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El dije

El dije

Autor:Ann Rodd

Terminado

Introducción
Zoey es la típica chica enamorada del bombón de la escuela, Zackary Collins. Como es de esperarse, él ni sabe que existe y se pasea por el colegio pupilo casi las veinticuatro horas del día con Mariska Sullivan colgada de su brazo. Pero... la vida será otra al encontrar el cuerpo de Zack destrozado por una de las máquinas del sótano, justo después de hallar un extraño dije de cristal tirado cerca al cuerpo.Ahora Zoey no solo tendrá que lidiar con las horribles imágenes de la muerte en su cabeza, sino con la misma pisandole los talones, porque ese collar no era un simple objeto inanimado y hará que se conierta en la persona con mas posibilidades de morir en el mundo entero.No, claro, si el mismísimo Zack regresa de la muerte para proteger a la nueva e inocente propietaria del dije, de los horrores que éste le tiene preparado y de los que matan para conseguirlo.
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Capítulo

  Zoey dejó que sus ojos vagaran por las aguas del río, mientras dedos se aferraban a las rejas del puente.

  Un grupo de patitos en fila nadaba contra el fuerte viento que traía la tormenta y en ese momento solo atinó a preguntarse por qué hacía semejante cosa. Negó con la cabeza, incrédula. Esas curiosidades de la naturaleza servían de forma perfecta para distraerla un poco de lo nerviosa que estaba en ese momento.

  Levantó la mirada cuando una gruesa gota de agua le golpeó la mejilla y entrecerró los ojos, deseando huir de allí. Odiaba mojarse más de lo que odiaba nada más en ese mundo. Las tormentas no le gustaban ni un poco

  Se volteó entonces, bajando la vista hacia Jessica, que se tocaba de forma casual su corto cabello negro. Suspiró, y vio que su amiga y sus demás compañeras hacían lo mismo. En verdad, ninguna quería empaparse, pero no podían entrar al colegio hasta que la profesora de Educación Física regresara.

  Miró hacia el final del puente. La costanera del río estaba desierta porque, claro, los habitantes del pequeño pueblo de Villa Helena estaban bien refugiados en sus casas. Ellas eran las únicas que estaban allí, congelándose los brazos. Justo cuando comenzaba a impacientarse y a mirar la creciente caída de gotas con rencor, la profesora apareció, caminando apresurada.

  Antes de llegar hasta ellas, la mujer las instó a que se acercaran a las rejas y las niñas obedecieron, muertas de frío. Sacando un manojo de llaves del bolsillo de su chaqueta de algodón, se metió entre las señoritas y abrió la gran puerta de barrotes negros y adornados.

  Las alumnas bajaron las escalinatas y corrieron a través de la plaza circular hasta el abrigo del hall de entrada del colegio. En ese momento, la lluvia se lanzó estrepitosamente sobre el lugar.

  Zoey bufó, realmente molesta con el clima. No solo no le gustaban las tormentas si no que, a causa de ella, todos sus planes de la tarde libre de los miércoles estaban arruinados. Casi pudo ver a Jess rezongar de la misma forma por el rabillo del ojo. La idea, desde hacía días, era pasar la tarde echadas en el jardín tomando sol y comiendo dulces. Y eso era lo más divertido que se podía hacer allí.

  Entraron finalmente al vestíbulo tibio del edificio, observando con desgano las señas de la profesora para continuar la clase de Educación Física en algún aula, de forma escrita.

  Era el colmo, eso creía Zoey. A ella le gustaba el ejercicio y la tormenta entorpecía esas actividades porque el campo de deportes, del otro lado del río, a dos cuadras de la costanera, quedaba fuera de su alcance. Se arriesgaban a quedar varadas en el gimnasio en medio de un diluvio de principios de otoño.

  Su escuela no contaba con un gimnasio techado, así que no había otra. Era hora de copiar en las carpetas los nombres de los músculos y los huesos, o escribir las reglas del voleibol. Por eso también ahora odiaba la lluvia.

  Frotándose los brazos, se apresuró a alcanzar a Jessica para caminar junto a ella, por el pasillo de la planta baja, rumbo a las aulas.

  —Esto es genial —masculló Jess. Zoey asintió mientras continuaba masajeándose los codos; tenía piel de gallina—. Es todo lo contrario de lo que me imaginaba de la tarde del miércoles —suspiró—. ¿Puedes creer que hizo un calor horrible y un sol terrible desde el lunes, y debido a las clases no hemos tenido tiempo de disfrutar del aire libre?

  Ella hizo una mueca.

  —Piensa que la lluvia supone un alivio para el calor —dijo, casi a la fuerza—, al menos quiero convencerme de eso.

  —Pero todos nuestros planes se van directo a la basura.

  Se sentó en el fondo del aula, decidida a no poner atención a lo que fuera que la profesora pretendiera hacer. Cuando Jess se sentó a su lado, apoyó la cabeza en la mesa y sonrió tontamente. Tan solo había visto por dos minutos el bello rostro de Zack Collins en aquel nefasto día y su recuerdo era suficiente como para olvidar la molesta realidad por largos minutos.

