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Tu música en mi silencio

Tu música en mi silencio

Autor:Araceli Samudio

Terminado

Introducción
La maestra de piano le enseñó dos cosas importantes: primero, que para tocar música no es necesario oírla, sino sentirla; y segundo, así como no hay luz sin oscuridad, como no hay bondad sin maldad, tampoco es posible la música sin el silencio. Y ella así lo creyó. Un día, se dio cuenta de que también había música en sí misma, que su corazón se aceleraba, sus piernas se aflojaban y su interior vibraba cuando él, Daniel, estaba cerca. Y es que él había traído la música a su vida: la del piano y la de su propia alma. Era él quien llenaba de melodías la quietud en la que vivía, por lo que cuando se fue, la música también se acabó. Y es que crecer duele, y la pobreza es enemiga de los sueños; pero entonces, sumida en el más profundo y absurdo silencio causado por la desazón y los problemas de la vida, recordó la lección de la maestra: no hay música sin silencio. Y así, su corazón volvió a latir, y en su quietud volvió a sonar aquella melodía.
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Capítulo

Para todos aquellos que son capaces de escuchar con el corazón

Las bellas melodías que existen en el silencio.

Quiero dar gracias a Dios por las bendiciones que me regala día tras día, y muy en especial, por esta oportunidad, la de hacer tangible mis letras.

No estaría aquí escribiendo esto, si no fuera por mi bella familia que tanto me apoya en mis proyectos y que son siempre los primeros en enterarse cuando una nueva historia se forja en mi mente. A mi marido, Andrés, por ser mi compañero y caminar a mi lado, por seguirme en cada locura y cada sueño, a mis hijos: Ezequiel, Lupe e Iñaki, por iluminar mi vida y por acompañarme siempre en cada nueva aventura. Y a mi madre, por apoyarme en cada camino elegido.

No puedo dejar de dar gracias a las personas que aportaron su tiempo para que esta obra brillara un poco más, a María Liz Pellegrini y a Yeri Quiroz, por regalarme un poco de sus conocimientos y experiencia, y ayudarme a pulir ciertos términos. También a mis talentosos amigos: Guillermo Sandoval, por el diseño de la portada; a Fernanda Salinas por la foto utilizada en la misma; a la profesora María Elena Cisneros por prestarnos su casa y su piano para la misma y a Bianca Fernández por los bellos dibujos de las manos que hablan al inicio de cada capítulo.

A Nova Casa Editorial, por confiar una vez más en mi trabajo y darme la oportunidad de alcanzar un sueño más, uno demasiado especial, porque esta es la primera obra que ambiento en mi país, y me hace muy feliz la posibilidad de llevar un granito de mi tierra guaraní, al mundo.

A todos los que están, estuvieron y estarán, a cada uno de mis lectores y en especial a aquellos que están muy cerca de mi corazón haciéndome llegar constantes comentarios y compartiendo conmigo su alegría y entusiasmo en mi grupo de lectores, muchas, muchísimas gracias, nada sería posible sin ustedes.

PRÓLOGO

Estaba allí, recostada en esa cama de hospital. Sabía que no le quedaba mucho tiempo de vida; ya no tenía fuerzas y los dolores eran cada vez más insoportables. Su hija dormía en sus brazos, y a pesar de que el médico le había recomendado que descansara, no quiso hacerlo; ya tendría mucho tiempo para eso. Quería pasar sus últimos días cerca de sus seres queridos, verlos por última vez, grabar sus facciones a fuego en su alma. Creía en la vida más allá de la muerte, creía en que pronto estaría en un lugar mejor y que allí ya no habría dolores ni sufrimientos; por eso, lo que le quedaba de vida, debía aprovecharlo al máximo.

Ese mismo día, más temprano, su hijo Arandu había venido a jugar con ella. Había traído una docena de pequeños coches de juguete y los había acomodado sobre la cama. Habían imaginado carreteras con ciudades, alrededor de las cuales los cochecitos circulaban. Mientras el pequeño ideaba situaciones, ella lo miraba memorizando el color de su cabello, la pureza de su mirada. Era un buen chico, dulce y muy maduro para su edad.

—Cuando yo me vaya vas a cuidar de tu hermanita, ¿verdad? —dijo tomando su pequeña mano entre las suyas.

—¿Adónde te vas a ir? —preguntó el pequeño.

—Al cielo, junto con papá Dios y la Virgencita de Caacupé.

—¿Por qué te vas? —preguntó—. ¡Yo también quiero ir!

—Un día vas a ir y yo voy a estar esperándote. Prometeme que serás un buen chico —pidió, intentando contener las lágrimas. El chico volvió a concentrarse en mover uno de los cochecitos mientras su madre se lo imaginó convertido en un hombre guapo, trabajador, honrado.

—Sí, yo voy a cuidar a Panambí, mami —afirmó el pequeño un rato después.

Cuando su papá lo vino a buscar, trajo a su hermana pequeña consigo. El médico le había pedido que no estuviera con más de uno a la vez, así que ella besó a su chico en la frente y lo abrazó con mucha fuerza antes de despedirlo.

—Dios te bendiga, te cuide y te proteja siempre, mi bebé

—agregó haciendo la señal de la cruz en la frente de su hijo.

—Ya no soy un bebé. —Se quejó el chico, y su madre sonrió.

La pequeña niña de pelo negro estaba adormilada. Su padre la colocó a un lado de la cama y ella se arrastró hasta apoyar la cabeza en el pecho materno. Cuando su padre y hermano se fueron, su madre comenzó a cantarle; le cantó como lo hacía siempre, desde el día en que nació… incluso mucho antes. A pesar de que Panambí no podía escuchar, la joven mujer siempre había insistido en cantarle, y la niña solía acomodarse cerca de su pecho, donde parecía recibir las vibraciones de la voz de su madre. Eso la calmaba y la hacía dormirse enseguida.

—Vas a ser una nena muy bonita, mi Panambí… Vas a ser muy fuerte, lo fuiste desde antes de nacer. Juntas superamos todos los obstáculos, y ahora que te miro, tan linda, tan perfecta, sé que todo valió la pena. Nunca olvides que sos la mariposita de mamá, que un día tenés que abrir tus alitas y volar. Tenés que tener una vida mejor que la que me tocó a mí; vos tenés que llegar lejos.

»Nunca te des por vencida, mi chiquita. No dejes que nadie te haga sentir diferente porque vos no sos diferente, sos especial. Vos no podés escuchar, pero las personas que te quieran sabrán escuchar tu hermoso silencio, sabrán encontrar la mejor melodía en tus ojitos brillantes, en tu sonrisa chispeante, en tu alegría y tu fortaleza. Pase lo que pase, mi bebé, no te des por vencida nunca. La vida es de los que la luchan hasta el último suspiro, mi hija. Yo me voy, pero no me quejo, y doy gracias a Dios porque me permitió quedarme un tiempo a tu lado para poder verte crecer.

Dos días después, falleció.