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Las mejores del mundo

Las mejores del mundo

Autor:Edgar Romero

Terminado

Introducción
"Las mejores del mundo" es una apasionante novela que combina deporte, acción, mucho romance, aventura y mucho más. Una peligrosa mafia de las apuestas deportivas ilegales, el periodismo corrupto y las drogas en el deporte al descubierto en esta novela intensa "Las mejores del mundo" y que apasionará a los lectores porque además contiene mucho romance y acción. El inmarchitable espíritu deportivo se enfrentará a esos enemigos como son las apuestas ilegales y las drogas, en un relato emocionante, ameno y de mucha intriga que atrapará al lector de principio a fin. El romance y el humor, además, fabrican una obra intensa y apasionante que tiene todo lo que el lector pide. "Las mejores del mundo" suma interés, pasión, intriga, amor, acción, corrupción, mafia, en fin todo lo que una buena obra puede contener para su deleite.
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Capítulo

I

Reporte policial: El cadáver de un sujeto acribillado a balazos fue encontrado cerca de una acequia. Según la policía, el hombre estaría vinculado a las apuestas ilegales.

De acuerdo a testigos, cuatro sujeto descendieron de una camioneta negra y dispararon sus armas automática sobre el cuerpo del infortunado sujeto que se encontraba libando licor con otros hombres en una cantina.

Según la policía, se trataría de un ajuste de cuentas pues el tipo asesinado a balazos no habría pagado una fortísima deuda que mantenía con una app dedicada a las apuestas deportivas.

*****

-¿Aló? ¿Mataron a ese sujeto?-

-Sí, señor-, dijo Aurelio Méndez,

-Quiso estafarnos con un millón de soles y nos amenazó con denunciarnos a la policía que los partidos estaban arreglados-

-Algo sabía señor...-

-Corre la voz que quienes no honran sus deudas pasan a mejor vida-

-Sí, señor-

-Págale a los muchachos, hicieron un buen trabajo-

-OK-

*****

-¿Aló? ¿Quién gana?-, preguntó Aurelio Méndez.

-Estrella Roja-

-Nos colgarán, no puede ganar ese equipo-

-Tú obedece, para eso trabajas para mi-

-¿Cuánto va a pagar?-

-Cien mil grandes-

-Es poco. Aumenta a un cuarto de millón-

-Bien-

-No quiero sorpresas. Gana Estrella Roja-

Aurelio Méndez borroneó unos datos que había consignado mal y con su pulgar buscó un contacto en su celular.

-El jefe dice un cuarto de millón-

El otro tipo soltó un silbido de admiración y luego añadió -se ha vuelto loco el tío-

Méndez echó a reír. -Ya sabes que donde manda capitán, no manda marinero-

Esa todo los medios y sus plataformas estallaban sorprendidos por la victoria de Estrella Roja.

-Ganamos un millón, jefe-, dijo Aurelio Méndez. En la otra línea solo escuchó un resoplido satisfecho.

*****

-Apunta este nombre: Paul Newood. Ya hablé con "Bip Bip"-, dijo el jefe.

Aurelio Méndez arrugó la boca sorprendido.

-¿Quién es ese sujeto?-

-Un pobre diablo que nos hará aún más millonarios-

*****

Paul Newood llevaba el sentimiento del libertinaje burbujeando en su sangre y a nadie le llamaba la atención verlo desarreglado, con el peinado hacia atrás y la casaca negra de cuero ajada y abierta. Ya lo conocían. Prefería los vaqueros descoloridos y sucios que usaba semanas enteras. Una apagada sonrisa jugaba con su andar zigzagueante y tedioso.

A Newood no le gustaba parecerse al resto de la gente. Sufrió mucho en los años de la escuela porque era un pésimo jugador de baloncesto, deporte que lo chiflaba. En un millón de ocasiones sus compañeros de equipo y entrenadores le dijeron, alzando la voz, en su pelada cara, que era un maldito mediocre, como tantos en la vida.

Ese golpe lo llevó siempre. Le impulsaba, sin embargo, cuando coqueteaba con las chicas en los parques o rindiendo exámenes en la facultad, a ser singular, sobresalir, salir adelante. Le dolía hasta los huesos ser considerado uno de tantos.

