PopNovel

Leer en PopNovel

Por Siempre Tú

Por Siempre Tú

Autor:Alejandra Garcia

En proceso

Introducción
Marina es una chica que se va de vacaciones lejos de la ciudad dejando mil proyectos por hacer para el año entrante incluso, dejando a su novio. Con lo que no contaba es que en su viaje un hombre se atravesaría en su camino dándose cuenta así, que ella nunca sintió nada por su novio. Ella comienza una discreta relación con él hasta que su mentira sale a la luz. Su verdadero amor no quiere saber más de ella. Sus vacaciones han terminado. Cuando ella regresa a la ciudad, busca decirle la verdad a su novio pero síntomas de una enfermedad se hacen presentes. Ella tiene leucemia. Después de algunos eventos, su verdadero amor sabe de su enfermedad, la busca y juntos finalmente, pasan los últimos días de su vida.
Abrir▼
Capítulo

PRÓLOGO

Uno, dos... Tres parpadeos, bastaron tres parpadeos para que mi consciencia despertara por completo.

Sonreí ligeramente dándome la vuelta sobre la tierra en la que mi cuerpo reposaba para así, quedar frente al cielo nocturno que caía sobre mí, ese cielo que parecía ser alcanzado si estiraba mis brazos lo suficiente.

Las estrellas iluminaron el espacio nocturno frente a mis ojos, me permití un segundo más llenarme de la frescura del aire que se respiraba aquí, la sonrisa en mi rostro no parecía poderse borrar.

Entonces me levanté un poco hasta poderme sentar en la tierra, no había nada ni nadie que me impidiera sentir lo que sentía con solo apreciar lo que veía en esta noche.

No tenía miedo, no importa qué tan sola me encontrara, no temía a nada.

Prontamente, me levanté por completo. Parecía estar en medio de un hermoso paraíso nocturno.

Di una mirada rápida como si me asegurara de que estuviera en el lugar correcto, mismo lugar que no conocía. Sonreí en el momento en que con la mirada encontré el camino que me llevaría por lo que mi corazón latía como lo hacía ahora. Sacudí un poco el vestido blanco que usaba, no tenía nada de especial, las mangas largas terminadas en un acabado modesto, el listón blanco en la cintura, la parte baja adornada con flores cosidas a la misma tela del mismo color. No más que simpleza y elegancia.

Sin pensar más, levanté un poco el vestido permitiéndome así, dar mis primeros pasos. El camino a mi izquierda parecía abrirse paso solo para mí. Mi sonrisa se hacía cada vez más grande con cada paso que daba, mi corazón latía a gran velocidad, entonces no pude contenerme más, mi sonrisa se hizo risa, una risa ligera que apenas podía ser escuchada por mí misma, mis piernas se movieron más rápido hasta hacerme correr, conforme iba acercándome al lugar que me esperaba, pude oír el movimiento del agua no muy lejos de mí, no lo entendía pero la luna parecía alumbrar aún más.

Mis piernas pararon en el momento en el que me encontré frente al río más hermoso que he visto en mi vida, el mismo que guardaba tantos recuerdos míos. La sonrisa se me borró al momento que no vi a la persona que de alguna manera, mi corazón esperaba ver.

— ¡Abuelo! —Mis labios despertaron.

Nadie respondió, paso a paso me acerqué hasta la tierra húmeda cerca del río, mis pies descalzos perdieron importancia a lo que sentían, no había nadie aquí conmigo. Las esperanzas de verlo una vez más se habían esfumado por completo.

Sentí las lágrimas alojarse en mis ojos, suspiré pesadamente dejando ir mis esperanzas muertas, estaba a punto de sentarme frente al río cuando mi corazón comenzó a latir con fuerza nuevamente. No entendía cómo es que todo esto resultaba así pero mi corazón era tan frágil, tan sensible que parecía alertarme de todo menos de la razón por la que estaba aquí.

— ¡Palomita! —Lo oí pronunciar.

