PopNovel

Leer en PopNovel

Deseos encontrados

Deseos encontrados

Autor:Oscary Arroyo

Terminado

Introducción
Por despecho Rachel terminó perdiendo la virginidad con un desconocido que resultó ser el atractivo y comprometido socio de su padre. Encerrado en el interior de la segura burbuja de perfección e ilusión que era su vida, el comprometido empresario la odió por amenazar con explotarla. Sobre todo cuando a través de dicha unión, que ninguno de los dos recuerda, se formó Madison. Jurando nunca involucrarlo en el supuesto error tras una serie de apuñaladas, Rachel se ve alejada de todo lo que conoce en búsqueda de un futuro mejor y lleno de amor para su hija. Pero la historia no concluye ahí. Después de darse cuenta de que todo a su alrededor no es más que una obra de teatro protagonizada por la mejor actriz de Broadway, Nathan se encuentra a sí mismo con el deseo de compartir no sólo con su pequeña flor, sino que también con su carismática madre. El problema está en que hay heridas que no sanan tan fácilmente y que a pesar del tiempo dejan profundas cicatrices, y eso él lo sabe muy bien.
Abrir▼
Capítulo

  RACHEL

  —¡Eres un cerdo asqueroso! —grité todavía sin cubrirme.

  De no ser por mi gran, enorme enojo, tendría frío.

  También si no fuera por eso, me acomplejaría al ver mi desnudez en el espejo. Había gastado mucho de mi dinero al comprar lencería bonita para cada una de nuestras citas, a la espera de que esa terminara siendo en la que perdiera mi virginidad. En realidad, este modelo específico, blanco, de encaje, con pequeñas perlas bordadas había sido escogido por una de las dependientas para la situación. «El blanco es perfecto para ti», había dicho la mujer; «es tan puro e inocente como tú». Recordarlo elevó mi ira. Lo patética que me sentía usándolo cuando hace tan solo unos minutos me decía a mí misma que me veía bastante bien.

  Durante el nuevo huracán de ira miré a Thomas por debajo de mis pestañas.

  Aún era tan apuesto como el chico que me había llevado a mi primera cita en el cine del pueblo en el que vivíamos, donde había rentado una sala solo para nosotros dos con el fin de que nadie pudiera molestarnos. El que me dio mi primer beso justo antes de que lo presentara ante mi familia como mi primer y único novio hasta ahora.

  Mis primeras flores.

  Mi primera caja de bombones.

  Mi primera caminata por la playa con las manos entrelazadas.

  Lo vi todo en mi cabeza como una sucesión de escenas que recién en este momento me daba cuenta de lo baratas y de mala calidad, falsas, que lucían. Tantas primeras veces que solían ser genuinas, arruinadas porque decidió meter su pene en otra. Mis ojos se llenaron de lágrimas. Solía adorar sus pecas, contarlas cuando usaba mis piernas de almohada, inclusive me gustaba la torcedura de su nariz por una caída desde la cima del lomo de un caballo que había tenido de niño. Ahora lo único que veía cuando lo observaba era un tatuaje del rostro de la zorra de Sierra Thompson sobre el suyo, junto con alertas de ETS. Nada del chico dulce con el que había pasado gran parte de mi adolescencia e inicios de mi adultez.

  Él había quedado escondido debajo de alguna verruga maloliente con pus.

  —¡Lo siento! ¡Quería estar preparado para ti! ¡No sabía una mierda de sexo, Rachel! —lamentó luciendo miserable, lo cual no dudé de que fuera cierto. Era comprensible tomando en cuenta que, junto conmigo, acababa de perder una fuente de ingresos de ocho cifras segura de por vida—. Solo quería saber cómo satisfacerte para cumplir con tus altas expectativas, que te recuerdo que son la razón por la que nunca hemos hecho una mierda. Mientras mis compañeros obtenían una mamada de sus novias por debajo de la mesa en McDonald’s, yo tenía que estallar de felicidad por poder sostener tus bolsas en el centro comercial. —Bajó aún más la voz—. Odiaba acompañarte a Victoria’s Secret. —Le dio un golpe con el puño al colchón—. ¡No puedes presionar tanto a un hombre sin esperar que se quiebre!

  Dejé caer mi mandíbula hacia abajo con indignación.

  ¿Ahora la culpable era yo?

