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Realidad Paralela

Realidad Paralela

Autor:Daniela Hy

Terminado

Introducción
Ingrid Morley es una escritora devota y su vida es común y corriente, hasta podría decirse que es aburrida. No es fanática de entablar relaciones y pasa la mayor parte de su tiempo en una soledad que considera cómoda. O al menos era así hasta que se cruzó con esa joya. Era hermosa tenía que admitir, hasta se le ocurrió hacerla protagonista de una de sus historias. Lo que ella no esperaba era ser arrastrada a un lugar completamente distinto al que estaba de un momento para otro con el poder de la joya. Ahora Ingrid tendrá que sobrevivir en un país que no conoce y convivir con personas extrañas, mientras intenta encontrar una explicación a su situación. David Walker es un publicista cuya vida se ha estancado. A causa de un trauma no desea establecer ningún vínculo con el sexo opuesto. Entonces aparece en su vida una imperturbable mujer, con más tendencia a la lógica que a las emociones, pero que removerá todos los muros que se ha autoimpuesto. ¿Lograrán superar todos los incidentes que se produzcan? ¿Regresará Ingrid algún día a su otra vida?
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Capítulo

Ingrid Morley se encontraba en la casa de sus padres, había ido a visitarlos porque no conseguía la inspiración necesaria para su libro y deseaba un descanso. Volver a su antiguo hogar luego de la fastidiosa rutina era como un bálsamo sanador para su cerebro y estaba convencida que gran parte su bloqueo al escribir era a causa de la poca acción que había en su vida.

Tenía sus ventajas, como la tranquilidad y la ausencia de problemas, pero debía admitir que a veces se moría de aburrimiento, la monotonía la acompañaba desde hacía años. No era una persona muy social, estaba más bien concentrada en su empleo que era su única fuente de real satisfacción. Trabajaba en una editorial, y en su tiempo libre escribía novelas. Ya se habían publicado tres de sus trabajos y eso la hacía feliz, pero últimamente le estaba costando muchísimo concentrarse en la escritura. Para atravesar el bloqueo había decidido cambiar un poco de aire, ver otros horizontes…

Pero allí estaba ella, no en un nuevo horizonte sino en casa de sus padres, la verdad que se sentía un chiste. Aunque la única culpable de eso era ella, porque a pesar de ser más de lo mismo, prefirió viajar a un lugar conocido, que embarcarse en una aventura que le serviría de inspiración… Ni ella se entendía.

—¡Ingrid, es hora de comer! —gritó con voz aguda su madre desde la cocina. Ingrid dejó el señalador marcando la página en la que había dejado su lectura y bajó.

Leer mucho era necesario para ser un buen escritor, llenar la mente con variedad de géneros y estilos era enriquecedor y a veces traía la inspiración necesaria para crear sus propios mundos. Además, su parte editora surgía y podía analizar los recursos que se habían utilizado y ver hasta los errores que las editoriales olvidaban corregir. Era perfeccionista y fastidiosa, pero no podía evitarlo.

La mesa estaba puesta y su padre se había sentado, cruzado de brazos esperando que su mujer le sirviera. Ingrid se ubicó a su lado, con una sonrisa conocedora al verlo con su pijama puesto, el cabello blanco revuelto y los lentes colgando en el cuello de su camiseta, que había utilizado para leer la sección política del diario.

—Y… ¿alguna novedad? —preguntó ella, buscando conversación.

Se llevaba bien con sus padres, pero sus costumbres ya no eran las de ella y como no los había visto por meses le costaba volver a encontrar esa familiaridad en la convivencia.

—Ninguna —espetó el padre, concentrado en la comida. Era un hombre de pocas palabras. Ingrid asintió sin tomarme a pecho su falta de interés y se preparó para comer en silencio.

—¡Ah, sí! —chilló la madre en un arrebato, sobresaltando a padre e hija. Era una mujer muy entusiasta, totalmente opuesta a su marido e incluso a Ingrid—. Encontré revisando unas cajas, un collar precioso que creo era de tu abuela.

—¿En serio? Después lo quiero ver —pidió la interlocutora, algo infectada con su frenesí.

