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Por Ahora y Siempre

Por Ahora y Siempre

Autor:Sophie Love

Terminado

Introducción
“La capacidad de Sophie Love de impartir magia a sus lectores se transmite de manera exquisita a través de frases y descripciones profundamente evocadoras… POR AHORA Y SIEMPRE es el romance o lectura perfecta para la playa, pero con una diferencia: su entusiasmo y sus bellas descripciones ofrecen una atención inesperada a la complejidad no únicamente en relación al amor, sino a las mentes. Es una recomendación encantadora para los lectores del género romántico que busquen algo más complejo en sus novelas románticas.”--Midwest Book Review (Diane Donovan) “POR AHORA Y SIEMPRE es una novela muy bien escrita que describe la lucha de una mujer (Emily) para encontrar su verdadera identidad. La autora ha hecho un trabajo magnífico en la creación de los personajes y en sus descripciones del entorno. El romance está ahí, pero sin sobredosis. Se merece puntos extra por este fantástico comienzo de una serie que promete ser de lo más entretenida.”--Books and Movies Reviews, Roberto MattosEmily Mitchell, de 35 años y que trabaja y reside en la ciudad de Nueva York, ha estado pasando por una serie de relaciones fallidas. Cuando su novio desde hace siete años la invita a cenar para celebrar su muy esperado aniversario juntos, Emily está segura de que esta vez será distinto y de que por fin conseguirá un anillo.Pero cuando él le da en su lugar un pequeño perfume, Emily sabe que ha llegado el momento de romper, tanto con él como con toda su vida, y empezar de cero.Recuperándose todavía de su vida llena de presiones y carente de cualquier satisfacción, decide que necesita un cambio, por lo que se deja llevar por un impulso y conduce hasta la casa abandonada de su padre, en la costa de Maine: un enorme edificio histórico en el que pasó veranos mágicos de niña. Pero la casa, tras años de abandono, necesita reparaciones urgentemente, y el invierno no es la época ideal para visitar Maine. Hace veinte años desde la última estancia de Emily, desde que un trágico accidente puso fin a la vida tranquila.
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Capítulo

  Emily pasó las manos por la tela negra y sedosa de su vestido, alisando las arrugas por millonésima vez aquella noche.

  ―Pareces nerviosa ―dijo Ben―. Casi no has tocado la comida.

  Emily desvió la mirada hacia el plato a medio terminar de pollo antes de volver a centrarse en Ben, sentado frente a ella al otro lado de aquella preciosa mesa, con el rostro iluminado por la luz de las velas. Era su séptimo aniversario juntos y la había llevado al restaurante más romántico de todo Nueva York.

  Por supuesto que estaba nerviosa.

  Especialmente teniendo en cuenta que la cajita de Tiffany’s que había encontrado oculta en el cajón de los calcetines de Ben hacía semanas ya no estaba allí cuando había vuelto a comprobarlo aquella misma tarde. Estaba segura de que aquella sería la noche en que Ben al fin le pediría matrimonio.

  La idea hizo que se le acelerase el corazón de pura anticipación.

  ―No tengo hambre ―contestó.

  ―Oh ―dijo Ben, con aspecto algo inquieto―. ¿Significa eso que no vas a querer postre? Le tengo echado el ojo al mousse de caramelo con sal.

  No le apetecía postre en lo más mínimo, pero de repente la asaltó el miedo de que Ben pudiera haber escondido el anillo en el mousse. Sería un modo bastante extraño de pedirle matrimonio pero, llegados a aquel punto, Emily aceptaría lo que fuera. Decir que Ben tenía miedo al compromiso sería quedarse muy corto; habían tardado dos años de noviazgo antes de que a Ben le pareciera bien que Emily dejase un cepillo de dientes en su apartamento, y cuatro antes de que pudiera mudarse con él.

  Si Emily en alguna ocasión mencionaba el tema de tener niños, Ben se quedaba pálido como un fantasma.

  ―Por favor, pide el mousse si te apetece ―contestó―. A mí todavía me queda el vino.

  Ben se encogió ligeramente de hombros y llamó al camarero, que retiró rápidamente tanto su plato vacío como el medio lleno de Emily.

  Ben le tomó las manos por encima de la mesa.

  ―¿Te he dicho lo hermosa que estás esta noche? ―preguntó.

  ―Todavía no ―dijo ella con una sonrisa tímida.

  Ben le devolvió la sonrisa.

  ―En ese caso, estás preciosa.

  Y después se llevó la mano al bolsillo.