  —¿Aprender, Thomas? ¡¿Aprender?! —chillé—. ¿Para eso era necesario engañarme? ¿No hay libros para eso? ¿El Kama—Sutra te suena de algo? —La expresión de su rostro me dijo que no sabía de lo que hablaba—. ¿Olvidaste los perfiles informativos sobre sexo en Instagram? ¿Google? ¡No eres pobre! ¡Podías pagar una consulta con el mejor sexólogo del planeta y verlo en el desierto si haberte guardado para tu novia de toda la vida, a la cual amabas y con la que pensabas planear un futuro, tener una familia, te ocasionaba vergüenza! —Froté mi frente, mis manos temblando, en búsqueda de la razón por la que estaba razonando con él—. No creo que la investigación haya sido una excusa para la infidelidad alguna vez; ¡yo habría aceptado ir con un sexólogo o a una visita guiada a un burdel si hubieras puesto en manifiesto tu miedo a no saber cómo actuar!

  —Rachel... sabes que no soy el más inteligente bajo presión.

  —¡No intentes justificarte!

  —¡No lo hago! —gritó impidiendo mi partida robándose uno de mis zapatos.

  —¡Acabas de decirme que estuviste con otra!

  —¡Lo hice, nena, pero no es lo que...!

  Grité.

  Grité como nunca. Grité cansada de sus excusas, hasta que sentí protestar a mis propios oídos. Grité tan fuerte que probablemente la vajilla de su mamá, esa que había prometido darnos como regalo de bodas, estalló en pedazos. Yo no estaba loca. Sabía a la perfección lo que me había susurrado mientras se ponía un condón y lo que ello significaba. No conforme con atormentarlo con mis chillidos, una fuerza sobrenatural se apoderó de mí, y bajé uno de sus caros y feos cuadros de la pared. Se lo lancé y lo hice añicos a solo unos centímetros de sus pies, seguido de su estéreo de miles de libras y una colección entera de fotos familiares. Thomas saltaba como si estuviera en un videojuego mientras intentaba darle en la cabeza. Trataba de calmarme diciéndome que Sierra, mi rival desde que se había atrevido a empujarme por los toboganes del parque de la escuela por tener un lazo más lindo que el suyo cuando éramos niñas, no había significado nada. Solo detuvo toda la basura cuando tomé uno de sus preciados premios de segundo lugar de remo de la estantería. La pequeña bolsa de excremento nunca obtenía un primer lugar, por lo que solía consolarlo durante días, pero aun así sus trofeos de segundón eran su punto débil.

  Una sonrisa siniestra se apoderó de mi rostro.

  —Rachel, por favor, no lo lleves a los extremos...

  —¿Crees que susurrarme al oído que has estado con otra a segundos de entregarte mi virginidad no merece que lo lleve a los extremos? —pregunté con voz dulce.

  Sus hombros cayeron como si finalmente captara que no había vuelta atrás.

  —Sé que cometí un error, pero lo nuestro es más fuerte que esto. Lo superaremos. Ambos estamos de acuerdo en que no debí decírtelo así. —Hizo una pausa para que su cerebro pudiera formular sus siguientes oraciones. Mientras más tiempo pasaba, más me preguntaba a mí misma cómo había estado tan ciega confundiéndolo con mi príncipe azul—. Lo lamento por eso, nena; me sentía muy mal. Me estaba consumiendo. No es mi culpa que cada vez que me veas sienta que lo haces a través de mí. —Terminó arrodillado frente a mí, abrazándose a mis piernas; con sus ojos todavía fijos en el trofeo—. Te prometo que si me perdonas, haré todo lo que esté en mis manos para hacerte la mujer más feliz del planeta. —Al no oír respuesta, siguió intentando ganarme con palabras que con seguridad había escuchado en alguna película. Sinceramente las posibilidades de que ocurriera eran más bajas que las de que un elefante pasara por el hueco de una aguja—. Haré lo que sea por ti y por lo nuestro, bebé.

  Acaricié su cabello antes de jalarlo con fuerza y alejarlo.

  —¿Castrarte, por ejemplo?

  Tragó mientras asentía.

  —Te juro que Sierra fue una aventura y que solo aprendí para ti

  —me dijo con ojos llenos de lágrimas; no sabía si eran por miedo a lo que pudiera sucederle a su trofeo o al patrimonio de su familia—. Además, no pudimos terminar porque su prima llamó a la puerta. No estoy completamente usado, cariño.

  Tomé aire.

  —Está bien.

  Las comisuras de sus labios temblaron.

  —¿Me perdonas?

  Asentí.

  Por supuesto que debía perdonarlo.

  Debía perdonarle haberse acostado con mi rival, con la persona que había hecho mi vida miserable desde niña, porque sus intenciones eran educativas. Lo próximo que haría sería enseñarme la certificación de Sierra como profesora. Casi me eché a reír. Él debía estar volviéndose loco. ¿Cómo pretendía que lo disculpara porque no llegó al orgasmo? ¿Con qué clase de hombre había pensado compartir mi vida? ¿Cómo siquiera podía hablarme? ¿Mirarme?

