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Un beso bajo la lluvia

Un beso bajo la lluvia

Autor:Vhaldai

Terminado

Introducción
Bajo la última lluvia pronosticada, en un romántico día de San Valentín, las cosas no resultaron bien para Floyd McFly. De pie, en medio de un parque, mojada y con el corazón hecho añicos, ella era la viva imagen de alguien a quien acababan de decirle: «Esto no va a funcionar».Sin embargo, entre todo ese dramatismo de película, un desconocido de abrigo marrón le entrega su paraguas; así trae de regreso a la chica optimista.¿Quién ha sido?Floyd tiene dos posibles candidatos: Joseff Martin, un chico con complejo de superhéroe que tiende a disfrazarse de Batman, hablar mucho y meterse en problemas, o Felix Frederick, con quien compartirá techo.Lluvia y sol. Chocolate y menta. Multicolor y monocromo. Positivo y negativo. Así son Floyd y Felix; dos opuestos que alguna vez fueron inseparables. Pero de su inocente amistad, solo quedan recuerdos.Felix guarda un secreto y Floyd pronto descubre cuál es.
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Capítulo

  La lluvia se intensificaba a cada segundo. Lo que en la mañana era una simple llovizna se había convertido en una lluvia casi torrencial propia del invierno. Las copiosas gotas se estrellaban contra el suelo del parque y los charcos comenzaban a agrandarse entre las baldosas mal colocadas del camino. Los árboles se despedían de sus hojas que caían de lleno por la intensidad y la fuerza del clima. El aroma a tierra mojada se acentuaba. Cada tanto, algunas parejas pasaban por el sendero esquivando las pozas de agua y las ramas crecientes de los árboles con paraguas en mano, mientras se acurrucaban del frío. También aparecía algún que otro perro que buscaba refugio.

  La lluvia provocaba un efecto de huida en todos, pero para mí era el escenario digno de una nueva decepción amorosa.

  Hacía cuatro minutos y treinta segundos que Wladimir Huff había decidido terminar con nuestra relación, lo que conllevó la pérdida inmediata de todo impulso motivacional en mí. El clima no importó mucho, ni lo empapada que estaba dentro de ese tiempo perfectamente calculado. Todo lo que transitaba por mi cabeza eran las frías palabras con las que acuchilló mi corazón. Bastó una simple oración para que me quedara inmóvil.

  Una linda imagen que representaba con detalle a una chica desahuciada.

  Podría atribuir a Wladimir mi devastadora situación, pero no tenía la culpa del todo. Claro que no. Si bien él sentenció a muerte nuestra relación, mi maldición para enamorarme con facilidad condujo mi vida al desastre con diversos resultados fatales, no solo bajo la lluvia, sino de otras formas particulares que al recordar me dejaban un sabor muy amargo.

  Creo que algunos tenemos la habilidad de fijarnos en las personas menos indicadas. Ese fue mi caso: sola, sin paraguas, lágrimas que se mezclaban con la lluvia, con principio de hipotermia y el corazón hecho añicos, mientras comparaba las gotas con puñaladas, hasta que llegó ese momento en que no sentí más que el lejano sonido de la lluvia adormeciéndome.

  De pronto, un ángel guardián se apiadó de mí y me cedió su paraguas.

  Se marchó sin mirar atrás.

  En mi asombro pude ver su abrigo de un singular color marrón que se perdía en la profundidad del camino, pero su gesto quedó tallado en mis retinas y bien preservado en mi corazón.

  Entonces, como por arte de magia, una luz divina se vislumbró entre las oscuras nubes del cielo, lo que me dio un ápice tibio de esperanza y me hizo consciente de la realidad: la vida continuaba.

  La lluvia cesó.

  Nunca fui supersticiosa, todo lo contrario, pero bastó esa maravillosa coincidencia para que creyera en las tretas del inminente destino que se avecinaba.

  Y con esa idea me marché a mi trabajo.