  A Emily se le paró el corazón. Había llegado el momento. Estaba pasando de verdad. Después de todos aquellos años de angustia y de paciencia digna de un monje budista, por fin iba a conseguirlo. Iba a demostrarle a su madre, a la mujer que tanto disfrutaba diciéndole que nunca conseguiría que un hombre como Ben entrase en una iglesia con ella, que se había equivocado. Y eso sin mencionar a su mejor amiga, Amy, a quien últimamente sólo le hacía falta un vaso de vino para empezar a implorar a Emily que no gastase más tiempo en Ben, repitiéndole que tener treinta y cinco años no era «demasiado mayor para encontrar el amor verdadero».

  Tragó el nudo que sentía en la garganta mientras Ben sacaba la cajita de Tiffany’s del bolsillo y la deslizaba hacia ella.

  ―¿Qué es? ―consiguió decir.

  ―Ábrela ―respondió él con una amplia sonrisa.

  No se estaba arrodillando, notó Emily, pero no pasaba nada. No necesitaba que fuese una pedida de mano tradicional, únicamente que hubiese un anillo. Cualquier clase de anillo.

  Tomó la caja, la abrió… y frunció el ceño.

  ―¿Pero… qué…? ―tartamudeó.

  Se quedó mirando fijamente su contenido. Dentro había un perfume.

  Ben sonrió como si estuviera encantado con su obra maestra.

  ―Yo tampoco sabía que también vendían perfumes ―dijo―. Creía que se dedicaban exclusivamente a joyería demasiado cara. ¿Quieres que te ponga un poco?

  Súbitamente incapaz de controlar sus emociones, Emily rompió en lágrimas. Todas sus esperanzas acababan de derrumbarse a su alrededor; se sentía como una idiota por haber creído que quizás fuera a pedirle matrimonio aquella noche.

  ―¿Por qué estás llorando? ―preguntó Ben con el ceño fruncido. De repente pareció insultado―. La gente nos está mirando.

  ―Creía que… ―balbuceó Emily, secándose los ojos con la servilleta de tela―, teniendo en cuenta qué restaurante es y que es nuestro aniversario… ―No conseguía decirlo.

  ―Sí ―respondió Ben con frialdad―. Es nuestro aniversario y te he comprado un regalo. Lamento si no es lo bastante bueno, pero tú tampoco me has comprado nada.

  ―¡Creía que ibas a pedirme matrimonio! ―exclamó Emily al fin, lanzando la servilleta sobre la mesa.

  El sonido de fondo del restaurante desapareció cuando la gente dejó de comer y se giró para mirarla, pero a Emily ya no le importaba.

  Ben abrió los ojos de par en par con miedo. Se le veía incluso más asustado que cuando Emily mencionó la posibilidad de formar una familia.

  ―¿Para qué quieres casarte? ―preguntó.

  Emily tuvo un brusco momento de claridad y lo miró como si lo estuviera viendo por primera vez. Ben no iba a cambiar nunca, jamás se comprometería. Tanto su madre como Amy tenían razón; se había pasado años esperando a que ocurriese algo que estaba claro que nunca iba a pasar, y aquel diminuto frasco de perfume había sido la gota que había colmado el vaso.

  ―Se acabó ―dijo sin respiración y ahora ya sin lágrimas―. Se acabó de verdad.

  ―¿Estás borracha? ―exclamó Ben incrédulo―. Primero quieres que nos casemos, ¿y ahora quieres romper?

  ―No ―respondió Emily―. Pero ya no estoy ciega. Esto, tú y yo, nunca ha funcionado. ―Se puso en pie, dejando la servilleta en la silla―. Voy a mudarme ―continuó―. Me quedaré en casa de Amy esta noche e iré a buscar mis cosas mañana.

  ―Emily ―dijo Ben, tendiendo la mano hacia ella―. ¿Podemos hablar de esto, por favor?

  ―¿Por qué? ―le espetó Emily―. ¿Para que puedas convencerme y que espere otro siete años antes de que compremos una casa juntos? ¿Otra década antes de que tengamos una cuenta bancaria compartida? ¿Diecisiete años antes de que consideres siquiera que tengamos un gato?

  ―Por favor ―susurró Ben, mirando hacia el camarero que se acercaba con su postre―. Estás montando una escena.

  Sabía que era verdad, pero no le importaba. No iba a cambiar de opinión.

  ―No queda nada sobre lo que hablar ―dijo―. Se acabó. ¡Disfruta de tu mousse de caramelo con sal!

  Y, tras aquellas palabras, abandonó el restaurante