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El Aroma de los Dioses

El Aroma de los Dioses

Autor:Sara Hontoria Rodríguez

Terminado

Introducción
Kennya ha vivido toda su vida bajo resguardo y servicio de una misteriosa organización conocida simplemente como LOST. Dedicada a la eliminación de criaturas que pueden amenazar a la humanidad.Entre estos están los licántropos o hombres lobo. Criaturas de la noche y peligrosas.Ella como portadora de muerte se dedica a darles muerte cazándolos. O eso creía hasta que conoció a un hombre hermoso y fuerte, alfa de la manada Steellfang: Aleksei Ivanov.¿Sera fiel a sus convicciones o sucumbirá al amor de una criatura según dice odiar?Ambos bandos en conflicto y una guerra que se aproxima cada vez más. ¿Podrán ganar a pesar de los prejuicios? ¿Dejaran de lado su egoísmo para salvaguardar su propio mundo?
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Capítulo

  Acabo con mi presa en un segundo, la noche está cayendo y la visibilidad es cada vez menor, dejo el cuerpo tirado en el césped y me dirijo al que lleva siendo mi hogar desde que tengo memoria.

  Me tumbo en la cama improvisada de hojas que he amontonado para no dormir sobre la tierra húmeda de la cueva, cierro mis ojos y espero, con ansias, que pase la noche.

  

—— * ——

  Un ruido me despierta y al instante estoy en pie y alerta a cualquier cosa.

  Veo unos ojos ámbar en la entrada de mi cueva, pero ningún olor lo define, me sorprendo pues mis hormonas se alteran y me siento extrañamente caliente, no estoy en celo y no lo entiendo, doy un paso atrás, es la primera vez que no consigo detectar el olor de algún lobo.

  Escucho un gruñido por su parte y después le veo salir corriendo, no lo entiendo, pero a pesar de que la sorpresa me paraliza unos segundos comienzo a perseguir su sombra entre los árboles que se cruzan en nuestros caminos.

  Me canso de perseguirle y ver que no se detienes asique al ver que ya estamos lo suficientemente alejados de mi cueva doy media vuelta y me dirijo hacia ésta.

  La luna aún está en su punto álgido por lo que no he podido dormir demasiado, no quiero estar débil y cansada el día siguiente asique una vez en la cueva me decido a tumbarme y volver a caer en los brazos de Morfeo.

  A la mañana siguiente me encuentro algo más cansada de lo que esperaba pero decido no darle importancia y seguir con mi rutina, paseo por el campo y me tumbo sobre el césped con el sol alumbrando mi oscuro pelaje y espero a que algo pase, como siempre.

  Vivir en soledad a veces es aburrido, otras extasiantes y otras agobiantes pero dentro de todo, estos momentos en los que soy capaz de pensar sin tener nada que me pueda distraer es reconfortante y me hace feliz.

  Observo mis patas, cubiertas por el pelaje color carbón, son grandes y fuertes, las garras pueden desgarrar cualquier cosa. Acabo dibujando mi nombre en el césped, haciendo surcos con mis garras para poder dejarlo marcado.

  Alia

  Ver ese nombre grabado en la tierra me recuerda a la voz de mi madre, era dulce y conseguía calmarme sin importar qué.

  Cierro mis ojos y recuerdo, vagamente su pelaje, su olor y sus sonrisas, era Omega, sus ojos eran del color azul más hermoso que nunca podré recordar.

  Sonrío vagamente y la extraño, la extraño de verdad porque no tuve el tiempo de decirle todo lo que quería, al igual que a mi padre, con unos ojos ámbar que maravillaban a todos en su camino, era atemorizante pero protector y cariñoso.

  ¿A quién me parecía?

  No lo sé, mi madre de un pelaje marrón claro, con un cuerpo pequeño pero un gran carácter y una sonrisa hermosa.

  Mi padre, salvaje y cariñoso al mismo tiempo, con un pelaje blanco como la nieve, un cuerpo grande, fuerte y protector en el que me refugiaba los días de tormenta.

  Suspiro y deseo volver a tener 5 veranos de vida, para volver a estar con ellos, son vagos recuerdos los que tengo de ellos y el único que se repite en mi mente es el de la tragedia que me dejó sola.

  Me levanto y no aguanto más estar quieta, comienzo a correr por entre árboles, rocas y arbustos que se cruzan en mi camino, disfruto del cansancio y de la brisa que, una vez más, despeina mi pelaje.

  Paro cerca de un lago, respirando con dificultad por haber corrido por demasiado tiempo, me acerco al lago y no dudo en hundir mi lengua en éste para beber algo de agua.

  A mi espalda escucho un pequeño sollozo, pero no es cercano, alzo mi cabeza y me replanteo si correr hacia el sonido o en dirección contraria.

  Los recuerdos se amontonan en mi mente pero puedo ver con claridad cómo me abandonaron a pesar de mis sollozos y quejas, niego con la cabeza y gruño para mí misma, vuelvo a escuchar el sollozo y no puedo evitar correr en su dirección.

  Corro hasta poder ver un pelaje cobrizo con las puntas naranjas, me acerco con cuidado, soy capaz de diferenciar su aroma del olor de su sangre, paro en seco, huele a frutas ácidas, pero no es eso lo que me impide moverme, es el intenso olor a sangre que despierta ese lado salvaje que oculto a todas horas.