No importaba ya cuántos años habían pasado desde que partió de nuestro lado, siempre iba a recordar la melodía de su voz.

Dirigí mi mirar hasta el lugar del que parecía, provenía la voz.

Habían pasado casi diez años desde su partida y en mi mente la imagen que tenía de él y la que tenía frente a mis ojos no eran nada diferentes.

Su delgada figura, la manera de vestir, la manera de sonreír, esa sonrisa abierta que siempre tenía para nosotros cada vez que llegábamos y nos reuníamos en familia cada fin de año. Los tiernos rizos sueltos en su frente, el color de su piel pero sobre todo, el vivo brillo en sus ojos a pesar de las situaciones que estuviera viviendo, seguía ahí. Nada había cambiado.

Mis ojos se llenaron de lágrimas al verlo, la sonrisa en mi rostro nació una vez más, los lentos pasos de mi abuelo lo guiaron hasta a mí. Mis piernas no se podían mover más, solo quería observarlo un poco más, porque el amanecer iba a llegar y él tendría que marchar.

— Estás aquí. — Susurró cerca de mí.

Mis labios se cerraron por completo, mis lágrimas hacían todo más difícil de observar, no soporté un momento más lejos de él y lo abracé, lo abracé como la última vez no pude porque no sabía que era la última vez que lo veía y que se había quedado en mi mente y en mi corazón con dolor.

— Abuelito. — Lo llamé entre lágrimas.

— Estás aquí mi paloma, estás aquí. — Lo oí decir mientras me abrazaba.

No quería alejarme, no quería dejar de respirar el aroma que aún tenía, el mismo aroma de hombre trabajador y el que conservó hasta el último momento.

Lo oí reír ligeramente, solo en ese momento me pregunté por qué la vida era tan injusta, por qué él no pudo quedarse un momento más, por qué Dios tuvo que llevarse a su flor silvestre más bonita.

Lentamente, me alejé de él. Limpié las lágrimas de mis ojos, está vez para ser yo la que le regalara una tierna sonrisa que aunque no podía ser de bienvenida, para mí lo era.

—Perdóname —sentí la necesidad de expresar incluso si ese sentimiento no habitaba en mí realmente.

— ¿Por qué te tengo que perdonar, palomita?

—Por no haber estado cuando me necesitabas, por no haberte cuidado, por no haberte dado el último adiós.

Él solo me miró para después sonreír.

—No hay nada qué perdonar. —Susurró.

No dije nada más, con lentitud avanzó unos cuantos pasos delante de mí para poderse sentar en la tierra húmeda frente al río que más recuerdos guardaba. No había tiempo para pensar, el amanecer iba a llegar, era lo único que tenía en mi mente.

Me senté a su lado queriendo ser discreta, lo miré sonreír como si en el agua pudiera ver sus recuerdos.

— ¿Lo sabías? —Pregunté esperando que él captara la verdadera pregunta escondida detrás de esa.

Él sonrió dejando salir un suspiro. —Todos sabemos lo que viene cuando lo vemos en los ojos de las personas que más nos quieren.

—Yo no lo sabía. —Titubeé. —Sabía lo que era la muerte, pero nunca la sentí tan cercana. Y aún en los primeros días después de tu partida mi corazón, tardó en comprenderlo. Creo hasta ahora que no estás más aquí, es difícil de explicar, solo puedo decir que es un dolor insoportable en el pecho, algo que te quita hasta el aire y que cuando crees que lo has superado, basta volver al lugar del dolor, el mismo en el que no pude estar el día del último adiós, y en el que ahora veo solo tu nombre inscrito, para sentir como el dolor que no pude gritar en su momento, regresa haciéndome extrañar y vivir solo de los recuerdos. —Expliqué sinceramente.

—Tienes los recuerdos palomita, mismos recuerdos que quizá tus primos no tienen. —Me hizo saber. —Eres mi primera nieta, la primera de tantos. —Reímos.

