riendo, por un momento pensé que la había ofendido. —Exacto. —No fue así.

  —¿Touché? —reí.

  —Sí —Sam sonrió a medias y siguió—. Empiezo yo. Tengo diecisiete años y me acabo de mudar acá con mi mamá que se acaba de divorciar, mis colores favoritos son el rosa y el verde, me gusta mucho leer lo que sea y amo las películas de terror. Siempre quise ser piloto de aviones de pequeña y, aunque sé que creíste que era un chico cuando me viste por primera vez, sí, Kate, soy chica. ¿Mucha información?

  Sí.

  —No —mentí—. Tengo diecisiete años también y soy malísimo en los deportes; me gusta el rock británico y las películas en general.

  —Cool —interrumpió Sam.

  —Mi color favorito es el azul, creo, también soy nuevo en la ciudad y nací en California. Vivo con mis papás y mi prima que se vino con nosotros para estudiar la universidad aquí. Quiero tener una banda famosa cuando crezca y mi sueño es dedicarme a tocar guitarra y escribir canciones.

  —¿Escribes canciones? —Sam volvió a interrumpir.

  —Bueno, no, aún no. No es tan fácil.

  —Me imagino.

  —No pensé que eras un chico cuando te vi.

  Sam levantó una ceja y asintió con una sonrisa incrédula.

  —No, claro que no —dijo con sarcasmo.

  —En serio —respondí.

  —De verdad, está bien —terminó Sam—. Me lo dicen seguido, hasta mamá lo hace. Me gusta mi cabello, tarda menos en secarse así.

  —Supongo que tienes razón —contesté.

  —Oh, olvidé mencionarlo, soy demasiado preguntona —asintió con la cabeza y pensó—. Y un poco impulsiva también.

  —Sí, lo noté.

  —Tú eres más frío, eso es bueno —contestó Sam.

  —¿Ah, sí?

  —A veces, depende qué resultado busques.

  Antes de que pudiera notarlo, la campana volvió a sonar, pero esta vez, no nos tocaba en la misma clase, yo iría a Música y ella a Pintura. Nos despedimos por esas dos horas y nos dirigimos a nuestros respectivos salones.

  En Música había pocos alumnos, había una chica un poco bajita y de cabello chino que se veía que tampoco era de muchos amigos, un chico con una gorra snapback que se veía a kilómetros que era baterista, dos chicos en el teclado y, claro, no podía faltar el bajista, solo que aquí era chica y era una chica coreana que sabía poco español y que, al igual que yo, era nueva.

  Nuestro profesor de música llevaba por nombre Gerard, era un rockero de profesión, graduado de una prestigiosa universidad, derrochaba talento y tenía tatuajes en casi todo su cuerpo. Me cuestioné cómo alguien así había terminado dando clases en una preparatoria pública, pero antes de poder preguntarle a él, fuimos directo al grano y nos dio indicaciones para tocar un cover de Seven Nation Army, una canción tan icónica que, sin importar la experiencia en música, todo el mundo sabe tocar. A un par de salones pude ver el salón de Sam.

  Gerard nos explicó que el proyecto del semestre sería tocar para un concierto navideño, nos dio una lista de canciones y nos dejó a nosotros elegir el resto conforme fuera pasando el año, empezaba a gustarme la clase.

  El chico baterista era Chris, los del teclado nunca hablaron ni mencionaron su nombre, pero se parecían bastante, por lo que solo eran twins

gemelos

, la chica bajita cantaba increíble y su nombre era Bianca; la chica bajista era Bora y era extrañamente buena armando ritmos. Nos divertimos un rato ensayando la icónica canción.

  Para cuando la clase terminó, fui por Sam a su clase de pintura y no me preguntes por qué, pero dicen que en el arte que haces expresas quien realmente eres, y como no podía analizarla, moría por ver lo que había pintado. De verdad me sorprendió.

  —¿Y… qué es? —pregunté.

  —Hoy —contestó Sam cerrando un poco los ojos y viendo su pintura.

  El lienzo parecía haber sido atacado por un grupo profesional de Gotcha… Básicamente había cientos de pincelazos sin simetría ni sentido aparente, algo así como un Pollock.

  —¿O sea?

  —No sé solo sucedió —rio Sam—. Podríamos ponerlo en un museo y venderlo por unos cinco millones de dólares. ¿No?

  —Sí —me hizo reír, era cierto—. Pensé que harías algo más…

  —¿Común? —interrumpió Sam e hizo una mueca—. Me esfuerzo demasiado para alejarme lo más que puedo de eso, no tendría sentido seguir la instrucción de hacer una flor que era el proyecto de hoy.

  —Sí, si quieres pasar —gritó la maestra desde su lienzo personal.

  —¡Es una flor surreal! —contestó Sam.

  —¿Lo es? —le pregunté.

  —El arte es subjetivo, Kate.

  —Jace.

  —Katherine.

  Nos sonreímos por un segundo; al parecer había encontrado a alguien en quien confiar en el primer día y ya no me sentía nervioso, que no es que lo hubiera hecho en primer lugar…

  —Entonces… ¿Amigos, Kate? —preguntó Sam como si aún no estuviera segura.

  —Amigos, Samantha —contesté.

  —Sam —me corrigió.

  —Samantha.

  —Katherine.