  Su respiración es algo pesada pero poco puedo hacer si mi lobo interior solo quiere desgarrarle para poder oler y saborear esa sangre, niego con la cabeza y reprimo ese instinto asesino, a paso lento y tembloroso me acerco hasta el cuerpo, su hocico está contraído en dolor y sus colmillos se clavan en una rama que muerde para aguantarlo mejor.

  Escucho de nuevo su sollozo y sé que si no muestro mi forma humana no puedo ayudarle.

  Me acerco y sin decir nada le subo a mi lomo y comienzo a caminar apresuradamente hacia mi cueva, que por suerte no queda muy lejos.

  Sus quejas resuenan en mis orejas pero poco más puedo hacer, mostraré mi forma humana por primera vez en algunos años y no lo haré a la intemperie.

  Entro en la cueva y dejo caer el cuerpo con cuidado sobre las hojas que me sirven de cama, hago una mueca, tendré que cambiarlas esa noche.

  Me transformo y me doy cuenta de que estoy completamente desnuda, poco me importa cuando comienzo a recoger algunas plantas medicinales que tengo al fondo de la cueva, me acerco hacia el lobo y con cuidado comienzo a untar las plantas en algunos rasguños, veo una herida profunda en su tórax.

  —¿Por qué no te regeneras? — pregunto más para mí misma pero él me escucha y responde entre gemidos de dolor.

  —Pla—Plata—Hundo mis dedos sin cuidado en la herida de donde no tardo en sacar un pequeño cacho de plata que se había incrustado en el lugar, salgo de la cueva y lo lanzo lo más lejos posible.

  Miro mi mano, aun en la entrada de la cueva, y puedo ver como ésta se ha puesto de un color rosado, cierro la mano con fuerza y vuelvo junto al desconocido.

  Termino de curar sus heridas en silencio y cuando he terminado vuelvo a tomar mi forma lobuna y le dejo descansar sobre las hojas que ahora están llenas de sangre.

  Salgo de la cueva y me siento a algunos metros de la entrada, está débil y el olor a sangre puede atraer a cualquier depredador, es una presa demasiado fácil.

  Es la primera vez en años que cuido de alguien que no sea yo misma, se me hace extraño pero al mismo tiempo me reconforta porque puedo ayudar y me siento útil por primera vez en años.

  Hablar se me ha hecho extraño, no estoy acostumbrada a utilizar mi voz, prefiero el silencio, me ayuda a pensar y me deja escuchar mis propios pensamientos sin desconcentrarme.

  

—— * ——

  La noche ha llegado y me dirijo con un pequeño antílope entre mis fauces, me encamino hacia la entrada de la cueva, donde me encuentro al lobo cobrizo sentado en la entrada, parece perdido y desconcertado.

  Llego hasta él pero no digo nada, me adentro en la cueva y dejo el antílope sobre la tierra, dentro de la cueva, el olor a sangre seca me marea, miro las hojas y me doy cuenta de que aún no las he cambiado.

  Me transformo y cojo las hojas, las saco de la cueva y las alejo lo máximo posible, recojo otro montón y vuelvo a la cueva, el lobo me mira desconcertado y aparta la vista en cuanto ve que estoy completamente desnuda.

  —Gracias. — dice, vuelvo a transformarme en lobo y me siento junto a él. —Si no me hubieses ayudado...

  —Lo peor ya ha pasado. — Aseguro, con la voz algo ronca por la falta de uso.— Descansa aquí por esta noche, mañana te acompañaré hasta tu manada.

  —¿Tú te quedarás aquí? — pregunta, moviendo una de sus orejas, asiento. — ¿Y tú manada? — parece que ya sabe lo que voy a decir y, como si fuese un tic nervioso, pasa su lengua por su nariz.

  —No tengo. — No quiero hablar más, no me siento cómoda y tampoco le conozco como para contarle mi vida o mis problemas, me levanto y me acerco al antílope, le doy un mordisco y doy por terminada la conversación.

  El lobo no tarda en acompañarme y, entre los dos, terminamos con el antílope en unos minutos.

  Miro las hojas, quiero descansar, estoy agotada, pero me doy cuenta de que solo he hecho una y el lobo dormirá aquí.

  —Duerme tú en las hojas. — apunto con mi hocico a las hojas, él las necesita más que yo en ese momento.

  —¿Cómo te llamas? — hace caso omiso a mis palabras y comienza una nueva conversación. — Yo soy HoSeok, pero llámame J—Hope.

  —Alia— no digo más, me tumbo sobre la tierra y me desagrada, prefiero las hojas o el césped. — Mañana saldremos temprano, así tu manada no se preocupará más.

  — Vale, — acepta pero tengo la sensación de que no es su última palabra. — ¿Por qué no te quedas con nosotros?

  Levanto la cabeza de mis patas y me sorprendo por sus palabras, no parece que lo diga con malas intenciones, una parte de mi salta con ilusión por la propuesta pero la otra se siente reacia a aceptarla.

  No respondo y hundo nuevamente mi cabeza en mis patas, cierro los ojos e intento dormir.

  —Mi manada... bueno, mi aldea, — se rectifica a sí mismo y me enerva por no dejarme conciliar el sueño. — no está muy lejos de aquí.

  —Vale, ahora debemos dormir. — doy por terminada la conversación y, por fin no escucho nada más que el sonido de las hojas movidas por la suave brisa, los grillos, ranas y sapos.

  Por fin me siento en paz, pero me pregunto, ¿por qué HoSeok tenía plata en su costado?