La misma sonrisa le era resultaba difícil, por eso siempre estaba apagada, porque quería ser distinto a como de lugar.

El alma la tenía, también, hecha añicos por tantos engaños de los que pensaba sus amigos. Cuántas veces confió en sus promesas, empeñó hasta su último céntimo y al final, el sueño de ser triunfador, se derrumbó traicionado y atravesado por la palabrita que repugnaba: fracaso.

Y para Newood no había peor pecado que fracasar.

La autodisciplina tampoco existía en él.

Parado delante de sus camaradas de club o de la universidad y después de hacerse entrenador de baloncesto, ante sus jugadores, repetía lo que había sentido en carne propia. "A nadie podemos imponer ataduras, decía. El básquetbol es un deporte. Nada más que eso. El que lo practica se divierte y no podemos hacerlo ni serio ni ridículo. La cuestión es apelar a la inspiración. A lo que, juzgado por la conciencia, se considera más apropiado".

Por supuesto, no se refería ellos sino a su propia persona. Nadie podía imponerle una didáctica. Era independiente.

Cuando tuvo a su cargo la dirección técnica de la universidad donde estudió, a vísperas de la final del campeonato de Liga, no quiso que sus pupilos se concentrasen. Los dejó a su libre albedrío: sus jugadores se perdieron en prostíbulos y cantinas, uno murió atropellado por un camión cuando volvía de una juerga y otro enloquecido por la timba, mató a su contrincante. Fue igual. A la noche siguiente, la universidad ganó el título, el único en su carrera.

Pero Newood había decidido ya no ser entrenador.

También era meticuloso.

Si alguien, de pequeño, no tuvo sarampión, lo anotaba como capricho de adolescente. Aprendió tras muchos tropezones que el que sabe todo acerca de la gente, triunfa. Nunca supo ni se preocupó en saber si tenía o no razón, per no hubo otro técnico de baloncesto en Estados Unidos que llevara bajo el brazo, toneladas de USB con la más mínima información de sus jugadores. Incluso iba arrastrando la mochila con los USB o Cds a los entrenamientos... pero lo más chistoso es que jamás cotejaba la información. Solo guardaba, guardaba y guardaba.

"Ser entrenador, solía decir, dándosela de mucho, es como estar en la jungla. Hay leones y conejos. Perros y gatos. Debo conocerlos a todo o me dan un zarpazo o se me comen al conejo".

Era un frustrado, sin embargo, y se resistía aceptarlo. Fracasaba en todo, excepto cuando ganó ese campeonato que marcó su vida. Fue la única vez que fue ganador porque era de aquellos que siempre están a la mitad del camino, sin muchas pretensiones pero con la cabeza hartada de sueños y una voz repitiéndole "tú puedes". Quería otra oportunidad de mostrar su talento y esta vez, consagrarse definitivamente.

Además, lo condenaba su complejo de creerse eje del universo, aún sus tropiezos y fracasos.

Sus jugadores ni nadie podían estar nunca encima de él. Newood se creía un enviado de Dios y cada palabra de sus labios debía ser interpretada como una orden. De igual modo, no toleraba ilusiones ni caprichos, mentiras ni desaciertos. Eso le costó la mayor parte de las veces el puesto de entrenador. Su egocentrismo generó que hasta sus propios colegas y amigos de profesión y jarana, lo aborrecieran.

No faltó nunca escándalo en el que estuviera envuelto.

Newood era un tipo soez, malcriado y pedante, en resumidas cuentas. Hablar con él era un suplicio. Se sentía el centro del planeta y de ninguna manera la última rueda del coche. Una vez se peleó con el presidente de su club fuera del coliseo, definiendo a los golpes, quién era el dueño de la verdad. Por supuesto ganó el duelo aunque le costó tres días y sus noches en la cárcel, y el empleo: dejó al titular del club con el ojo derecho estropeado.

A sus jugadores los tenía acorralados por el miedo.

El que le contestaba, lo separaba del equipo. El que no cumplía sus exigencias, era castigado.

Y Newood fue excéntrico.