  Crucé la puerta de la florería provocando que sonase la campanilla que colgaba de ella. Sarah, la hermana de mamá, se asomó por detrás del cajero despeinada, con el pintalabios corrido que dejaba entrever sus labios hinchados, la camisa blanca

con la que se la acostumbraba a ver

algo desabrochada y los ojos bien abiertos. A su lado, Mark, su novio, estaba igual de desaliñado. Hice una mueca de espanto cuando deduje —dentro de mi ingenua mente— que se encontraban haciendo cochinadas en plena tienda. Tras volver del shock adopté la expresión seria.

  —Buenos días —saludé tajante, tal cual lo haría papá en mi situación.

  —¡Floyd! —exclamó mi tía, procediendo a abrochar su camisa y arreglarse el cabello—. Creí que estarías en una cita con Waldi… Waldo… eh…, tu novio de nombre raro. ¿Qué te pasó? ¡Estás empapada!

  —Es una larga historia —hablé con un trago amargo de realidad y el paraguas mojado en mis manos.

  Si bien me había propuesto no estancarme en una relación, que me acabaran de dejar no me daba muchos ánimos, menos cuando había sido en la mismísima florería donde Wladimir me había propuesto ser novios. Mis pensamientos de buena fortuna se hicieron añicos con cada paso que daba al interior de la tienda. La esperanza de verlo entrar por la puerta se convirtió tontamente en un deseo que murmuré con los ojos cerrados una vez me encerré en el baño y encendí el secador. Al abrirlos, me di cuenta de lo ridícula que me veía deseando algo que no llegaría. Los ojos de Wladimir eran tan seguros, acorde a sus palabras pronunciadas, que me marchité al instante.

  Gruñí apagando el secador y salí en dirección a la tienda para ocuparme de los clientes o lo que fuese necesario para distraerme. Existían cosas más importantes, como retener mis estornudos a causa del polen, por ejemplo.

  Afuera, divisé un sol radiante y el novio de Sarah se percató de ello.

  —Adiós a la última lluvia —dijo en un tono nostálgico—. Dicen que no lloverá hasta el próximo año, pero veo que tú la gozaste al máximo, Flo.

  —¿Todavía crees a los sujetos del tiempo, Mark? —interrogó mi tía con algo de mofa. Una leve risa burlona se me contagió, a la que su novio respondió con un mal gesto de dedos.

  Entre el reclamo que Mark le hacía a tía Sarah, escuché tintinear la campanilla de la puerta. Me volteé en esa dirección para encontrar a un chico de cabello oscuro, cejas gruesas, piel aceitunada y llena de lunares, una sonrisa feliz y un abrigo de color marrón.

  Pegué un grito imaginario.

  Mi yo interior se hizo una maraña incontrolable de sensaciones físicas y emocionales, pensamientos incongruentes e hipótesis rebuscadas, entre otras cosas. ¿Realmente era el chico del paraguas? ¿Cuál era la probabilidad de que lo fuese? Palidecí al ver que le hablaba a Mark y seguí sus movimientos con los ojos sin parpadear los dos minutos y trece segundos que estuvo allí. Compró un ramo de lirios rosados y rosas rojas, luego se marchó.

  En medio de la tienda me recriminé mi incredulidad.

  Había estado en presencia de una persona con un extraño abrigo marrón ¡y no hice más que estar inmóvil como las plantas que tanto cuidaba en la florería! De hecho, hasta esas plantas bien cuidadas tenían más movimiento que una petrificada Floyd. Pude haberle preguntado si el paraguas que había dejado bien guardado en el baño era suyo, pero todo lo que hice fue la imitación perfecta de una estatua.

  Estornudé a causa de las flores, llamando la atención de Sarah.

  —Flo, querida, ¿por qué no vas a casa a cambiarte de ropa y vuelves mañana? No queremos que pilles un resfriado.

  Entrecerré los ojos sospechando que su sugerencia contenía un mensaje con doble sentido bien resguardado dentro de su tono amable. A pesar de ello, asentí como respuesta.

