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Vendida al CEO Heartless

Vendida al CEO Heartless

En proceso

Introducción
"Por favor, espere aquí unos minutos. El director ejecutivo de la empresa le hará la entrevista", le dijo con una sonrisa uno de los empleados y justo después entró a la sala de juntas. Cynthia respiró hondo, se acomodó en una de las sillas y trató de mantener la calma. Sin embargo, las palmas le sudaban de los nervios. "Señora Fiskan", pronunció una voz amable que hizo que el corazón se le acelerara de nuevo. "Entra, por favor". Ella asintió, se aclaró la garganta e hizo un esfuerzo por poner a un lado todas sus preocupaciones. "Buenas tardes", los saludó y se sentó en la silla de la mitad. "Señor Smith, ya puede proseguir con la entrevista. La señora Fiskan está lista", dijo la empleada y Cynthia no pudo evitar mirar al hombre que estaba sentado a su lado. ¡Seguramente era el mismísimo director ejecutivo de la empresa! Su silla estaba de cara a la pared, así que no podía verle el rostro, pero notó que tenía su hoja de vida en la mano. "Buenos días, señora Cynthia Fiskan", la saludó una voz que le resultó muy familiar. Sintió que lo conocía de algún lado, pero no recordaba exactamente de dónde. Sin embargo, apenas él se dio la vuelta para mirarla, quedó atónita. Observó aquellos ojos gris mármol... ¿Cómo podía olvidarlos? "Quiero saber más sobre ti. ¿Podrías presentarte?", le dijo él con una sonrisa sarcástica. Ella sintió que el pánico se adueñaba de su mente y de su cuerpo. No podía moverse ni pronunciar una sola palabra. Lo único que veía era su hermoso rostro entremezclado con los borrosos recuerdos de la noche que tuvieron juntos. Cynthia sintió que las emociones la estaban asfixiando. Había creído que por fin podría librarse de los errores que había cometido en la borrachera de hacía semanas, pero ahora el destino le jugaba una mala pasada. Ella sintió que el pánico se adueñaba de su mente y de su cuerpo. No podía moverse ni pronunciar una sola palabra. Lo único que veía era su hermoso rostro entremezclado con los borrosos recuerdos de la noche que tuvieron juntos...
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Capítulo

"¡Papá, para, por favor!", le suplicó ella.

"¡Tú lo pediste! ¡Debiste haberme dado el dinero que te pedí!".

"¡Papá, no! ¡Me duele!".

La tenía agarrada del pelo y la jalaba con fuerza, mientras ella lloraba desconsolada. Enseguida, ese demonio disfrazado de su padre biológico, le propinó un puñetazo en el estómago.

Ella soltó un gritó ahogado y se desplomó. Tirada en el suelo, asfixiada por el terrible dolor que sentía en el abdomen, tuvo la sensación de que ya no tenía fuerzas para luchar.

Con las lágrimas empapándole el rostro, recordó que su vida se había tornado miserable cuando empezó la adicción de su padre por el juego: le había transferido múltiples deudas, había tenido que soportar las amenazas de los usureros prestamistas, había tenido que hacerse cargo de pagos con altísimos intereses y los planes para su futuro se habían arruinado. Apenas tenía veintidós años, pero, por culpa de la adicción que su padre, tenía que encargarse de todo. ¡Estaba cansada!

"¡Ya te lo advertí, Cynthia!", gritó él y su voz hizo eco en las paredes del pequeño apartamento donde ella vivía con su mejor amiga, Martina. "¡Necesito el dinero para mañana! ¡Es una tarea muy simple para salvar la vida de tu padre! ¡No seas egoísta!".

Egoísta: así la veía cada vez que ella no podía darle el dinero que le exigía. Pero ni siquiera se imaginaba lo difícil que era conseguirlo. Lo cierto era que había tenido que venderse para pagar las deudas.

Cuando su padre por fin abandonó el apartamento, ella se sentó con la espalda recta. Tenía los brazos llenos de hematomas por los golpes que le había propinado. El dolor en el cuerpo la entristecía, pero el hecho de que no pudiera valorarla le parecía mucho más desgarrador. Ella no le pedía nada más que amor, un trato justo y el cariño de cualquier padre por su hija. Sin embargo, esa no era la realidad.

***

"¡Por Dios, Cyn! ¡¿Qué te pasó en la cara?!", exclamó Martina y corrió hacia su mejor amiga al verle el rostro lleno de moretones.

Sentada frente al espejito de su tocador, Cynthia trataba de cubrírselos con maquillaje. Tenía que ir a trabajar. Por lo menos una última vez, pues había decidido ponerle fin a su miseria. Lo que tenía ahorrado bastaría para pagar la deuda de su padre. Entonces, empezaría una nueva vida. Ahora sí sería egoísta y él no podría reclamarle nada.

