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Asfixia

Asfixia

Autor:Alex Mírez

Terminado

Introducción
Planeta tierra.Población: 1No logramos entender cómo pasó.El primero de septiembre de 2019, sucedió. Todos estábamos bien y de un momento a otro las personas comenzaron a morir asfixiadas. Poco a poco, el mundo se sumió en un pasmoso silencio. Cuando desperté, me encontré con el horroroso panorama de millones de cadáveres. Todos estaban muertos. Poco después descubrí que en realidad quedábamos siete supervivientes, y me uní a ellos. Algunos se dedicaron a investigar lo que había sucedido, el porqué de la extinción de la raza humana; pero murieron de una forma extraña al poco tiempo.Los que quedamos atrás luchamos por sobrevivir, pero, aun así, los demás fallecieron también al cabo de unos meses.Ahora solo yo habito el mundo, soy la única que queda en el planeta...O al menos, eso creía.
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Capítulo

  Muchas cosas pasaron después del primero de septiembre:

  La electricidad cesó.

  Los relojes de cuerda se detuvieron.

  El musgo comenzó a crecer por todas partes.

  El silencio se apoderó del mundo.

  Los satélites cayeron como lluvia.

  Y la historia del hombre quedó en el pasado.

  Ese día del incidente —como suelo llamarle— me salvé gracias a mi padre. Tengo vagos recuerdos sobre esto, pero sé que con sus últimas fuerzas logró encerrarme en el sótano de nuestra casa, en donde me desmayé por el miedo. Al despertar tenía puesta una máscara de gas y la cabeza hinchada de dudas.

  En cuanto salí en busca de mi familia solo encontré cadáveres en las calles, en los establecimientos y en cada rincón de la ciudad.

  Todos habían muerto.

  No entendí cómo era que había sucedido. En verdad creí que no quedaba nadie más que yo, hasta que encontré a los Seis.

  Fue tres semanas después del incidente al abandonar mi ciudad natal porque se había quedado sin luz eléctrica. Los Seis eran un grupo de sobrevivientes. El grupo estaba conformado por personas de diferentes ciudades que al igual que yo no le hallaban explicación a la muerte de la humanidad.

  Terminé viviendo con ellos. Para ese entonces era una niña asustada, débil y desesperada; una persona incapaz de sobrevivir por sí sola. Y aunque no conocía del todo a esas personas e incluso desconfiábamos los unos de los otros, intentamos iniciar una nueva vida.

  Claro, si era que a eso se le podía llamar «vida».

  Hicimos muchas cosas para encontrar a otros sobrevivientes durante el primer año. Encendíamos la televisión esperando encontrar señales de vida en otras ciudades o países, pero no había programación, tampoco radio, ni mensajes, ni señales, nada. Lo único que había eran millones de cuerpos descomponiéndose, millones de malditos cadáveres emanando olores nauseabundos. El internet se paralizaba desde hace mucho tiempo. Los rascacielos decadentes, los celulares sin dueños extendidos por el suelo cubierto de polvo y humos a lo lejos habían sido testigo de la civilización humana que prosperó este mundo.

  También viajamos a otras ciudades, pero en todas encontramos lo mismo: cadáveres. Cuerpos que después de seis meses reposando al aire libre, aún se mantenían en un casi perfecto estado.

  Al terminar los viajes estuvimos seguros de que éramos los únicos sobrevivientes.

  Con el pasar del tiempo lo confirmamos pues no llegó nadie más.

  Éramos siete personas en el país, siete personas que de día intentaban llevar una vida como si nada hubiera pasado, pero que de noche lloraban a escondidas mientras pensaban en el suicidio como una vía rápida para huir de lo inexplicable.

  Pasé meses sentada frente a una de las ventanas de la casa en donde habíamos decidido alojarnos, dedicándome a mirar el cielo mientras me preguntaba cómo había sucedido aquello, y cómo era que nosotros siete seguíamos con vida.

  Poco a poco caí en la depresión. Me convertí en una muchacha callada que casi nunca entablaba conversación con alguna otra persona del grupo. Hablaba nada más que para preguntar lo necesario, agradecer por la comida o instruirme en alguna tarea.

  Aprender lo básico de la supervivencia fue indispensable. Gracias a Dan, policía e integrante de los Seis, entendí cuán necesario era el uso de la gasolina para nosotros. También me enseñó cómo era el manejo de nuestra pequeña central eléctrica a base de energía eólica, la que usábamos para seguir teniendo una vida más o menos parecida a la que habíamos perdido; e igualmente me enseñó a elegir enlatados que duraran mayor tiempo, y de qué forma abrir cualquier auto por más cerrado estuviera.

  Y así pasó el primer año.

  Cuando llegó el segundo, los Seis comenzaron a morir.