Así se iba a divertir con su madre, su pasatiempo juntas era revisar cosas viejas, intentando descubrir las historias detrás de ellas. Esa diversión fue lo que la convirtió en escritora, aunque nunca se consideró una experta en la materia, siempre le fascinó imaginar mundos y personas, inventarles problemas y solucionarlos, y finalmente dejarlos para que continuaran con sus vidas en el universo que les había creado. Las historias eran su más fiel compañía, aunque le tenía especial apego a las que ella misma había inventado… las quería como si fueran hijos.

Después de comer, Ingrid lavó los platos y salió a caminar un rato. El día estaba soleado, ideal para irse de picnic. Retrasó su llegada todo lo que pudo, se había prometido que ese día sin falta intentaría escribir algo más extenso que un par de párrafos, pero la verdad era que no tenía ninguna idea para empezar. Estúpida falta de inspiración, pensó con rabia. Había intentado garabatear algunas ideas, como para no perder la costumbre de escribir cada día, pero todo lo que había surgido había sido una porquería. A veces no servía forzarse.

Al llegar a la casa se fue a la habitación de sus padres, al menos podía demorarse un poco más. Su madre la estaba esperando, casi al borde de la impaciencia.

—Bueno… ¿Dónde está ese collar precioso que debo ver? —inquirió Ingrid con voz cantarina y se sentó en la cama. La madre rió entre dientes y sacó del cajón de su cómoda una bolsita de tela bordada con hilos dorados.

—Mira qué maravilla —murmuró sacando el colgante. Era una piedra celeste con forma de corazón engarzado en plata labrada.

—Es precioso —estuvo de acuerdo, mientras acercaba los ojos a la joya. El corazón tenía escrita la frase “TE AMO” en muchos idiomas. Era una verdadera obra de arte e Ingrid ya la amaba—. Entonces, ¿cuál es la historia? —preguntó, comenzando el juego.

—Una historia de amor, por supuesto.

—Mmm, algo así como Titanic —espetó sin despegar la vista de aquella belleza, pero le prestaba atención a las palabras de su madre, tomándose muy en serio las ideas que ella pudiera aportar.

—No, muy trágico —suspiró, a ella le gustaba esa película pero odiaba ver el final. Odiaba las tragedias en general.

—Entonces… ¿y si es una joya que atraiga al amor? —de repente tuvo un arranque de iluminación, que la sorprendió hasta a ella misma. Había esperanza, después de todo.

—¿Cómo sería eso? —preguntó su madre con interés, para que su hija siguiera desarrollando la idea y ésta no quedara en la nada.

—No sé, que te haga conocer al amor de tu vida, o algo así —tenía que pensarlo mejor, ampliar la trama, pero era una excelente manera de empezar.

—Quizás puedas usar eso para tu próximo libro.

—Me leíste la mente, mamá. ¿Me lo prestas?

—Te lo regalo —declaró ella, metiendo el colgante en su bolsita y entregándoselo. Su corazón dio un vuelco en una mezcla de emoción y gratitud.

—¿En serio? ¡Grandioso! —exclamó y saltó a darle un abrazo.

—Ahora, a escribir jovencita.

—Sí, ya voy —espetó con fingida resignación y se levantó de su cama.

Ingrid se sentó enfrente de la computadora cerrando algunas ideas en su mente. Por fin tenía ideas. Colocó una lista de reproducción de Richard Clayderman. Al escribir necesitaba música lenta y en lo posible instrumental para aclarar su mente. Al terminar pondría Ed Sheeran a modo de celebración. También le encantaban sus canciones.

Volvió a fijar la vista en el colgante. Se veía único, tal vez era una pieza exclusiva de algún joyero conocido… quizás, quizás. Decidió buscar en internet alguna información del mismo y para su grata sorpresa enseguida aparecieron unas cuantas páginas pertinentes. Todo estaba saliendo perfecto.

Con la vista repasó rápidamente los párrafos y encontró una parte muy interesante y que podría usar en su futura historia.

“Según la leyenda, la joya poseía el increíble don de hacer que su dueño viviera una realidad paralela a la propia, permitiéndole experimentar toda clase de aventuras, entre ellas el romance. El individuo volvía a su realidad cuando se reencontraba con la joya. Ésta solo podía utilizarse una vez.”