"¿Tu padre estuvo aquí de nuevo? ¿Fue él? ¡Deberíamos denunciarlo en la policía!", le dijo Martina con una expresión preocupada.

"No hace falta, Marti. Estoy bien", repuso ella con una pequeña sonrisa.

"¡No es cierto! ¡Estás lastimada, por Dios, Cyn! ¡Mírate!".

Ella dejó escapar un suspiro resignado y se volvió hacia su amiga. "Te juro que será la última vez que me veas con estos moretones. Esta vez tomaré las riendas de mi vida y no voy a pensar en él", le prometió con una sonrisa inexpresiva. "Ya sufrí suficiente".

Al escuchar sus palabras, Martina la miró con dulzura y la abrazó. "Dios, tu papá me ha decepcionado tanto. Tiene suerte de tenerte y debería darse cuenta de lo que vales".

"A mí también me ha decepcionado", respondió ella con un suspiro y parpadeó para contener las lágrimas.

***

Cuando llegó al club de striptease, respiró hondo un par de veces. Conocía bien ese lugar: había trabajado allí para financiar su educación y para pagar la deuda de su padre. Desde luego, no era la opción más común de trabajo para alguien que había cursado una carrera de negocios en la universidad. Pero desde hacía tres años no había tenido más remedio que aceptarlo: era la única forma de conseguir el dinero que tanto necesitaba.

"Una última visita a este horrible lugar", dijo mientras miraba la fachada y se preparaba para entrar.

Una vez le entregó la carta de renuncia a su jefe, se dirigió a los camerinos, se sentó en el tocador y empezó a retocarse el maquillaje. Tenía que cubrirse bien los moretones, pues no podía darse el lujo de decepcionar a los clientes. Al cabo de unos minutos, terminó y se observó en el espejo con satisfacción.

Su aspecto era una tentación para cualquiera: un conjunto de lencería muy sensual era lo único que cubría las redondas curvas de su cuerpo. Después de las presentaciones de sus compañeras, se preparó para dar el espectáculo más esperado de la noche.

"Caballeros, recibamos con un aplauso a la stripper más sexy y ardiente del club. ¡Saluden a la reina, Cici!", anunció el anfitrión.

"Es la última vez, Cyn...", susurró ella mientras caminaba hacia el escenario, donde la recibió el estertor de aplausos de la multitud.

Al cabo de unos segundos, empezó a sonar la deliciosa canción francesa que había escogido para su último acto. Las luces estroboscópicas se tornaron rojas y azules, y el foco se dirigió a su torso desnudo. Caminó con sensualidad por el escenario y comenzó a mover las caderas mientras se pasaba las manos por todo el cuerpo, despertando el deseo de todos los presentes.

Cerró los ojos, se bamboleó y se acarició la entrepierna. Cuando volvió a mirar al público, se encontró con los ojos grises de un hombre que la observaba entre la multitud. Le pareció atractivo y misterioso y sintió que un escalofrío le recorría el cuerpo cuando se percató de que él le miraba los muslos y el p*bis.

La atención de todos los hombres del público estaba sobre ella, quien notó la excitación de aquel hombre que había ido a verla por primera vez.

Después de unos minutos, terminó su presentación. Todos la aplaudieron y la ovacionaron. Ella lanzó un beso al aire, se encontró una vez más con la intensa mirada del hombre misterioso y se dirigió a los camerinos.

"¡Bravo! ¡Nuestra estrella brilló de nuevo!", la felicitó Kayden, el dueño del club. "Quiero darte un regalo, Cici. Ven a mi oficina".

"¡Claro!", exclamó ella y lo siguió.

"Toma asiento", le dijo él una vez entraron. Ella se sentó en el sofá y notó que él tenía la mirada clavada en un sobre marrón sobre su escritorio. "La verdad es que alguien quiere...".

"No olvides que soy una artista, Kaye. No una prost*tuta", lo interrumpió ella.

"Lo sé, pero esto es diferente. ¡Solo te pido que te tomes unos tragos con él!".

"Esta es mi última noche. Por favor, no la arruines. Sabes que confío en ti y te respeto", repuso ella y se puso de pie. "Si no tienes nada más que decir, me iré".

"¡Son quinientos mil dólares, Cici!", exclamó él y ella se quedó congelada.

«¿Cómo? ¿Todo eso por unas copas?», pensó.

"¿Tanto dinero, Kaye?", le preguntó con los ojos muy abiertos.

"Desde luego. Tú mereces este número, Cyn. Solo un par de copas y el dinero será tuyo. No tienes que tener s*xo".

La oferta era excelente y la generosidad del cliente podría salvarla de ese nido de ratas.

"¿Qué opinas?".

Ella lo meditó por unos instantes. Era una oferta que solo se le iba a presentar una vez en la vida. No podía dejarla pasar. Además, solo tenía que tomarse un par de copas.

Al cabo de un minuto, tomó la decisión.

"¡Trato hecho!".