La gorrita, el eterno cigarro descansando en los labios con la colilla destrozada por los labios. El lapicero insertado detrás de la oreja, presto para cualquier anotación, el tablet encendido, el silbato colgando del cuello , aún en reuniones sociales o en la graduación de su hija en la universidad. Para colmo, dos relojes y dos celulares, uno en cada muñeca y uno en cada bolsillo. "Si se malogra uno tengo otro", explicaba a los periodistas. No era cierto. Era una cábala que arrastraba desde esa vez que ganó la liga.

Solo existía él y nadie más. Pensaba que era el único en imponer, a través, de la fuerza y la amenaza, respeto y sumisión, en sus escuadras. Por esas ideas, en más de una ocasión, afrontó terribles altercados y peleas a puño limpio con sus dirigidos.

La filosofía de la disciplina le martillaba la cabeza al abrir la puerta del gimnasio de Roberto Mosley. Intentó ensanchar su sonrisa en su rostro arrugado por los años. Blancón, casi como la harina, y los ojos celestes bañados de sangre por una pelea de cantina. Los dedos repletos de anillos de oro y una esclava con el nombre de su hija tallada en la plata. Buscó apuradamente, corriendo la mirada entre los sudorosos muchachos que golpeaban los sacos de arena. Dos se agarraban a trompadas en el cuadr8ilátero, forrados de plástico y una máscara que llamaban protector, cubriéndoles la cara. Algunos bailoteaban frente a su propia imagen en los espejos que forraban las paredes y uno golpeaba, con desesperación, la pera loca. Un hombre fortachón le gritaba. La soga también zumbaba con el viento. Otros cuatro seguían las indicaciones de un tipo alto, de sombrero habanero, ejecutando sesiones físicas y desmesuradas aspiraciones. Era un loquerío, ciertamente. Trabajaban en los sacos, aporreándolos y dejando todo el ímpetu impregnado en el ruido seco. El ambiente a sudor aplastó a Newood aunque no dejó de seguir paseando la mirada. Arrugó la nariz. Oyó una musiquita saliendo del último escondrijo del gimnasio. No se oía bien por el bullicio y los golpes. Paul alzó los hombros y gruñó con enfado.

-Aquí todos salen locos-

-¡Newood!-

El grito vino de una de las butacas que rodeaba el cuadrilátero. Newood fue hasta las graderías, cruzándose en el enredo de personas que practicaban en el pasadizo, y atravesando los sacos de arena y los espejos. Apenas se se cuadró delante de Jimmy, hizo un ademán violento hacia arriba.

-¿Qué demonios haces aquí, "Bip Bip"? Tú eres el presidente de la federación de baloncesto, no un vulgar boxeador callejero-

-Oye, respondió Heyey en bividí, la toalla rodeándole el cuello y un cigarro sin filtro en la boca, no por ser presidente del país voy a dejar de lado mi afición por el boxeo. Fui campeón welter en mis años mozos, antes que las jorobas se me vinieran a la barriga-

James "Bip Bip" Heyey era demasiado gordo. Nunca fue welter aunque de pequeño se desvivía por el viril deporte de los puños. Llevaba un pantalón deportivo azul que chorreaba el agua de la transpiración, formando riachuelos en el piso. A su lado estaba estaba el diario del día.

-Te podría invitar un cigarro pero están caros, bromeó, ya no se gana en el comercio de la pesca. La gente no se interesa por los cordeles ni las cañas. Nada más piensan en jugar con el internet todo el día-

-La vida está hecho una basura-, respondió Newood.

-Pero no tanto para que me vengan a malograr el negocio-

-A nadie ya le interesa pescar, Jimmy-

-¿Aceptas, entonces, el empleo?-, inquirió Heyey sin importarle la alharaca que anudaba el lugar. Paul se sentó en la butaca junto a "Bip Bip" y encendió un cigarrillo. Esperaba la pregunta.

-Sí. Ya sabes que no me gusta el azar. Ya empecé a trabajar-

-Fue difícil convencerte que vuelvas a las lides-

-Estaba decidido a no seguir más en el hoyo-

-Esta vez la cosa es diferente, Paul, aquí el baloncesto importa una mierda, pero hay un apoyo económico importante de una casa de apuestas. No vas a dirigir a un montón de drogadictos como en Nueva York, sino a la selección femenina del país-

-Lo sé perfectamente-

-El mundial es en noviembre. Estamos por invitación. No te queda mucho tiempo-

-Si me explicaste-

-Vas a trabajar con damas, métete eso en tu cabezota de mierda-

Newood desorbitó lo ojos enfurecido, pero Heyey le ganó a sus reniegos.