En ese momento los más hermosos recuerdos comenzaron a venir, esta vez no para doler sino para compartir.

— ¿Te acuerdas cuando llevaba tu almohada para que te acostaras en la hamaca? — Pregunté animada.

— Apenas podías caminar. — Rió mi abuelo a mi lado.

— Eso nunca se me va a olvidar, con mucho trabajo me subía a la cama para traer tu almohada blanca y llevarla hasta donde estabas platicando con mi papá. En una de esas tantas veces, recuerdo que me caí pegándome en la boca. —Mi abuelo rió a mi lado con esa característica risa que solo era de él. —Era muy pequeña pero nunca se me va a olvidar la razón por la que lloré tan fuerte. — Admití, por primera vez lo iba a decir.

— ¿Cuál? — Preguntó él curioso.

Bajé la mirada tímidamente. — No recuerdo bien pero creo que mi papá llegó corriendo a levantarme, cuando volvió a retomar su lugar en la silla que estaba a tu lado, entonces me hice a un lado, no dejé que él me cargara, entonces tú me extendiste los brazos y ahí me quedé, feliz de la vida.

— Ya lo sabía. — Rió.

— ¡¿Ya lo sabías?! — Pregunté aún más avergonzada.

Él solo asintió sin dejar de sonreír, más recuerdos fueron llegando a mi mente, la tristeza y la nostalgia se había ido dejando solo sonrisas al momento de recordar la corta vida que compartí con mi abuelo.

—No sé por qué a mi papá le gustaba beber contigo si a él no le gusta el licor. —Dije dudosa recordando que siempre que empacábamos para venir a Veracruz, él guardaba una pequeña botella de licor.

Mi abuelo volvió a reír. —Eso hacen los verdaderos yernos. Tu papá sabía que yo no bebía en ninguna época del año a menos que mis hijos, todos se fueran a reunir y eso solo pasaba en año nuevo, por eso tu papá bebía conmigo.

— ¡Oh, ¿recuerdas?, tú decías que eras mi papá!

—Y mi palomita solo lloraba.

—Creí que ya jamás iba a ver a mi papá. —Recordé.

En ese invierno, yo seguramente no pasaba de los seis años cuando a mi papá le fue imposible viajar con nosotros por cuestiones de trabajo, así que mi mamá junto conmigo tomó la iniciativa de llegar hasta Veracruz sola. No recuerdo exactamente como viví esos días lejos de mi papá, excepto por saber que todo el día me la pasaba llorando, entonces mi abuelo me decía que él era mi papá, que para qué quería a mi verdadero papá si estaba él y aun así, yo continué llorando.

—Debí de haber disfrutado más ese tiempo. —Me arrepentí.

—No pasa nada, eras muy pequeña.

El silencio reinó por unos segundos, cada uno estaba sumergido en sus pensamientos pensando en lo que fueron nuestras vidas y quizá, especialmente la de él. Aun él no lo había visto todo y aun así, Dios se lo llevó. Cuando mi abuelo se sintió fuerte para hablar de nuevo, rompió con el silencio que nos había hecho sus presas.

Aun no quería que este momento terminara, aun no quería saber la razón por la que estaba aquí pero sobre todo, no quería que el amanecer llegara.

— ¿Palomita? — Me llamó.

Levanté la cabeza dispuesta a verlo, lamentablemente mis ojos solo supieron perderse en la inmensidad de la luz del sol que parecía emerger de lo más profundo de los cerros que estaban frente a nosotros, los pájaros comenzaron a volar dándole la bienvenida al nuevo día que estaba a punto de ser escrito, de mis ojos una lágrimas resbaló, la misma a la que le tuve miedo desde que llegué aquí.

— No te vayas. — Susurré.

Él me miró a los ojos, el brillo en ellos era lo más hermoso que podía regalarme ahora.

— El amanecer está llegando mi palomita, es hora de que esto termine.

— Abuelo. — Susurré nuevamente.