  ¡Qué daría por una mirada de sus ojos grises! Era capaz de regalar cada una de sus muñecas de colección, las cuales guardaba desde niña con cariño. En verdad sería capaz incluso de arrancarles la cabeza si él lo pedía.

  Pero eso no ocurriría, por supuesto, porque Zackary Collins era el chico más popular de ese viejo colegio de construcción colonial. Estaba siempre rodeado de amigos y, para colmo, de chicas. Una de ellas, Mariska Sullivan se la pasaba coqueteándole y la mayoría sabía que Zack se dejaba coquetear.

  Zoey no tenía esperanzas. Era menuda, de un cabello rubio oscuro que poco la hacía notar; tenía los ojos bastante grandes para su gusto y así decía todo el tiempo que era igual a una libélula. Por más que Jessica insistiera en lo contrario, ella seguía buscando trucos de maquillaje en internet para que sus ojos se vieran un poco más chicos.

  Zack nunca iba a notarla teniendo junto a él a esa morena glamorosa y bella, que le menaba las faldas delante de su nariz. Pero soñar no costaba nada y ella inventaba, cada noche antes de dormir, que él, su príncipe azul, la descubría de una forma romántica y boba para no dejarla ir nunca más.

  —Zoey —inquirió Jessica, inclinándose sobre ella—, ¿qué estás haciendo?

  Soltó la lapicera con la que había estado escribiendo el pupitre. En color azul, ahora rezaban las palabras: “Zack & Zoey”.

  —Nada —murmuró.

  Jess arqueó una ceja.

  —¿Sabías que esta es el aula que usan los de Tercero para la clase de Literatura? —Jessica observó cómo su mejor amiga se ponía cada vez más pálida.

  —¡No! —gritó Zoey, apresurándose a tomar el corrector líquido blanco.

  Zack estaba en Tercero; cuando fuera a Literatura vería las palabras escritas en ese pupitre. Pasó el corrector por encima a las palabras y rezó por que a nadie se le ocurriera rasparlo para ver qué había debajo.

  Jessica suspiró.

  —Vaya cabeza hueca —la criticó sin malicia.

  —¿Me creerías que si te dijera que no estaba pensando?

  —Claro que sí, ya sé que no estabas pensando en nada. Estabas pensando en él, si cabe decirlo.

  —Sí, bueno. Es que… —Zoey frunció el ceño—. A que esto van a verlo seguro.

  —Podrías apostar, tal vez.

  Ambas guardaron silencio.

  —¿Funcionará? —Zoey tocó con los dedos el corrector, que en algunas partes aún no se había secado.

  —Mmm, puede ser. De todas formas, ambas ya sabemos que Zack no tiene idea de nadie de los cursos inferiores.

  —Es cierto, ¡pero déjame tener esperanzas! —se quejó, dándole un manotazo a Jessica en el hombro—. Todavía puedo imaginar que ha oído mi nombre.

  Su amiga frunció los labios.

  —Hay como doscientos alumnos en esta escuela, Zo. —Se cruzó de brazos, mientras Zoey apoyaba la cabeza en la mesa—. Sabes que él vive en la luna más que nosotras deseando tomar sol en el patio.

  —Lo sé, pero somos pocos los que vivimos aquí dentro. Yo reconozco todas las caras de los que se quedan todo el año.

  —Pero no Zack. Él es de ellos.

  Zoey no vivía en Villa Helena, ni tampoco Jess, por supuesto. Pero aquel pueblo era el único en 150 km a la redonda que tenía un colegio privado.

  Jess vivía en Carmen Elisa, una de las ciudades con más alto poder adquisitivo de los alrededores. Justamente, la misma ciudad en donde vivían Mariska Sullivan y Zackary Collins. En cambio, ella vivía en un pequeño pueblo rural, más campo que casas.

  Todas esas comunidades y pequeñas ciudades quedaban algo lejos de allí como para ir y venir todos los días, por lo que un porcentaje de los alumnos vivía en la escuela en período de clases.

  Así, había chicos que se conocían más que otros. Los de Carmen Elisa se conocían de vista; los de Villa Elena siempre estaban más juntos; los de otros pueblos, como Zoey, eran los menos recordados, sobre todo por no coincidir en los veranos.

  —Debo ir a tu casa en las vacaciones —murmuró—, será mi última oportunidad para verlo. Luego se irá a la universidad.

  —Y nosotras dos seguiremos aquí luchando con la rutina —se lamentó Jess con abatimiento.

  —¡Ah! —suspiró—. Si estuviéramos en el mismo curso él sabría quién soy.

  —Y estarías bastante aburrida de él, estoy segura. Cuando conoces a alguien tanto tiempo, es poco probable que sigas viéndolo de la misma manera. Yo creo que deberías mirar también a otros chicos —recomendó Jess—. Recuerda que Zack tiene a Mariska deambulando. Si él no ve más allá de esas faldas y tú no le hablas, no creo que termines casada y con cinco niños.

  Zoey apoyó el mentón en el pupitre, ignorando intencionadamente la mención de la chica que seguía a Zackary a todas parte. La mayoría creían que eran pareja.

