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Rechacé A Ser Tu Segunda Pareja

Rechacé A Ser Tu Segunda Pareja

Terminado

Introducción
Laura Lucien, una chica feroz, valiente y de carácter fuerte, a quien nunca le importó encajar pero tampoco quería destacar. Se creía que era una loba normal y nunca pensó que fuera especial. Pero en realidad poseía un don que muchos creían desaparecido desde hacía mucho tiempo. Cuando descubrió que su pareja era Simon, el alfa que dedicaba su vida a hacerle la vida imposible, inmediatamente se rechazaron el uno al otro. Sin que ellos lo supieran, el Alfa Nathan estaba en camino y, siendo el compañero de segunda oportunidad de Laura, lo pondría todo patas arriba. El poderoso Alfa Nathan era famoso por su gran fuerza y su habilidad de liderar manada. Dondequiera que iba siempre se ganaba el respeto y, cuando llegó a la manada Luna Roja, juró que no se iría sin su compañera. ¿Qué ocurrió cuando Laura se encontraba atrapada entre su ex y el actual compañero?, además, una manada de lobos con poderes superiores reclamaba que ella les pertenecía, y ¿qué ocurriría cuando se reveló un secreto aún mayor?
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Capítulo

“¡Eh, tú! ¡Limpia este desastre!”

Yo suspiré, agarré el balde y limpié el agua que ella había derramado en el suelo. Al inclinarme, sentí otro diluvio cayendo encima de mi cabeza.

“¡Ups! ¡Qué torpeza la mía!”, se rio. Lo limpié todo y escurrí el paño en el balde. Cuando me levanté, me sequé el sudor y el agua de la cara y me di la vuelta. Solo pensaba en poner mis manos alrededor de sus gargantas y apretar.

“¡Laura, ven aquí!”

‘¡Oh, no me jod*n!’, pensé cuando el imbécil del Alfa me hizo un gesto con su dedo meñique. Por mi mente cruzó la idea de rebanárselo, pero no me pareció que el borde del cubo estuviera lo suficientemente afilado como para hacer un corte limpio.

“¿Sí, Alfa?”

“¡Deja la pose! Tienes una tarea más antes de irte”. Sacudí la cabeza y dejé caer el cubo de mi mano.

“No, nada de eso, dijimos dos horas al día y ya se acabaron”.

“¿Te pregunté si estabas de acuerdo?”, dijo, acercándose.

“No, Alfa”.

“Necesito que limpies la habitación de Martina y cambies las sábanas”, dijo con una sonrisa repugnante en su rostro.

“¿Por qué debería limpiar la habitación de tu novia?”, pregunté, mirándola.

“Porque te lo ordeno yo, que soy tu Alfa. Lo que significa que obedecerás la orden. Tú fuiste la que se metió en este lío, así que será mejor que te resignes y pagues el precio. Tal vez la próxima vez lo pienses mejor antes de romperle la nariz al Beta”. Hacía una semana yo estaba afuera, ocupándome tranquilamente de mis asuntos, cuando el Beta y su camarilla de p*rras se me acercaron. La mayoría de las veces soportaba su acoso, pero esa vez el Alfa Simon me hizo tropezar delante de varios miembros de la manada. Él y su Beta me señalaron riendo y entonces, en un abrir y cerrar de ojos, mi mano voló e hizo contacto con la nariz del Beta, que crujió al romperse.

Desde que tenía memoria, el Alfa Simon siempre buscaba problemas conmigo.

Recuerdo que cuando era niña y jugaba, él me empujaba y me golpeaba todo el tiempo. A medida que crecimos, se volvió más violento y más dominante. Cada vez que yo respondía, me reprendían duramente, puesto que no podían permitir que los demás supieran que una chica había golpeado al Alfa. Sus padres apenas estaban presentes y cuando él tenía quince años, se fueron por seis meses, dejándolo a cargo del ex Beta por entonces: mi padre.

El padre de Simon era un fanático hambriento de poder, capaz de cualquier cosa con tal de salirse con la suya. Y su madre se quedaba embobada con cualquier diamante que su marido le obsequiara, al tiempo que mimaba en exceso a sus dos hijos, Simon y Eloísa.

Ahora me encontraba en la repugnante habitación rosa de Martina. A toda prisa abrí la ventana para ventilar el olor a s*xo y fluidos y me dispuse a cambiar las sábanas.

Después de contener las arcadas por tercera vez, salí, cerré la puerta y tomé unas cuantas bocanadas de aire fresco.

“¿Ya terminaste?”

Gruñí y miré al Alfa Simon que venía por el pasillo. “Sí, ya terminé”, dije, sacudiendo los brazos.

Simon se me acercó lo suficiente como para que yo pudiera oler la mezcla de hierbas que siempre bebía, pensando que lo ayudaría a ser más fuerte.

“¡Me alegro! Ahora lava esas sábanas y listo, podrás irte”.

Yo lo miré estupefacta, resoplando con burla: “Lavar la ropa no está en el trato. Estás bromeando conmigo, ¿verdad? Tenemos omegas que se encargan de eso”.