—Nos volveremos a encontrar mi palomita, muy pronto nos volveremos a encontrar.

— ¿Por qué te tienes que ir?

— Mi permiso terminó. Mi palomita, nos volveremos a ver, lo prometo pero ahora tienes que prometerme que vivirás, serás feliz, por ti y por los que te rodean. Es hora de que hagas lo que siempre soñaste, dime mi palomita, ¿qué es eso que tanto has soñado y que no has podido hacer por una o por otra razón?

Me quedé pensando un momento. — Un libro, he soñado con escribir un libro, no por fama, no un libro iluso, un libro genuino, que muestre el dolor de la alegría y la alegría en el dolor, un libro que solo lo lean aquellos que están preparados para recibir algo nuevo en su corazón.

— Hazlo mi palomita, hazlo. ¿Qué más quieres hacer?

Un segundo más, pensé. —Quiero verme en los ojos de alguien más y quiero que esa persona se vea en mis ojos también, algo que aún no he podido encontrar en Aldo. —Dije para mí misma.

— ¿Está segura que tiene que ser Aldo?

— ¡Por supuesto, él es la persona que me ha prometido una vida a su lado!

Mi abuelo solo sonrió a mi lado, acarició mi mano como si quisiera comunicarme con ese gesto lo que no podía decirme.

— ¿Hay algo más? —Insistió.

—Solo quiero vivir. — Terminé diciendo con una sonrisa en el rostro.

Después de todo no había nada más que no quisiera hacer o tener. Tener la vida era tenerlo todo, todo lo que me propusiera podía lograrlo si tenía la vida, ¿por qué pedir algo más si cuando la vida se acaba realmente no hay nada?

—Tener la vida no siempre es vivir, incluso si la vida se está yendo puedes comenzar a vivir realmente.

— ¿Qué es vivir? —Pregunté confundida.

Mi abuelo no me dijo nada, exhaló un suspiro diciéndome así que quizá no había respuesta a una pregunta no tan sencilla aunque parezca lo contrario.

— El amanecer llegó. — Me hizo saber la persona a la que había extrañado tanto, después de un silencio lleno de nostalgia.

— ¿Volverás? — Pregunté, esta vez el dolor se había ido de mi pecho.

En mi corazón las emociones negativas se habían ido, sabía la respuesta que me iba a dar y aun así, insistí.

Nuevamente el brillo en sus ojos, nuevamente esa sonrisa que era tan característica de él.

—Nos volveremos a ver mi paloma y ese día, será cuando el sol decline y en tu rostro la sonrisa más sincera se dibuje sintiendo de esta manera, tu corazón dar el último suspiro pero el primero a una nueva oportunidad de vida, y quizá a la eternidad.

Una nueva mañana, una nueva oportunidad había llegado. Solo un segundo más, solo un respiro, sabía que debía marchar, estaba lista para verlo alejarse y aun así no quería que se separara de mí.

De manera lenta, se levantó del suelo, los primeros rayos de sol comenzaron a calentar la tierra, el agua del río se movía sin prisa. A mis ojos las lágrimas no de dolor pero de felicidad al haberlo visto una vez más, llegaron.

Mi abuelo me miró sin dejar de sonreír, extendió sus brazos esperando a que me levantara.

Con pasos lentos me acerqué a él después de haberme puesto de pie. Sintiendo mi corazón palpitar tranquilamente, lo abracé, lo abracé como la última vez no pude y que de alguna manera, en mi corazón quedó ese pesar.

—Te quiero abuelito, te quiero mucho. — Dije por primera vez.

—Yo también palomita, yo también.

Un único rayo de sol iluminó dos personas que aunque no convivieron mucho en esta vida, se sentía como si yo hubiera pasado una vida entera llamándolo abuelito.

De mis ojos la última lágrima cayó, cerré mis ojos permitiéndome guardar en lo más profundo de mí, su aroma. El día había llegado y quizá ahora comenzaba a vivir.