  —Los demás no son como él.

  —¡Hay chicos bastante lindos, no bromees!

  —Pero Zack es único —contestó entre dientes—. Es simplemente perfecto. ¿No has visto lo profundos que son sus ojos? El tono gris que se mezcla con el verde en el extremo de la pupila…

  —Está bien —la cortó Jessica, a riesgo de ponerse a reír en su cara—, te acepto que es lindo y popular, pero Adam Smith también es guapo.

  Zoey hizo una mueca.

  —No —discrepó. Adam tenía expresiones demasiado duras para su gusto. Comparado con Zack, que gozaba de una sonrisa cálida y divertida, parecía un asesino en serie.

  Puso la mano debajo de su mejilla, y contuvo los deseos de imaginar que Zackary la notaba en algún momento señalado por el destino. Sin embargo, sus ideas eran algo toscas. La premisa siempre era la misma: que Zack entraba en el aula, buscando alguna cosa, y que sus ojos grises y encantadores se toparían con los suyos, en la típica escena de película que iniciaba el futuro amor. Él se quedaría pasmado al verla por primera vez, se marcharía del salón anonado y preguntaría su nombre a cuantos conociera.

  Cerró los ojos, imitando la oscuridad de su sueño. Esa misma noche, Zack iría por ella, treparía ágilmente por las ventanas hasta la de su cuarto y la llamaría con un susurro:

  ¿Zoey?

  ¡Zoey!

  —¡Zoey! ¡Ya es la hora! —murmuró Jess en su oído, despertándola. Abrió los ojos, algo confundida—. ¡No más clases por hoy! ¡Vámonos!

  Frotándose los ojos, Zoey la siguió hasta la puerta del aula.

  Está bien, eso de que trepara a su habitación era demasiado. Y también muy trillado. Tal vez solo podría arrojar un lápiz cerca de ella para tener la escusa de recogerlo y entablar conversación.

  Y eso también era imposible.

  Jess tenía razón. Era difícil mirar más allá de las cortas faldas de Mariska Sullivan.

  Dejó por fin sus pensamientos referentes a Zackary y buscó concentrarse en algo más. Hubiera deseado realmente el sol durante ese día, para no tener que ir a internarse en su cuarto a hacer deberes.

  Compartía habitación con Jessica, y por suerte solo con ella. El estar las dos solas facilitaba las cosas. No había tanto problema con los armarios o con usar el baño en los horarios más comprometidos; como eran las mejores amigas, se ponían de acuerdo para usar las cosas.

  Ambas entraron a la pieza desganadas. No querían hacer tarea, ¡vaya que no! Jessica se derrumbó sobre su cama sin siquiera dignarse a abrir la mochila.

  —Creo que… me dormiré una siesta.

  —Buena idea. —Zoey, en cambio, tomó su notebook. Iba a entrar directamente al Facebook de Zack para ver su rostro en las fotos una y otra vez.

  «¿Qué más puedo hacer entonces, eh?», se preguntó. Al final, todo iba y venía con él.

  Cliqueó para abrir las ventanas correspondientes y ahogarse con todos los sentimientos que le provocaba. Era incapaz de mirarlo y no sentir como el corazón le explotaba —o al menos como las mariposas se chocaban unas con otras dentro de su estómago—.

  El chico tenía cerca de cuatrocientas fotos, cosa que no impedía que se las viera todas casi todos los días. Pero esta vez, al entrar, encontró un álbum nuevo entre las fotos de una compañera de curso. Él estaba etiquetado en algunas de ellas, así que lo abrió para poder ver todo.

  Se trataba de las imágenes de una pequeña fiesta ilegal que algunos alumnos de Tercero habían llevado a cabo dentro del colegio hacia unos días, tal vez en alguna de las habitaciones más grandes.

  Por supuesto que Zoey no había ido. No era de esas que preferían arriesgarse de una manera tan disparatada. La aventura era tal vez cosa de Jess, y lo cierto es que ni ella había creído que ir era buena idea. Y luego estaba el hecho de que ninguna había sido invitada. Era más que obvio que no pensarían jamás presentarse en una fiesta de Tercero cuando nadie las tenía en cuenta para ello.

  ¿Pero lo habían deseado? ¡Pues sí! Había pensado que esa sería una perfecta situación para entablar una amistad con Zackary, tal y cómo la deseaba.

  Las imágenes le decían que había sido una pequeña juntada muy movida. Zack estaba en casi todas, con sus amigos, posando con chicas coquetas, bailando y riendo. Zoey apoyó la mejilla en su mano y siguió pasando las imágenes, mientras suspiraba frustrada. ¡De lo que se había perdido!

  Entonces, su corazón dio un vuelco.

  Allí estaba la foto que le rompía el alma en miles de pedacitos y luego los incineraba. Zack sostenía a Mariska de la cintura y ella tenía sus brazos anudados en su cuello. Eso no era nada, el tema estaba en que él le mordía uno de los labios.

  Su rostro se contrajo y cerró la notebook de un manotazo. Jess tenía razón. Él era inalcanzable. Nunca en la vida sentiría algo por ella.