  ***

  Volví a casa poniendo la mejor de mis caras. Cutro, el gato que papá había traído a casa hacía unos años, se apresuró en llegar a mi encuentro para pasearse entre mis piernas; gesto por el cual siempre lo reprendí, pero no le importaba en absoluto escucharme decir que no me gustaban los gatos, sino los perros.

  Se paseó de lado a lado hasta que me animé a correrlo con el pie.

  —¡Ya llegué!

  Completo silencio.

  Siempre tuve la manía de anunciar mi llegada y encontrar a alguno de mis padres recibiéndome con su «Hola, Hurón» de siempre. No obstante, aquel día desastroso no obtuve respuesta, lo que conllevó una búsqueda de mamá o papá por la casa, seguida por el gato más masoquista que hubiera conocido.

  —¡Mamá!

  Grité de nuevo al no encontrarla en el primer piso. Subía las escaleras cuando la voz lejana de mi santa madre emergió de forma terrorífica. Estornudé por el pasillo largo con las puertas de las habitaciones y en unos segundos encontré a mamá barriendo la habitación de invitados.

  «Extraño…»

  —¿Por qué barres?

  —Los Frederick se quedarán aquí hasta que arreglen el techo y la inundación en su casa. ¿Los recuerdas? —Asentí de mala gana.

  Recordaba a la familia, bastante bien para ser sincera. Mamá, papá y los Frederick iban al mismo colegio, Jackson de Hazentown, hasta que mis padres decidieron formar una vida en Los Ángeles, ciudad en la que pronto fueron a vivir ellos. Habiendo sido amigos en la adolescencia, todos los fines de semana ambas familias se reunían para comidas, celebraciones y charlas de adultos, así que tuve la oportunidad de conocer a los Frederick y también de fastidiar a su hijo, a quien siempre inmiscuía en mis problemas. Pero esta unión familiar solo duró unos años, papá decidió armar una editorial y volver a Hazentown, mamá estuvo de acuerdo y yo… siendo una niña, no tuve mucha importancia en la decisión. A mis casi nueve años empecé una nueva vida aquí. ¿Quién diría que, después de tanto tiempo, ambas familias se volverían a unir? Pues yo no, menos en tan importante año.

  Mamá dejó de barrer y me recorrió de pies a cabeza.

  —¿Qué te pasó, Huroncito?

  Sentí un nudo en la garganta.

  —Es una larga historia, ma. —Decidí desviar el tema—. ¡Rayos! Si los Frederick se quedarán aquí, significa que tendré que andar decente por la casa.

  Mamá se echó a reír negando con la cabeza.

  —Hazlo, así nos haces un favor a todos.

  —Ja, ja. No eres graciosa. —Le saqué la lengua en un gesto infantil—. Iré a cambiarme.

  En cuanto terminé de hablar, tres leves golpes se escucharon en la puerta principal. Nos miramos con mamá, armábamos una disputa silenciosa para decidir quién de las dos bajaba a abrir la puerta. Sin embargo, nuestra batalla quedó inconclusa cuando papá salió de su despacho y pasó por fuera de mi habitación.

  —Yo iré a abrir, debe ser Chase.

  Mi sentido curioso llevó a la necesidad de pronunciarme con el fin de ver el reencuentro. Pero las cosas no podían darse de forma tan simple. Antes de atreverme a asomar un pelo por la escalera, me cambié de ropa y amarré mi cabello para verme un poco más «normal». Jugué con mis dedos antes de poner el pie en el primer peldaño dispuesta a bajar la escalera. Una divertida discusión entre el amigo de papá y su mujer se escuchó desde la sala.

  Bajé las escaleras y caminé con paso temeroso hasta la entrada de la sala de estar, donde estaban papá y sus amigos. Asomé mi cabeza por el umbral para visualizarlos; ambos estaban igual a como los recordaba, con la excepción de que les había crecido un poco la panza; más a ella, que se encontraba a la espera de un nuevo miembro en su familia.

  Fue entonces cuando sentí una inquietante presencia a mi espalda. Pegué un grito ahogado y me giré; me encontré mi más ni menos que a Felix Frederick con un singular abrigo marrón.

  «No. Puede. Ser.»