“Sí, tenemos omegas, pero yo te tengo a ti y te pido que las laves. ¿Algún problema?”

‘¡Di que no lo tienes! ¡Simplemente, di que no hay problema y hazlo ya!’, escuché una voz interior. “¡No!”, exclamé con furia.

“Estupendo”, dijo sonriendo y se alejó.

Una vez en la lavandería, arrojé las sábanas a la lavadora, marqué el programa de lavado más corto y cerré la tapa.

El aparato arrancó y me arrojé sobre una mesa, esperando a que terminara. En eso, mi teléfono repicó y vi el nombre de mi hermana mayor en la pantalla.

“¡Hola! ¿Qué tal?”, pregunté, balanceando las piernas.

“¿Dónde estás? La cena está lista”.

“Estoy lavando la ropa”.

“¿Eso era parte del trato?”

“No”.

“¡Mald*ta sea!, lo enfureciste, ¿verdad?”, dijo Teresa un poco sombría.

“¡Sí, así fue! ¿Sabes?, creo que todo empezó ese día cuando mamá fue al hospital y yo salí de ella. Apostaría a que fue entonces cuando comenzó el odio”. Escuché a Teresa reír al otro lado de la línea y yo levanté una ceja.

“Como sea, ven pronto a casa, ¿quieres? Y si él te dice que hagas algo más, simplemente rómpele la nariz y recibe el castigo”.

“¡¡Teresa!!”, escuché la voz indignada de mi madre regañándola al fondo.

“¡Quise decir que no, que no vayas a hacer eso! Solo ven a casa antes de que la cena se enfríe”.

Colgamos y la lavadora emitió un pitido. Saqué las sábanas y las metí en la secadora. Luego me fui.

De camino a casa vi un volante pegado con cinta adhesiva a un poste de luz que decía: ‘Reunión de Alfas’.

La reunión de Alfas era un evento muy importante y no tenía ni idea de cómo nuestra manada obtuvo el honor de ser la anfitriona este año.

“¡Oigan, estoy en casa!”, grité cuando llegué. Al dar la vuelta para ir a la cocina, vi a mi hermana y a su pareja reclinándose sobre el mostrador. La lengua de él se deslizaba dentro de la boca de ella y sus manos le recorrían el cuerpo. El escalofrío que sentí me hizo darme cuenta de que la escena ante mis ojos era real y no una pesadilla.

“¡Chicos, vamos! Tenemos cuatro dormitorios, ¡usen uno!”, interrumpí. Teresa giró la cabeza y su pareja comenzó a besarle el cuello mientras ella pareció desilusionada.

“No te pongas celosa, pronto encontrarás a tu pareja. Tendrás a tu loba en pocos días”, afirmó, sonriendo alegremente. En efecto, faltaban exactamente tres días. Los había estado contando hasta el segundo y apenas podía esperar, no por las ganas de encontrar a mi pareja, sino porque finalmente podría luchar con los demás.

Nos sentamos alrededor de la mesa. Vi la mano de mi padre serpentear alrededor de la cintura de mi madre y sentí arcadas.

“¿Qué pasa con todos ustedes? Están actuando como si no pudieran dejar de tocarse. ¡Es asqueroso!”

“Cariño, es la época de celo. Ya sabes lo que eso les hace a los hombres lobo”, dijo mi madre, mirando amorosamente a los ojos de mi padre.

“A ti también te ocurrirá, así que será mejor que te quedes adentro los próximos días”, aconsejó Teresa. Los lobos machos durante la temporada de celo no eran cosa de juego.

Al día siguiente, vi que la gente en las calles se comportaba igual. Mientras se llevaban a cabo los preparativos para la reunión de los Alfas, muchos hacían pausas para lamerse los rostros unos a otros.

Subí las escaleras de madera que conducían a la casa de la manada y fui hasta la habitación del Alfa Simon. Llamé a la puerta, pero no obtuve respuesta.

“¿Hay alguien ahí?”, grité.

“¡Adelante!” En cuanto abrí la puerta no pude reprimir un jadeo.

“¡Ah, j*der, Simon!”, gimió Martina.

“Calla, tenemos una invitada”. Su mano se enredó en el cabello de la joven, al tiempo que empujaba su cabeza hacia abajo, hasta su mi*mbro expuesto.

Ella se lo llevó a la boca y empezó a chupárselo.

Giré la cabeza y puse una mano sobre mi estómago cuando sentí que la cena de ayer se me subía hasta la garganta.

“¡No seas tímida!, puedes unirte a nosotros si quieres”. Él chasqueó la lengua y gimió cuando ella se lo introdujo más profundamente en la boca.

“¿Cuál es la tarea de hoy?”, pregunté con la cabeza todavía ladeada.

“Los omegas necesitan organizar la decoración para tenerla lista el viernes. Los ayudarás durante el resto de la semana. Todo deberá estar perfecto para cuando lleguen los otros Alfas”, gimió.

“Sí, Alfa”.

“¡Ah! Una cosa más, Laura… Si no está perfecto y exactamente como te he pedido, asumirás las consecuencias”.