  Inició en octubre, para ser específica. Fue repentino y muy extraño. Los veíamos bien una noche y al día siguiente encontrábamos sus cuerpos sin vida. ¿Cómo sucedía? Ni siquiera lo sabíamos, porque sus cuerpos inertes no se parecían a aquellos que habían muerto por asfixia.

  Diana, la bioanalista, falleció primero. Tenía cuarenta años. Aunque se pasó casi la mayor parte del tiempo encerrada en su habitación realizando análisis, lo más relevante que nos dijo fue que la naturaleza presentaba un cambio un tanto alarmante; que el color natural de las plantas se había transformado en un tono opaco, y que las hojas de los árboles habían adquirido un matiz rosáceo bastante curioso. Además de eso nos advirtió que de la tierra estaban surgiendo raíces de un tamaño enorme y anormal, y que aquello era inexplicable.

  Ella murió el primero de octubre de 2020.

  Susy, una anciana, nos dejó después. Fuerte, decidida y muy inteligente. Se aseguró de mantenernos cuerdos sin recurrir a las mentiras. Murió el primero de noviembre de ese mismo año sin aportarnos nada importante sobre el suceso.

  De tercero siguió Dan, mi instructor. El hombre al que le debía mis conocimientos adquiridos durante el tiempo de soledad. El policía más noble que había conocido, una compañía que, al irse, le sumó otro vacío más a mi alma.

  Falleció el dos de diciembre.

  Un mes después nos dejó Jackson ya casi entrado en los cincuenta. Su vocación fue profesar la palabra de la religión a la que había pertenecido. Sus días consistieron en vociferar que lo sucedido era un castigo de Dios y que los que sobrevivimos éramos los elegidos para ir al paraíso.Murió el tres de enero de 2021.

  Quino, el quinto del grupo, murió el cinco de marzo a la edad de treinta años. Adicto a la lectura, muy culto y muy preciso. Formuló muchas teorías junto a Dan, pero omitíamos sus palabras porque casi siempre terminaban discutiendo.Cuando el ocho de abril murió Marie, la pequeña de quince años y la última que quedaba del grupo junto a mí, me quedé sentada en el piso mirando su cuerpo. Me pregunté si pronto sería mi turno, si finalmente me iría. Me pregunté también si la muerte dolería, pero entonces me di cuenta de que el dolor físico que pudiera sentir no sería más fuerte que el dolor emocional que experimentaba en esos momentos.

  Solo debía esperar la llegada de la Muerte.

  Pero, parece que el destino me bromeaba, los días pasaban y me quedaba encerrada sufriendo. Así que me obligué a cambiar, a verme como la única persona que quedaba en la tierra, y me exigí comprender que lo que debía hacer era sobrevivir.

  Inicié por mudarme de ciudad, porque el lugar en donde había vivido con los demás estaba impregnado del eco imaginario de sus voces. Tomé un auto, conduje hacia algún lado y llegué a un nuevo pueblo. Escogí la casa más bonita y luego fui al supermercado más grande para abastecerme con los enlatados que aún estuvieran aptos para ser consumidos. Mi dieta se basó en algunas ensaladas con plantas que podían ser digeridas, granos y además algunos trigos que prometían durar hasta treinta años.

  Después de eso viví como cualquiera lo hubiese querido, pero sola. Tomé todos los autos que aún podían conducirse, junté todo el dinero que había en los bancos —aunque no me servía de nada— y rompí las reglas de conducta social que pudieran existir.

  El mundo se convirtió en mi mundo, y durante las tardes de aburrimiento incluso me divertía un poco creando leyes y estatutos como:

  Toda la comida es gratis.

  No existen las escuelas.

  Queda oficialmente establecida la paz mundial.

  Quedan disueltas las religiones.

  En el transcurso de esos tres meses me di cuenta algo insólito. Ocurrió de un momento a otro: los cadáveres comenzaron a transformarse en una masa de carne amorfa no descompuesta y putrefacta.

  No necesité haber estudiado medicina para comprender que algo no estaba sucediendo como debía de ser. Pero viéndome inhábil para analizar esa rareza como un científico lo hubiese hecho, lo único que podía hacer era especular y seguir mi camino.

  Entre los pasatiempos que se me ocurrían, la soledad era como una moneda lanzada al aire. Cuando caía por un lado, mi día era interesante y entretenido, y el hecho de que no hubiese nadie más era beneficioso. Cuando caía por el otro lado, no salía de casa ni por un momento, lloraba por horas y el suicidio era lo único que rondaba mi mente.

  Pasó el tiempo y de alguna forma aprendí a controlar mis emociones para que no fuesen tan volubles. Logré adaptarme al desierto en el que se había convertido el mundo, a pesar de que en el fondo extrañaba escuchar otras voces y deseaba compartir con alguien más lo que ahora estaba a mi alcance.

  Pero eso no sucedería, porque todo indicaba que era la única persona que quedaba en el mundo.

  Ya no había nadie más. ¿Si existiera el uiverso paralelo, cómo sería el mundo ahora?