Ajá, podía trabajar con eso. De por sí, ya parecía una sinopsis atrapante… ¡Qué emoción! En una libreta y anotó palabras claves que la ayudarían conseguir la inspiración necesaria, eso siempre ayudaba a no perder el hilo de la trama que quería mantener. Tenía toda la pinta de ser una novela de fantasía, así que debía tomar buenas notas para crear aquel mundo mágico que ya comenzaba a surgir en su mente.

Miró el colgante una vez más, en medio de la vorágine de pensamientos que se suscitaba en su interior, era adictivo apreciar su belleza. Leyó “Te Amo” en francés, español, italiano, además del inglés, aunque no pudo reconocer el resto de los idiomas. Luego lo dio vuelta y leyó en voz alta la palabra “Parallelos” que estaba grabada en la joya.

Escuchó un ruido, como si una vasija de barro chocara contra el suelo.

Entonces todo se volvió oscuro.

Cuando Ingrid Morley logró escapar del mundo de la inconsciencia, le sobrevino un terrible dolor de cabeza. El bullicio que percibía a su alrededor la descolocaba porque no recordaba que en la casa hubiera más individuos que sus padres, pero en ese momento escuchaba a muchísima gente. Apretó un poco los párpados y con una lentitud que hasta a ella misma la exasperaba, abrió los ojos.

¿Qué es esto?

Tenía una ronda de gente que no conocía rodeándola y entre cada parpadeo que daba las presencias parecían multiplicarse.

¿Qué carajo...?

Sin dar crédito a lo que estaba viendo se levantó, o mejor dicho la levantaron. Al apoyarse sobre sus pies descubrió que estaba más alta de lo que recordaba. Miró hacia abajo y con terror se dio cuenta que tenía puesto un impresionante vestido de gala azul Francia, con unos zapatos taco aguja a juego. Estaba al aire libre y la humedad del aire se caló por sus huesos cuando una leve brisa se levantó. Su cerebro aún no procesaba una respuesta coherente para el panorama que tenía ante sus ojos, pero la reacción de su cuerpo no deparaba un buen augurio. Sus palpitaciones se dispararon y empezó a temblar en una mezcla de frío y consternación.

—Hey, ¿estás bien? —preguntó una muchacha de cabello rubio con un fuerte acento.

Ingrid la observó con la confusión apoderándose de su persona. ¿Quién era ella? ¿Qué estaba pasando? ¿Dónde carajo estaba?

Ella te está preguntando algo, responde rápido, se reclamó a sí misma.

—Eh… ¿supongo? —dudó. No estaba segura de qué decir, pero la incomodaba en gran manera que toda esa gente estuviera casi encima de ella.

Sin mucha convicción la mayoría de los que la rodeaban se retiraron, dejándola observar el ambiente del lugar. Era una fiesta. Eso la desorientó aún más, si era posible, su mente no dejaba de ir y venir en diferentes direcciones, pero no llegaba a nada lógico y se acrecentaba su desesperación.

—¿Duele? —escuchó decir a alguien con el mismo acento, pero no se giró a ver quién era. Centró su atención en la rubia, que tenía una mirada bastante afable.

Necesitaba salir de ese espacio, para poder centrarse o hiperventilar en paz…

—¿Sa-sabes dónde está el baño? —preguntó lo primero que se le ocurrió con cierto titubeo. La muchacha le señaló la dirección.

Ingrid caminó a toda la velocidad que los tacones le permitieron, incluso se dobló los tobillos en un par de ocasiones. En medio de trompicones se metió dentro de un cubículo desocupado y se sentó en la taza. El escalofrío no la abandonaba y sentía la piel de gallina.

¿Qué estaba sucediendo? Ingrid no encontraba sentido a nada de lo que estaba ocurriendo… Vestido de gala, clima frío, gente extraña y con acento, una fiesta. ¿Podría ser un sueño? Se pellizcó automáticamente y lo más fuerte que pudo, pero solo recibió una descarga de dolor inmediata, auch.

No puede ser.

¿Estaba alucinando? Jamás había probado drogas, pero no descartaba la posibilidad, lo que estaba sucediendo no podía ser real. Por ahora era la única que se le ocurría y tenía sentido. Si así era, solo tenía que esperar a que pasara el efecto ¿no?