  —Sí. Te perdono —sentencié dándole su trofeo; una pequeña ola de oxígeno que alimentaría sus esperanzas—. Te perdono porque sé que no vale la pena que, tras salir por esa puerta, sienta el más mínimo sentimiento hacia una escoria como tú. —Tomé mi zapato de su mano mientras permanecía en estado de shock por mis palabras. Nunca nadie le había hablado con tanto desprecio. Era el niño rico más adorado de Cornualles—. También porque tus padres no merecen sufrir las consecuencias de tus acciones. Ambos sabemos lo que haría mi padre si se enterara de lo que le hiciste a su princesa. —Mis labios se curvaron mientras ambos pensábamos en lo mismo: el precio de meterse con Lucius van Allen—. En lo que a los demás concierne, terminamos porque te irás a vivir de forma definitiva a Londres por la universidad, lo cual harás, ya que no tengo en mente cruzarme con tu horrible rostro de nuevo. —Mi sonrisa se ensanchó. Él no podía decir que no—. No te puedo prometer que en el futuro no enfurezca al recordar cómo me humillaste y decida vengarme, así que si fuera tú, me esforzaría en complacerme y no hacerme enojar.

  Thomas, resignado, retrocedió.

  Los Williams poseían una compañía de transporte, y la mayor parte de sus contratos provenían de las villas y los cultivos de vino de mi familia. Los amigos y socios de mi padre estarían dispuestos a cerrarles las puertas solo para complacerlo. Si Lucius se enteraba de que Thomas había denigrado a su hija, al apellido Van Allen en sí, sería capaz de arruinar a los Williams. Empezaría despojándolos de sus influencias en Cornualles y terminaría llevándolos a la quiebra, pero yo no era capaz de dañar la vida de sus padres y hermanos por él.

  No estaba mal hacerle pensar lo contrario, por otro lado.

  Terminé de vestirme en medio de un silencio sepulcral que agradecí. Me dispuse a retirarme y cogí mi bolso, el cual hice pasar por la estantería, arrojando todos los trofeos al suelo. Antes de cruzar el umbral le di una última mirada por encima de mi hombro. Estaba sentado en el borde de la cama con el rostro oculto entre las palmas, seguro preocupado por las consecuencias que su infidelidad podría traer, ni siquiera consciente del cristal roto a sus pies.

  «Que se pudra», pensé.

  Importándome muy poco las miradas curiosas y los cuchicheos de los empleados, traspasé los jardines hasta el Lamborghini negro de Loren. Los neumáticos del auto de mi hermano chirriaron contra el asfalto cuando arranqué. Aproveché el viaje en carretera para subir el volumen del reproductor y acelerar a fondo. La velocidad y Love The Way You Lie, de Eminem y Rihanna, sirvieron para relajarme. A medida que la letra avanzaba una parte de mí me consolaba diciendo que había sido lo mejor, mientras que la otra no paraba de sangrar por la herida. En realidad, no me afectaba perderlo, más allá de lo que me importaba perder un arete en la playa. Me criaron para desechar lo que no servía e ignorar lo que carecía de importancia, así que el duelo, la parte en la que todas las chicas sufrían y lloraban, era pan comido para mí.

  El problema estaba en que también me habían criado para ganar.

  Mi ego estaba herido a niveles indescriptibles, lo cual era un asunto completamente diferente que tener el corazón roto. Había visto antes a personas que sufrían situaciones parecidas y conocía la forma en la que su mundo se agrietaba; cuando estaba llegando a casa, acepté que eso no me sucedía. Extrañaría a Thomas, no lo iba a negar, pero no sentía ganas de retorcerme por su pérdida; sí porque lo había hecho con ella, mi rival, y por la humillación, así que sería algo de lo que me recuperaría pronto. También debía admitir ante mí misma el motivo por el que había empezado a salir con él en primer lugar, por muy mal que me dejara ello. Él había sido lo que todas querían y representaba una buena alternativa a mi futuro, así que lo tomé. Algún día tendría hijos, necesitaría un donante, un padre; de ahí que nunca estuviera demasiado emocionada con respecto al sexo. Para mí era un medio para un fin, por lo que no me sentí presionada hasta que lo atrapé viendo a alguien más en la piscina del club de uno de nuestros amigos. Tampoco podía negarme las experiencias de otras chicas.

  Quería pasar a través de ellas luciendo el mejor anillo, teniendo la mejor luna de miel que contar.

  El mejor vestido de novia.

  La aprobación de mi familia.

  Thomas simplemente estaba ahí, cumplía los requisitos, así que ¿por qué no? Al estar con otra, no rompió mi corazón, solo hirió mi ego. Yo todavía sentía que tenía un suelo sólido bajo mis pies, pero este no hacía más que temblar y temblar por la ira.

  Alguien sería víctima del terremoto Van Allen pronto.