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Caballero, soy su bella dama

Caballero, soy su bella dama

En proceso

Introducción
Era gorda y tenía la cara cubierta de granos rojos. Todos se rieron de su fea cara. Incluso ella creía que nadie la querría. Estaba enamorada en secreto de un chico guapo llamado Hayden. Pero no tenía valor para confesarle sus sentimientos. Publicó fotos de su cuerpo con curvas en línea y ganó millones de fanáticos que la vieron como una diosa, ese era el único lugar donde podía olvidar su vacío en la realidad. La gente se enamoró de su escote y su pecho tipo mousse de crema. Uno de sus mayores admiradores era Hayden, quien desconocía su verdadera identidad. Hayden finalmente la invitó a salir una noche. Aceptó encontrarse con él. Con una sola condición: sin luz. Pero su grito la traicionó, y Hayden encendió la luz...
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Capítulo

Una voz fuerte me gritó en la oficina: "¡Oye gordita, ven acá rápido y tráenos un café. Acuérdate, son dos tipo americano y dos con leche, pero ten mucho cuidado y no los derrames porque si no vas a sentir el peso de mis puños". Era Philip, uno de mis compañeros de trabajo.

¿Crees que iba a contestarle algo?

¡En lo absoluto! porque ya estaba acostumbrada a recibir órdenes y a que me intimidaran.

He sido acosada y maltratada desde que era una adolescente.

Tengo 23 años y apenas estoy entrando al mercado laboral, tras haberme graduado hace dos años. 

Recuerdo mi graduación en la universidad como si hubiese sido ayer. Había un sol enceguecedor y una brisa fuerte, pero no podía evitar estar feliz porque pensaba que finalmente había terminado el horror que había vivido en la escuela. De hecho, estaba convencida de que ya no sería objeto de insultos ni malas caras, y que nunca más me encerrarían en un baño para golpearme.

Sin embargo, estaba muy equivocada porque el abuso y el acoso siguen presentes en mi vida laboral, sencillamente porque no soy bonita.

Según los estereotipos de la sociedad, soy una mujer fea.

Tengo unos cuantos kilos de grasa de más y parezco una pelota. Además, mis ojos azules claros como el hielo no se parecen en nada a los de mis padres y mi hermano menor que son de color verde. Creo que ésa es la razón por la que me rechazan.

Sin embargo, me encanta tener la nariz chata, los labios rosados y la tez blanca como la nieve. Sólo quisiera que mi cara no estuviera repleta de estas m*ld*t*s espinillas rojas como si tuviese un virus, porque sin ellas ¡me vería espectacular!

¡Pero estos granitos en el rostro me han arruinado la vida!

Mi rostro está lleno de cráteres como la luna y todos me miran con un asco evidente.

Estoy segura de que cuando era niña no tenía estos granitos, pero todo empezó a cambiar al cumplir los catorce años.

Entré en la pubertad y comenzaron a aparecer miles de espinillas en mi hermoso rostro en forma de un salpullido provocado por el calor. Mi belleza desapareció y las chicas otrora celosas de mí empezaron a burlarse y acosarme hasta el cansancio. Por su parte, los chicos que una vez se sintieron atraídos por mis encantos ahora me evitaban y ponían cara de desagrado al verme.

Sus acciones me hicieron mucho daño y poco a poco fui perdiendo la confianza en mí misma. A partir de ese momento, cambié mi forma de ser y decidí andar siempre cabizbaja, tratando de ocultar mi rostro cada vez más desagradable con mi larga cabellera rizada de color castaño, pero esa estrategia no sirvió de nada. 

Siempre había alguna chica malintencionada y desagradable que corría a levantarme el cabello a propósito para dejar al descubierto mi rostro. Me perseguían como una manada de viles hienas que me m*ldecían asegurándose de que todos en la escuela vieran cómo me acosaban hasta el cansancio.

Con el paso del tiempo, casi todos sabían quién era yo y me llamaban por un apodo terrible: "cara de luna". Cada vez que me veían en la escuela gritaban a carcajadas: "¡Ahí viene cara de luna! ¡Miren su rostro lleno de cráteres! jajajaja".

El estruendo de su risa burlona ensordecía mis oídos y yo sólo deseaba salir corriendo. Sin embargo, ésa no era la solución porque nunca me dejarían en paz. Por el contrario, quizá me habrían sujetado, arrancado mechones de cabello, abofeteado e incluso escupido, si hubiese intentado huir.

Ah, casi olvido decirles que al principio me enfrentaba a ellos para defenderme, pero cuando lo hacía me propinaban una paliza cada vez peor. Por ello, aprendí a guardar silencio porque al rato se aburrían y dejaban de molestarme.

Luego me di cuenta de que podía aliviar ese dolor comiendo, pero ese descubrimiento sólo empeoró las cosas, porque mi otrora delgada cintura empezó a inflarse como una pelota, me creció el tr*s*ro y la cara se tornó flácida.

¿Acaso podía sucederme algo peor?

Pero ya está bueno de tantos recuerdos tristes; mejor me voy a buscar los cafés.

Entré al ascensor con mis muslos regordetes y me vi en el espejo.

Es cierto, tengo que admitir que subí de peso.

Piénsalo bien, Meita. Después me dije a mí misma que al menos ya no me golpeaban como antes.

Luego hice un gran esfuerzo para sonreír y aparentar que aún estaba viva y que no era un mero cadáver ambulante.

Evidentemente, el dueño del cafetín ya me conocía y sonreía de manera cordial al verme llegar. Era consciente de que lo hacía con todos los clientes, pero me encantaba verlo sonreír porque era uno de los pocos actos bondadosos que alguien tenía conmigo.

"¿Cómo está señora? ¿Qué desea llevar hoy?", me preguntó sonriente el dueño del establecimiento.

"Dos cafés tipo americano y tres lattes para llevar, por favor", contesté mientras sacaba mi bolso.

Pagar cinco cafés era demasiado para mi presupuesto, pero sabía que mis compañeros no me daría el dinero porque siempre se aprovechaban de mi forma de ser.

Si pudiera, les lanzaría el café a la cara, pero necesitaba el trabajo y debía contenerme porque el sueldo era bueno y me permitía vivir en la ciudad.