-Oyeme bien, hay mucho dinero en juego por las apuestas. Sabemos de tu maldita fama, de la forma cómo golpeas a tus jugadores y las mil lisuras que dices por minuto. Nunca antes habías entrenado mujeres en tu perra vida pero te aseguro que al primer pellizco te meteré preso y haré que la prensa amarilla te arranque la cabeza sin pensarlo dos veces. No quiero problemas de una jugadora con la cara rota porque falló la canasta-

-Soy entrenador, no delincuente-

-No son reproches. Te conozco desde cuando te botaron del país por pegarle a un periodista por decirte excéntrico. No sabes ni qué significa "excéntrico" y le partiste la boca. No puedes quedarte en el montón, Paul. Por eso te he traído otra vez al país porque estoy seguro que lograrás cosas importantes. Sin embargo hay dirigentes detractores y cuentan con sus entrenadores favoritos. Luché duro y parejo para que te dieran el puesto, enemistarme con mucha gente y me he quedado prácticamente solo, apoyándote a sabiendas que andas siempre de lío en lío. No quiero que me hagan polvo por tu culpa-

-Es un ultimátum ¿eh?-

-¡Carajo! No puedes ser amable, fino, y dejar tu maldita disciplina en casa-

-No olvides que gané un título de liga en Estados Unidos-

-¿No entiendes? Disciplina no es pegarle a la gente para que te obedezcan. Se trata de sugerir responsabilidad-

-Yo impongo mi disciplina-

-Por Dios Paul, no seas testarudo. Tus jugadoras te tendrán consideración siempre y cuando no te vean borracho o se alejen espantadas a tu aliento a licor. La que se porta mal, se fuga de la concentración o no te obedece, se le sanciona y separa del equipo. Nada de darle patadas en el trasero-

Newood se puso de pie. No pensó ser tratado de esa manera, reprendido como a una criatura delante de tanta gente. Barulló furioso.

-Yo sabré lo que es mejor para el equipo-

-¿Quieres el empleo o no?-

Ese sí era un ultimátum. Newood sonrió al sentirse acorralado. La cabeza le hervía y estaba enfadado. Le gustaba su fama de hombre rudo y le complacía el hecho de tener doce jóvenes para imponer su absurda virilidad. Le hartaba ser un don nadie y no podía desaprovechar la oportunidad. La batalla con su conciencia, aceptando las exigencias de Heyey o salirse con la suya, satisfaciendo su orgullo, fue difícil. Pero solo duro unos instantes. No había salida y él lo sabía pese a que significaba atarse. Era un error pensaba, dejarlas sin mano dura pero estaba, obviamente, entre la espada y la pared. A la par de sus costumbres, fuera de lo normal, compartía la opinión que las grandes ocasiones no tocan dos veces la misma puerta, peor con la galopante desocupación azotando al país. Además, se decía, era difícil que hubiera algún lío. No dejaría pasar la oferta, no después de las frustraciones de los últimos años vagando sin asegurar contrato alguno, viviendo de exiguas raciones. No podía ser tan malo dirigir a la selección femenina, olvidándose de su trato troglodita.

-¿Por qué me eligieron a mi, "Bip Bip"?-

-No sé unos tipos dieron tu nombre-

-¿Por qué yo?-

Heyey no le iba a decir nada Newood pero tampoco se iba a conformar con cualquier respuesta. Lo miró fijamente y acercándosele le habló muy bajo y agrio.

-¿Hay otro entrenador más duro, rudo, borracho, exigente, meticuloso, soez que odia lo bueno como tú?-

Los dos esbozaron tenues sonrisas.

-Gracias "Bip Bip"-

-No quiero gracias ni nada. Dame victorias-

-Será difícil-

-Bah, esa palabra no está en tu léxico-

-¿Cómo lo sabes?-

-Somos amigos, pues-

Y Newood y Heyey por fin estallaron en carcajadas. Se abrazaron frenéticos.

Atrás, confundido en el largo bullicio del gimnasio, el pesado olor a sudor, tímido, casi apagado, quedaba algo que solo tienen los perdedores: indecisión.