Sin embargo, no le cerraba la idea.

Intentó recordar qué estaba haciendo antes de aparecer en ese lugar, deteniéndose en cada detalle que le diera alguna pista para explicar aquel embrollo, una conexión.

Estaba en casa de mis padres. De vacaciones, para inspirarse y deshacerse del estrés, con la intención de sacar ideas para su siguiente novela. Mamá me regaló un collar. Una joya en forma de corazón engarzada en plata, con la frase de amor en múltiples idiomas. Decidí empezar a escribir una historia. Ese colgante, sumado a la plática con su madre había iluminado el oscuro camino de la inspiración, el empujón que necesitaba para iniciar un nuevo proyecto. Busqué en internet sobre la joya y… Mmm… Había leído sobre la leyenda del collar, que trasladaba a su dueño a una realidad paralela… Mmm…

¿Será?

No. No era posible, solo era una leyenda.

¿O sí?

Se planteó quedarse dentro del cubículo por el resto de su vida, pero su instinto de supervivencia era más fuerte y le indicaba que debía salir y enfrentar la situación que surgiera, aunque aún no tenía ni idea si lo que pasaba era real o imaginario.

O quizás debería huir. Eso tampoco estaba tan mal…

Bueno, Ingrid, primero salgamos del maldito cubículo y luego vemos que hacemos…

Se dio ánimo mentalmente, salió del baño, se lavó las manos, apenas prestándole atención a la mirada perturbada que le devolvía el espejo y volvió al salón principal. A lo lejos, la rubia la saludó amigable y después de cruzar palabras con un par de muchachos vino a su encuentro.

—Terrible golpe que te diste, ¿seguro que estás bien? —volvió a preguntar.

La verdad es que no estoy bien y en realidad, no sé cómo carajo estoy.

—¿Y cómo me caí? —decidió preguntar para desviar su atención y quizás sacar un poco de información.

—Te digo la verdad, no sé. Yo solo escuché el golpe seco y al voltearme estabas en el suelo —explicó haciendo una mueca de dolor, dirigiéndole su empatía.

¿Un golpe seco? Ingrid había escuchado esa clase de sonido, antes, cuando estaba en su habitación a punto de escribir…

—¡Kira! —la rubia se giró en dirección a la voz masculina y asintió. Ingrid anotó en su mente el nombre: Kira.

—¿Puedo preguntarte dónde estamos? —la muchacha la miró inescrutable. Ingrid no estaba segura de que fuera la mejor opción soltar esa cuestión, pero no tenía muchas otras salidas viables que se le ocurrieran en ese instante.

—¿Es que no te acuerdas? —inquirió con tono suspicaz. Ingrid tragó el nudo que se empezaba a formar en su garganta y negó con lentitud, sin despegar los ojos del rostro de Kira, esperando su reacción.

—Es el casamiento de Alex —explicó con parsimonia, a lo que ella asintió, asimilando la información—. Te noto desorientada, ¿acaso necesitas ayuda?

Ingrid parpadeó repetidas veces, sorprendida por lo que acababa de decir. Le estaba ofreciendo el socorro que precisaba… a ella, una completa desconocida.

—Eh…sí —miró a su alrededor, planteándose si tendría alguna otra salida mejor. Estaba sola, en una locación no familiar, sin nada más que el vestido y aunque aquella joven era una extraña no veía que tuviera otra opción, o al menos no una honorable—. Te soy sincera no me acuerdo que hago aquí, ni quienes son estas personas, ni nada. No tengo a dónde ir cuando esto acabe y… tengo miedo —esa última parte le salió con la voz estrangulada, casi a punto de llorar. La desesperación se apoderaría de ella en cualquier momento.

—Oh, cariño —dijo Kira con compasión— no te preocupes, yo te ayudaré —sus ojos estaban llenos de excitación, como si estuviera a punto de vivir una aventura. Ingrid no la entendía, pero se alegraba que la ayudara.

—Te lo agradezco —sintió una lágrima caer por su mejilla y se apresuró a secarla, asombrada por su aparición. Detestaba llorar, tanto en público como en privado y no recordaba cuando había sido la última vez que ese líquido infame había salido de sus ojos.